En el comal de esta democracia, la 4T llegó para voltear rápidamente la tortilla con una serie de gestos que auguraban una transformación progresista necesaria. Distraídos y ensimismados con el mandato del pueblo, los cambios ya se comienzan a tostar.
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O processo (2018) de Maria Augusta Ramos y Democracia em Vertigem (2019) de Petra Costa, son dos documentales esenciales para entender el viraje político en Brasil que resultó en la victoria electoral de Jair Bolsonaro en 2018. El primero es valioso por colarse en la delirante y tramposa discusión parlamentaria, legal y mediática en torno al proceso de destitución o impeachment de Dilma Rousseff; el segundo por contextualizar los ánimos encendidos de una sociedad brasileña que prácticamente se partió a la mitad.
Ambos documentales dan algunas coordenadas para anticipar por dónde podría llegar el manotazo de una derecha resentida y derrotada. Una de las más obvias es el surgimiento de una figura escandalosa y con destellos histriónicos que apela tanto al nacionalismo como al fundamentalismo religioso, con un discurso “políticamente incorrecto” que se atreve a vociferar lo que piensan —pero no dicen— los sectores ultraconservadores de la población. Otra tiene que ver con la hipérbole narrativa, con cuentos sobre el comunismo y el chavismo que se avecina. Una más sutil tiene que ver con la infiltración mediática que, en aras de la imparcialidad y la “objetividad”, expone a estos personajes y movimientos a las grandes audiencias.
Claro, nada de esto escalaría al extremo de amagues golpistas si los gobiernos de izquierda o de carácter socialista en América Latina tuvieran buenos, constantes y ampliados resultados. Las tentativas reaccionarias siempre existirán, pero si las cosas no marchan bien, el vacío que crean los magros resultados puede ser llenado fácilmente desde la desinformación y el odio.
Después de ver uno o ambos documentales queda una sensación de alerta, preocupación y pavor. El argumento podría calificar como género de terror: una élite política de derecha logra amasar apoyo popular y consenso mediático para tumbar, mediante artimañas leguleyas y la división social, a un proyecto de gobierno de izquierda. Miedo.
Hasta hace uno o dos años, todavía daba escalofrío detectar y relacionar ciertos paralelismos tempranos que llevaron al caótico deterioro de la democracia brasileña con el enrarecido ambiente sociopolítico mexicano.
Sin embargo, esos paralelismos poco a poco se fueron difuminando con el surgimiento de nuestro propio caos, en buena parte alentado desde Palacio Nacional. A diferencia del caso brasileño (y más claramente del periodo de Luiz Inácio Lula da Silva), a dos años de instaurarse la 4T resulta difícil identificar al actual gobierno de México como uno de izquierda progresista; Andrés Manuel López Obrador se ha encargado de dejarlo en claro en discursos, nombramientos, recortes y acciones de gobierno.
Lo que comenzó como una serie de gestos y simbolismos que auguraban una transformación progresista necesaria, poco a poco se fue desdibujando hasta reducirse a un constante bombardeo de pseudo lecciones de moral política: adelantándose al periodo de pandemia, las maratónicas conferencias mañaneras se convirtieron, de facto, en el primer Zoom nacional, una especie de “escuelita de civismo” desde donde se critica lo malo, se ensalza lo bueno y se señala al pasado.
Desde la conformación de un consejo de (los mismos) empresarios (de siempre), los primeros recortes presupuestales (estancias infantiles) y los diversos encargos a las fuerzas armadas, hasta el desdén por movimientos sociales que no entiende (protestas feministas), los constantes ataques a la prensa mala, el énfasis en proyectos de infraestructura de impacto socioambiental y, más recientemente, el embate generalizado a los fideicomisos, la 4T lanza señales que a estas alturas ya no parecen contradictorias sino confirmatorias de un estilo.
El temor ya no está únicamente en ver crecer un movimiento reaccionario —al estilo brasileño— con ánimo de desestabilizar un proyecto de gobierno de izquierda, sino en imaginar cuál será la siguiente jugada de Morena y la 4T. La cosa se complica por la ausencia de una opción de oposición ya no digamos interesante sino medianamente coherente; la reaparición de expresidentes que quieren formar nuevos partidos o excandidatos presidenciales que no entendieron nada; pero, sobre todo, por la concentración de críticas y elogios a ultranza en ese bizarro universo anti–AMLO–lovers que, además de inundar las redes sociales, también tiene eco en medios de comunicación y prensa.
Y entonces el caos se vuelve contra nosotros. Quienes no se colocan en el bando anti ni pro y tienen una lectura más “equilibrada” de las cosas, quedan varados en medio de las ráfagas: si criticas a Felipe Calderón, eres amlover; si te burlas de Gibrán Ramírez o John Ackerman, puedes recibir un RT de un calderonista. Las combinaciones son infinitas y cada grupo de interés lleva el agua que más le convenga a su molino.
Hace un año publicamos algo de eso: «Ese es el nivel de confusión. Conservadores neoliberales que creen que se nos viene el comunismo. Un gobierno de izquierda que le pone fin al neoliberalismo con un consejo asesor de empresarios. Y mientras las cabezas con mundos confusos andan de foro en foro y de chat en chat iniciando conversaciones que no llevan a ningún lado (porque es más fácil sacarse la lotería que hacer cambiar de opinión a alguien en Internet), las izquierdas críticas terminan enganchándose y confirmando que si lo que tenemos hoy está medio pinche, la alternativa está pinchísima».
Hoy seguimos enredados en ese ambiente de confusión y de post-verdad que nos tiene sumidos en una confrontación constante y caótica. Un ambiente que, por cierto, no le viene nada mal a una 4T que tiene muy pocas cosas qué celebrar. De hecho, son tan magros los “logros” que se presumen y se aplauden tanto —los que sí son concretos y no los renderizados de proyectos futuros o los decretados en el podio, como el fin de la corrupción, el neoliberalismo y los privilegios—, que no debe sorprendernos que una cosa como FRENAAA atraiga reflectores (y ahora se suma otra “iniciativa” que parte del ideario de hacer montón: Sí por México, otro revoltijo ideológico —pero eso sí, bien “patriótico”— que suma a organizaciones y partidos como quien se abalanza a recoger los dulces de una piñata). Quizá el “logro” más presumido entre bots (automatizados y/o humanos) del bando pro tiene que ver con que AMLO sale muy bien librado en las encuestas de aceptación. ¡Qué alivio! O que el indicador de confianza del consumidor no se ha desplomado, o que la visita a Trump se mantuvo dentro los márgenes aceptables o que entró en vigor el T-MEC.
Y aunque la gravedad del impacto de la pandemia no es cosa menor, tampoco es excusa suficiente como para alardear los altos niveles de aprobación como un “logro” (pues sí, con todo y sus cosas, la alternativa sigue estando pinchísima).
Nota: Si quieren reír —porque, ¿qué más nos queda?— pueden consultar este delirante, servil e inmundo pasquín que da un salto sincronizado de cuatro y media vueltas al frente con 3.7 de grados de dificultad para nombrar los logros de la 4T.
O bien, pueden intentar interpretar el siguiente esquema (Fuente: Elaboración Propia).
Mientras seguimos sumidos en la pandemia —tanto del Covid como de la incesante información y de la aplanadora legislativa de Morena—, quienes aún mantenemos un mínimo grado de distanciamiento partidista y le jugamos a la ciencia inexacta de la opiniología, nos vemos en la desagradable tarea de matizar las críticas a la 4T porque del otro lado se asoma un movimiento reaccionario que va recogiendo las migajas de una oposición que ya sólo vive del recuerdo. Hay mil cosas que seguir señalando, indagando y criticando a este gobierno, que no es equivalente a compartir el mismo megáfono de quejas junto a un movimiento de disparate ultraconservador.
Pero eso es tan sólo una parte de nuestro caos, aún falta voltearnos a ver al espejo. Quizá por eso que se denigra, ignora y se violenta tanto a las protestas feministas, el activismo ambientalista y el periodismo independiente —tres trincheras que podemos ubicar en la esquina más alta de la transformación del cuadrante de la izquierda progresista—, porque en ellas se enmarca todo lo que hay que cambiar de raíz: cómo nos relacionamos, cómo producimos y consumimos, y cómo nos informamos. Tres cómos que están en juego en el caos sociopolítico en el que estamos metidos.
Nuestro caos
j. zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente: Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema “Acciones para una ciudad mejor”.
07.oct.20