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31.oct.2021

‘La Mariana’ que los medios no ven

Rodríguez se encuentra en la mira de un periodismo político anticuado que no encuentra la manera de fusionar sus arcaicos conceptos con la liquidez y mutabilidad de las redes sociales y la posmodernidad cultural.

POR Federico Compeán / Lectura de 10 min.

Rodríguez se encuentra en la mira de un periodismo político anticuado que no encuentra la manera de fusionar sus arcaicos conceptos con la liquidez y mutabilidad de las redes sociales y la posmodernidad cultural.

Lectura de 10 min.

Un nuevo día, una nueva controversia ridícula. Teclear “Mariana Rodríguez” en cualquier buscador es suficiente para enterarnos de lo que está sucediendo en torno a la polémica figura política del momento.

El fenómeno de Mariana resuena en todo el país y aunque la mayoría de sus escenas, comentarios y participaciones parecerían ser inofensivas, el interés que despierta no es un tema menor; al menos no lo es desde una óptica crítica.

Las reacciones se encuentran altamente polarizadas (lo normal en esta época). Habrá gente que aplauda absolutamente cualquier gracia que la carismática esposa del nuevo gobernador de Nuevo León haga en sus redes; otros simplemente la descalificarán por su aparente ingenuidad, mientras que el resto le atribuirán la maldad más profunda de la política mexicana. En cualquier caso, las notas se replican infinitamente como simples encabezados y no en análisis, lo que nos deja en el mismo lugar donde comenzamos. El propósito de este texto no es hacer un juicio preciso sobre algún acto específico de Mariana, por el contrario, es un intento por dar claridad sobre lo que su personaje representa no sólo para NL sino para el panorama político nacional.

En la arena política, Mariana no existe como una figura aislada (aún). La mancuerna que hace con Samuel es una simbiosis perfecta; ningún asesor político podría haber anticipado lo efectivo de la receta. No soy, sin embargo, de los que piensan de forma un poco ingenua que la simple sinergia de ambos fue suficiente para darle a Sammy la gobernatura.

Para encontrar la cuadratura al círculo, tan sólo hace falta dar un vistazo a los rivales de las pasadas elecciones, pero ese es un tema ya añejo. Sin embargo, al exterior del estado existe una animosidad particular hacia la pareja. La comparación de ellos con el fenómeno prefabricado de Peña y Gaviota es otra de esas analogías incompletas e insuficientes. Lo que estamos presenciando no es una simple estrategia de relaciones públicas, sino el resultado orgánico de un presente que metaboliza su condición mediante la absorción constante de imágenes. Y en ese presente la política no es la excepción.

Cuando Mariana se corta el cabello en un impulso (o movimiento planeado) para solidarizarse de forma empática —aunque inconsecuente— con los niños con cáncer, parecería que nos encontramos con el teatro político por primera vez. Frente a nuestros ojos presenciamos una especie de happening político de proporción cataclísmica. Es como si repentinamente nos hubiéramos olvidado de décadas de falsedad e intenciones actuadas perpetuamente replicadas por todo nuestro sistema electoral. (Sinceramente podríamos atribuirle a prácticamente cualquier otro político —actual o del pasado— una malicia y falsedad mayor que la de Mariana).

Sin embargo, ya sea por virtud de su carisma, la novedad o su misma actitud, Mariana de alguna manera logra ofender y contrariar de forma atípica. Su arrase se explica más allá de ser la esposa de Samuel: ella ya era famosa desde antes, simplemente hoy lo es más en un contexto evidentemente politizado. Su vida es una serie de historias de Instagram entrelazadas con momentos de realidad estéticamente alineados a su imagen sanitizada. El mundo de Mariana, de dónde nos trasmite su carisma, no es el mundo de nosotros; y esa realización debería ser suficiente para percatarnos del error de tratar de equiparar ambos ambientes y sus consecuencias. Incluso podríamos decir que Mariana no ha cambiado, simplemente su condición como funcionaria y esposa de otro político-meme la han colocado en la mirada anticuada de un periodismo político que todavía no encuentra como fusionar sus arcaicos conceptos con la liquidez y mutabilidad de las redes sociales y la posmodernidad cultural.

Así que se antoja por lo menos ingenuo de nuestra parte tratar de clasificar a Mariana con las categorías de antaño. Atribuirle ya sea una ingenuidad redentora, una condición absoluta de marioneta o incluso una gracia calculadora altamente eficiente, nos obliga a ubicarla como un elemento aislado en la mutación política (una mutación que no sólo es local, sino global). Suena ya cliché decir que la política se ha vuelto un espectáculo o una simulación; suena también algo insufrible utilizar estos conceptos en su marco teórico-filosófico, como si habláramos de obviedades. Pero en algún punto el sentir intuitivo de las cosas confluye con las derivaciones teóricas; lo que hace falta es contextualizar.

Si genuinamente pensamos que el comportamiento de Mariana es una especie de engaño o hipocresía calculada, primero tendríamos que creer que detrás de ella (y de cualquier político) existe una condición de realidad, un elemento verdadero de accionar intenciones y generar algo más que un performance social. Entonces no deberíamos cuestionarnos si Rodríguez hace lo que hace por ser empática, por ser influencer o por ser política; lo que debemos cuestionar y analizar es el hecho de que ella (junto a todo el aparato electoral que, por cierto, nos incluye) es parte de una multiplicidad fragmentada de todo ello, operando en todos esos campos a la vez.

Todo lo que se dice de Mariana es cierto porque detrás de ese simulacro mediado por Instagram y Twitter no hay absolutamente nada. Un engaño requiere la existencia de al menos la idea de verdad; sin embargo, este concepto es tan obsoleto como la estructura del PRI de los 70s. La verdad (y el significado) ha desaparecido en la política (y en lo general). Ese, diría Baurdrillard, es el gran secreto de la condición política misma: el ser conscientes de la inexistencia del poder.

Mariana representa esa mutación. Su condición es el dinamismo de un significante flotante. Una figura que puede absorber cualquier interpretación, todo y nada a la vez. No se trata de luchar entonces con su discurso (que no existe) o su figura (que es cambiante). Tampoco de colocarla en oposición a otras figuras o discursos, como los medios pretenden hacer para simplificar más su análisis. La condición política y espectacular de Mariana es un vistazo al futuro mismo de la política. Resulta irrelevante estar de acuerdo o no, pues debajo de la figura no existe nada. Su condición es su fractalidad, su ligereza, su beligerante inconsecuencia política y consecuencia real. Si nos sigue interesando el juego político, irremediablemente nos tiene que interesar el vacío de una nada que se llena con imágenes, esas mismas que simulan no serlo. Creer que Mariana y, por añadidura, Samuel son representantes de algo concreto, es engañarnos incluso antes de lo que ellos pretendan lograr.

¿Importa saber qué hace o deja de hacer Mariana? Sí, es importante mantener en el radar a Mariana, pues consciente o inconscientemente está acelerando un proceso en el que ella es parte de una extraña vanguardia política que a los medios tradicionales les falta un par de años para comenzar a entender.

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‘La Mariana’ que los medios no ven

Escrito Por

Federico Compeán

Fecha

31.oct.21

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