Con una autopista elevada actualmente en construcción y el resurgimiento, por ahora en papel, del “Estadio Internacional Monterrey”, el Río Santa Catarina vuelve al centro del imaginario del desarrollo y progreso regiomontano... ¿pero a costa de qué?
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El 25 de junio se cumplió una década del devastador paso del Huracán Alex, un desastre natural intensificado por una serie de malas decisiones de planeación urbana en el Área Metropolitana de Monterrey (AMM). Como ejemplo paradigmático, e ignorando las advertencias, la ciudad había gozado una suerte de pax huracana después del trauma del Huracán Gilberto (septiembre de 1988), periodo que se “aprovechó” para utilizar el cauce del Río Santa Catarina en actividades tan variadas que iban desde un tianguis (Pulga del Puente del Papa), hasta una pista de go-kart.
Desde Santa Catarina, pasando por San Pedro Garza García, Monterrey, Guadalupe y hasta Juárez, el río seco ofrecía esparcimiento y consumo, privado y público, formal e informal.
A pesar de las tentaciones de reincorporar actividades en su cauce, el Río Santa Catarina ha sorprendido a la ciudad con una espectacular recuperación durante el periodo post-Alex. Basta con ver el recorrido aéreo de más de 40 kilómetros que publicó recientemente El Norte, en donde se puede apreciar que flora y fauna se ha establecido, desplegado y multiplicado a lo largo de su lecho por todo el AMM.
Según El Norte, «el río ahora presume un ecosistema que, de acuerdo a especialistas, no tenía desde hace alrededor de un siglo y en donde ya han sido registradas por lo menos 652 especies (318 de flora y 334 de fauna)».
El río está más vivo que nunca y en buena medida su regeneración natural se debe a la poca o nula intervención humana, salvo por algunos “desmontes selectivos” y “trabajos de desazolve”.
De la serie de videoreportajes que se han publicado a partir de su evidente reverdecimiento (como éste de Santiago Fourcade, de 2018), el recorrido aéreo de El Norte sobresale por presentar un panorama actualizado del río en relación a la metrópoli: un verdadero oasis flanqueado por dos de las avenidas más conflictivas y transitadas del Monterrey ampliado, como lo son Constitución y Morones Prieto. Flora, fauna y porciones de agua cristalinas contrastan con el río seco y polvoriento que despertó la imaginación de algunos al finalizar las labores de limpieza de los escombros provocados por el Alex; hubo quien vio ahí la formación de un gigantesco terreno baldío que debía aprovecharse, una vez más, para la recreación y el negocio.
Imágenes de un río desértico ilustran —y “justifican”— al Plan Maestro del Corredor de Movilidad Sustentable Constitución-Morones Prieto, un documento (PDF) publicado en 2014 que integra las recomendaciones de la empresa de consultoría AECOM, «para la rehabilitación de la infraestructura del área metropolitana de vital importancia, la circulación y las redes de espacios abiertos a lo largo del corredor del Río Santa Catarina».
Sobra mencionar que, al día de hoy, la movilidad de la zona no tiene nada de sustentable.
Pero aquel “plan de movilidad” no fue el único proyecto que pretendía aprovechar las condiciones del río olvidado: a la lista se sumaron la consulta que impulsó Samuel García, en su calidad de diputado local, para incluir canchas deportivas; el Acuavía, con una serie de parques temáticos desechables o “resilientes” diseñados por varios despachos de arquitectura locales; así como otras ocurrencias de anteriores gobiernos estatales y municipales que pretendían dotar a la comunidad con espacios deportivos y de recreación en el lecho del río.
Ninguna de estas propuestas prosperó.
A decir por las fotografías y videos que se han compartido en las últimas semanas, así como por las imágenes satelitales más actualizadas disponibles en Google Maps, es notorio que a partir del Puente Viaducto de la Unidad (Puente Atirantado), en San Pedro Garza García, el escenario del río comienza a intensificar su verdor hasta consolidarse plenamente en Guadalupe. Y justo en este tramo, entre el Parque Fundidora y el Parque España, en 2008 se planteó edificar un proyecto inusual: el Estadio Internacional Monterrey, una obra de gran envergadura que pretendía “poner a Monterrey en el mapa global” y que no logró concretarse, entre otros factores, por no contar con el aval de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA).
A doce años de su presentación pública, el controvertido proyecto resurge, una vez más, pero ahora con un nuevo nombre: Estadio Nacional de México. Y no sólo eso, revive de manera oficial pues es una de las dos obras sobre el Río Santa Catarina (la otra es el Viaducto elevado Santa Catarina, actualmente en construcción) que aparecen en la lista de los 147 proyectos del Acuerdo Nacional de Inversión en Infraestructura del Sector Privado (PDF), una “herramienta” impulsada por el Gobierno Federal «para facilitar y acelerar la implementación de proyectos que contribuyan al crecimiento y desarrollo del país».
Con este Acuerdo, la administración de Andrés Manuel López Obrador pretende destrabar los “obstáculos” administrativos y hasta legales para garantizar el arranque de proyectos de infraestructura con inversión privada, nacional e internacional, en un contexto económico adverso. El ímpetu podrá ser Rooseveltiano (echar a andar a la economía y generar empleos a través de la construcción de infraestructura), pero su ejecución se antoja más Greenspaneana.
La urgencia por construir el Viaducto Elevado Santa Catarina, por ejemplo, se entiende más por una lógica comercial que por supuestas bondades viales y medioambientales: al ratificarse el Tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), esta obra de infraestructura resulta estratégica para atraer Inversión Extranjera Directa (IED). Autoridades federales y estatales presentaron el proyecto como una «solución vial» que, al “aliviar” la carga vehicular de la avenida Díaz Ordaz en Santa Catarina, podría «mejorar la calidad del aire de la zona». Sin embargo, el éxito del Viaducto dependerá de incrementar el volumen de tránsito de todo tipo de vehículos, en particular de carga, con las nuevas emisiones contaminantes que eso conlleve y a costa de construir un tramo sobre el lecho del río.
La fórmula es sencilla pero autoridades siguen cayendo en el mismo error: más carriles = más tráfico. Se espera que por esta autopista libre de peaje, con una extensión de 7.9 kilómetros y una inversión privada de 7 mil millones de pesos financiados por el concesionario ROADIS México, transitarán 3 millones de vehículos particulares y, sobre todo, de carga.
En franca oposición se conformó el colectivo ciudadano #ríosinviaducto, un esfuerzo que va más allá de criticar el proyecto con información detallada y sustentada: en marzo presentaron una denuncia formal ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) que busca, inicialmente, suspender la obra, entre otras razones porque se está construyendo fuera del trazo autorizado.
A la fecha, la dependencia federal no ha dado un fallo y la obra sigue en construcción sobre el cauce.
Autopista y estadio, ¿prioridades del Río?
El Viaducto Elevado Santa Catarina es prácticamente imparable, está en construcción y la obra es prioritaria para el Gobierno Federal. Poco duró la discusión mediática al respecto, ya no digamos su discusión pública. En cuestión de un par de meses, al final de 2019, se anunció, se presentó en conferencia de prensa y se inició con la construcción. Así de rápido, así de prioritario.
Curiosamente las y los automovilistas que “marchan” en contra de AMLO y su administración, ni siquiera tienen en el radar de su enojo esta obra que materializa una acción de gobierno con afectación directa al entorno del área metropolitana. El antagonismo y la animadversión regiomontana en torno a la 4T no alcanza para asomarse a una obra de infraestructura para el automóvil. No es casualidad: “jorobas”, pasos a desnivel y hasta propuestas de segundos pisos cuentan, en automático, con un respaldo público subconsciente en una ciudad que prioriza la “comodidad” del automovilista.
Si damos por un hecho ese Viaducto, entonces la preocupación debería mudarse al proyecto del Estadio Nacional de México. Fuera de círculos especializados (medios enfocados en economía, suplementos de la industria de la construcción, entusiastas de los estadios y aficionados extremos al futbol), el proyecto no ha generado tanto interés, en parte porque no se ha hecho del todo público. Si bien aparece como uno de los 147 proyectos del acuerdo de infraestructura de inversión privada, no sabemos detalles y sólo podemos hacer suposiciones¹ en base a lo discutido en años anteriores.
¹ Para la realización de este texto se buscó una entrevista con César Esparza, principal impulsor de la realización de este proyecto. Por motivos de índole personal, al cierre de esta edición no obtuvimos respuesta de dicha solicitud.
El Estadio Nacional de México, anteriormente Estadio Internacional de Monterrey, es un macro proyecto que apela al orgullo regiomontano: su discurso gira en torno a “poner a Monterrey en el mapa global”, un mensaje atractivo para una ciudad con sed de protagonismo. La intención era —y al parecer es— construir el estadio por encima del río, entre Fundidora y Parque España, con la excusa de “unir” no sólo estas dos áreas, sino a las dos aficiones locales: la que mayoritariamente se concentra en el sur (Rayados), con la que mayoritariamente se concentra al norte (Tigres).
Pero como todo macro proyecto, se hablaba de “beneficios” para la ciudad: entre otros, crear una nueva zona de esparcimiento (de consumo, claro está) para las familias regiomontanas. Se decía incluso que el proyecto tendría un “efecto Guggenheim”, es decir, el detonante urbanístico y económico que experimentó Bilbao a raíz de la construcción y apertura del museo diseñado por el reconocido arquitecto Frank Gehry (o «arquiturismo centrado en la arquitectura contemporánea», como lo menciona José Manuel Prieto). Pero una búsqueda rápida en Internet debería poner a reflexionar a cualquiera, pues el término y la “fórmula” se ha querido replicar por todo el mundo, tanto que especialistas advierten de los peligros de querer retomar un caso complejo, totalmente sui generis, para adaptarlo a condiciones locales distintas.
Claro, hay similitudes entre el Bilbao pre-Guggenheim y el Monterrey actual, pero se antoja más como una artimaña de venta que una reflexión profunda.
“Mi postura es que no es compatible habilitar más infraestructura en el Río Santa Catarina”, dice en entrevista Antonio Hernández, biólogo-activista. “Hemos llegado al límite de infraestructura habilitada, ya no soporta más por el impacto en vida silvestre y por el impacto en servicios ambientales que tiene el espacio”.
Y esa debería ser la discusión que Monterrey y su área ampliada debería formularse: ¿qué rayos queremos hacer con el río en relación a la ciudad? A juzgar por estos dos proyectos, la balanza se inclina a dotar de más opciones al automóvil (con una excusa de empuje económico) y de vez en cuando traer al campeón de la Champions League a que se mida contra los equipos locales de futbol (también con una excusa de empuje económico y orgullo regiomontano).
La solución tampoco pasa por “dejar” al río regenerarse solo y ya, es mucho más complejo que eso. Hernández señala que es prioritario garantizar la “seguridad hídrica” del área metropolitana en dos sentidos, «conservar y restaurar», pues gran parte del agua de consumo humano se toma de la cuenca del Río Santa Catarina.
«Si no haces esas dos acciones de seguridad hídrica, de conservar y restaurar, los resultados van a ser en el mediano plazo que no se garantice el agua para el consumo humano, y cuando ocurra una lluvia catastrófica, los efectos destructivos van a ser similar al Alex o de mayor alcance», explica Antonio Hernández. Pero el escenario se complica, pues también hay que garantizar la seguridad de las personas ante el próximo meteoro natural, y esto no sólo implica la construcción de una segunda cortina rompepicos, también la domesticación del Río Santa Catarina.
Como se especifica en el documento Plan Hídrico Nuevo León 2050 (PDF), con una segunda cortina en Corral de Palmas «el beneficio de este proyecto en la seguridad del AMM contra inundaciones es más plausible para eventos con periodos de retorno mayores a 50 años, que son los que causan mayores daños». Domesticado el río, las imaginaciones más osadas podrían hacerse realidad.
«¿Por qué es polémico el construir una segunda presa rompepicos y por qué es polémico hacer una obra de restauración en la parte alta de la cuenca del Río Santa Catarina?», se pregunta el biólogo Hernández, a punto de cambiar a un tono un tanto desencantado pero realista. «Porque si se logra ese objetivo de aquí al 2050, nunca nos volveríamos a inundar, tendrías un río domesticado y entonces sí, cualquier obra de infraestructura se podría construir en el cauce del Río Santa Catarina». Y, ojo, ese desencanto viene por años perdidos de urbanización sin control en el área metropolitana que deja sin opción al río.
«Estás hablando de una modificación inconcebible del ciclo del agua», dice Hernández en referencia a la futura y probable domesticación del Río Santa Catarina. El problema es que, desde su perspectiva realista, no hay vuelta atrás, porque durante años «hemos modificado drásticamente la cuenca del Río Santa Catarina a un nivel que no tiene retroceso», advierte.
¿Y cómo se podría recuperar la vocación natural del río? Con un imposible: destruir media ciudad construida en sus márgenes, desde asentamientos humanos hasta arterias principales como Morones Prieto, Constitución o Gonzalitos, un escenario improbable e indeseable a estas alturas. Lo que nos deja como lección es que en la gradual degradación del río, en la irresponsabilidad de los procesos de urbanización sin control, en las ocurrencias, la corrupción y en la “gobernanza desarticulada” (como le llama Hernández a la desarticulación de las dependencias de los tres niveles de gobierno), quien gana es el capital que presiona y espera su momento para edificar proyectos inmobiliarios e infraestructura de gran envergadura.
El problema está en dejar que el progreso y el desarrollo de Monterrey se ajuste a intereses financieros y de negocio, en lugar de buscar mejorar la calidad de vida de todas y todos. “Poner a Monterrey en el mapa global” pasa más por priorizar a las personas, a todas, por encima de renders y referencias de revista, por generar cambios estructurales en la manera en que nos movemos y vivimos.
Con el poco margen que le sobra al interés público en un escenario como éste, valdría la pena por lo menos cuestionar la pertinencia de un nuevo estadio que pretende inflar pechos de orgullo con una ingeniería y arquitectura digna del Dubai de América Latina, a costa de construir encima de una zona que se ha regenerado naturalmente pese a nosotros.
Un Río vivo... ¿de proyectos?
j. zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente: Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema “Acciones para una ciudad mejor”.
13.jul.20