¿Qué nos hace pensar que no puede haber una adaptación de Samuel y Mariana en otros estados? ¿Por qué una receta que funciona a nivel federal y está funcionando en Nuevo León no se tropicalizaría?
Lectura de 13 min.
No puedo dejar de ver a Mariana Rodríguez. Soy capaz de pasar horas viendo sus historias y posts de Instagram, así sin más y pues sí, tal vez soy adicto; pero no a lo que comparte, sino a sus implicaciones: una funcionaria pública que se comporta como una mezcla entre diva del pop y monja misionera.
Para explicarme, basta una serie de fotos. En una de ellas, Mariana está tendida en el suelo viendo con compasión de santa a un hombre que trata de sobrevivir al frío, mientras él edifica sobre la calle un nido de cobijas tiesas y bolsas de basura negras. «Hoy Don Arturo, Don Armando y Don Guillermo dejan de vivir debajo de un puente 🤍», es el texto que acompaña las imágenes que han recibido por lo menos 170 mil likes.
Gracias al uso que le da a las redes sociales, Mariana Rodríguez es una transmutación admirable del populismo vigente en el gobierno federal. Es decir, en ella el verbo se ha hecho imagen y no una cualquiera, sino una que puede reventar el internet con una facilidad que es ajena al resto de la clase política. Ella encabeza una cruzada —aunque accidental, porque responde más al instinto que a la planeación— donde también desnuda que el engagement, ese raro amor digital, se puede comprar, pero nunca será tan puro como cuando es creado tocando las fibras más íntimas, esas que devienen en loca admiración.
La receta es sencilla y no es creación de ella o de Movimiento Ciudadano, es de hecho una calca del discurso lópezobradorista. Se trata de una estrategia que busca desesperadamente darle un sentido moral a todo lo que hace y recalcar, una y otra vez, que el proyecto de gobierno nace de una intención buena (en sus términos, obvio). De modo que los gobernantes se vuelven voceros de la bondad y la discusión pública se disminuye a una lectura binaria —celestial o infernal—, ya no de las políticas de gobierno, sino únicamente de los dichos de los gobernantes.
Hoy vivimos en una atmósfera en donde los pocos diálogos sobre los problemas públicos quedan sepultados en los escándalos autogenerados por los políticos en el poder, pero no sólo eso: la discusión sobre ellos se estigmatiza porque la crítica a un proyecto que es bueno en su intención se toma como una manifestación de corrupción moral; es decir, la oposición, frente a un bien, sólo puede estar motivada por el mal.
Para ser más claro, quiero explicarlo estableciendo un contraste entre AMLO y Mariana Rodríguez. Aunque el gobernador es Samuel García, Mariana siempre es la figura clave por tres motivos:
- Existe en el imaginario, sobre todo el nacional, la idea de que ella es la razón por la que Samuel consiguió ganar.
- Mariana siempre está involucrada en los hechos que han marcado los hitos mediáticos de esta corta administración.
- A nivel de comunicación, Mariana y Samuel han decidido actuar como una vocería en dupla y la encuesta más reciente elaborada por El Norte lo revela en dos sentidos: la aprobación de ambos es casi la misma, aunque ligeramente mayor la de ella, y nunca el periódico más importante del estado había evaluado en importancia a la par del gobernador a un miembro de su gabinete, mucho menos a su pareja.
Ahora, para entender la moralidad y sus beneficios en la propaganda gubernamental basta con echar un ojo al escándalo más reciente que tiene que ver con el niño del DIF que extrajeron de un orfanato Samuel y Mariana durante un fin de semana. El caso despertó un debate sobre si estaba bien o mal lo hecho por la pareja en la gubernatura. La postura en contra apeló a que no utilizaron el protocolo legal y que además estaban usando al bebé como una pieza de utilería o un filtro más para las historias de Instagram. Sin embargo, creo que lo revelador yace en quienes buscaron defender la decisión de los chabacanos mayores alegando que la intención siempre fue buena y que la consecuencia es que se le está dando atención a quien nunca la ha tenido.
La publicación de “M.A. Kiavelo” (la columna anónima de trascendidos, que son algo así como chismes, del periódico El Norte) es un ejemplo nítido al respecto:
«PERO, bueno, más allá de sus fieles seguidores de redes, que defienden y aplauden a Mariana haga lo que haga, hay muchos que le reconocen que le ha dado harta visibilidad a Capullos, como en ninguna Administración anterior, así como al tema de la ayuda a los más desamparados…»
— M.A. KIAVELO 14 DE ENERO DE 2022
¿Les suena conocido ese tono? Señalar que algo en realidad es bueno pero que —como sociedad crítica— no lo supimos apreciar, es la misma articulación que realizan los seguidores de Andrés Manuel: así justifican las acciones que son contrarias a sus promesas o a la noción de que nos gobierna un supuesto presidente de izquierda. Hay hasta un libro llamado 4T Claves para descifrar el rompecabezas, compilado por Hernán Gómez, que creo que lleva al extremo esta idea de que la gobernanza y las políticas públicas valen más por su intención que por su resultado y que, por tanto. sólo pueden ser comprendidas a través de un oráculo o robando las notas del psicoanalista de nuestros gobernantes.
En cualquier caso, el enamoramiento por una comunicación semi catequista del gobierno ha llevado a que en el nuevo Nuevo León no importe que Mariana tenga un puesto en el gabinete por nepotismo, ya que ella ha mostrado que le preocupan los desamparados. Tampoco es problema que no haya fiscalizado su apoyo a Samuel durante la campaña, porque al final ella estaba ayudando a su pareja como un acto de amor. Es irrelevante que muestre historias en Instagram que violan la privacidad de niños y madres y que perpetúan un discurso que margina y estigmatiza, ya que lo que importa es que ella está tratando de que prestemos atención como sociedad a donde no miramos.
La intención de hacer lo bueno, mientras se conserve la credibilidad, se convierte en una tabla de salvación. Cuando se trasladan todas las acciones públicas a “un intento por hacer el bien”, no hay errores que castigar o por los cuáles indignarse, sino aprendizajes y áreas de oportunidad.
«Todo lo que he hecho lo he hecho de corazón, verdaderamente buscando el bienestar de los niños, niñas y adolescentes, sobre todo en el tema que me estoy enfocando, en Capullos (...) Y gracias a que lo estoy compartiendo hemos podido multiplicar y triplicar beneficios que están obteniendo estos niños, niñas y adolescentes de Capullos.»
— MARIANA RODRÍGUEZ ENTREVISTA A EL NORTE / 19 DE ENERO DE 2022
Sin embargo, pienso que no es una coincidencia inocente que se le dé cancha libre y difusión al discurso que Mariana Rodríguez construye como funcionaria. En realidad creo que se debe a que representa el primer atisbo cercano a una oposición funcional, ya que no depende del universo de López Obrador para ponerse en pie.
Los “partidos grandes” llevan medio sexenio definiéndose en los términos de AMLO y la única propuesta que alcanzan a construir es que “no son él”. Incluso el mismísimo Enrique Alfaro, en Jalisco, aunque trata de construir a nivel local una narrativa de refundación, en el discurso nacional es otro señor enojado gritándole al presidente. Sin embargo, Samuel y Mariana saltan a la prensa nacional por sus propios escándalos y maravillan a las audiencias sólo por existir, por detonar esa indignación —ya hasta un poco ñoña, porque no es un asunto nuevo ni específico de México o de NL— que se materializa en la idea de que su llegada al poder es inexplicable o producto de un deterioro intelectual de la sociedad.
Por eso los opinadores, tanto de medios nacionales como internacionales, en su propia lucha moral, buscan definirlos desde unos ojos chilanguizados y en el intento fallan. Samuel García cabe del todo en una narrativa de mirrey porque al estar pegado a Mariana Rodríguez, juntos son más que eso; en todo caso, son una personificación medio caricaturizada de la filantropía empresarial.
«De aquí a entonces Movimiento Ciudadano ya tenía el reto de probar que gobiernan bien en Nuevo León, donde Samuel García y Mariana Rodríguez, la pareja en el poder, no se cansan de hacer tonterías mediáticas, cada una más preocupante que la anterior (la más reciente ya los tiene en un apuro pues su gracejada de adoptar por un fin de semana a un bebé huérfano raya en una ilegalidad sin escrúpulos propia, en efecto, de los juniors).»
— COLUMNA DE SALVADOR CAMARENA EN EL PAÍS
Para que sea reconocida la figura del mirrey se necesita de un despilfarro ofensivo e intencional. Esto no quiere decir que Samuel y Mariana no tengan expresiones de derroche, pero logran un perdón rápido gracias a que Rodríguez tiene montado 24/7 un reality show sobre la caridad y, por tanto, si su gasto ofende fue sin querer, un accidente de origen y del que están tratando de aprender.
Por otro lado, tampoco pienso que Samuel García quepa en el molde de la élite a la que se aspira. Daniela Rea escribió un ensayo al respecto que ancla la idea de popularidad de Samuel y Mariana en la hipótesis de que ambos son representantes de una vida de lujo a la cual se aspira. Sin embargo, viéndolo de cerca, a nivel local, Samuel y Mariana no forman parte del abolengo de los adinerados que edificaron el mito del empresariado regio y modernizador. Claro que son de los ganadores de este proyecto impulsado el siglo pasado, pero no son tan beneficiados como para destacar; en ese sentido, son parte de un montón privilegiado.
Y ya en plan sincero, la verdad, la verdad es que podrían pasar por unos sampetrinos cualquiera y eso no mueve ninguna fibra popular (San Pedro es el municipio de 150 mil habitantes que sigue presumiendo uno de los PIB per cápita más altos de Latinoamérica). Para ser claros: Samuel es un fenómeno más natural que inesperado. Si acaso, lo disruptivo en él es su capacidad de llevar el tono de la discusión de fútbol al terreno de la política y que renuncia sin mucho drama a la popular estrategia de disfrazarse de ciudadano promedio. Él es siempre igual, lo mismo comiendo Pollo Loco con los afectados por el incendio de San Bernabé que en la COP26. Su consistencia, con tantos atributos negativos visibles, se siente por la repetición constante como honestidad.
Finalmente, Samuel García ha acertado en “acercarse” a la ciudadanía de la mano de Mariana Rodríguez porque sus apariciones o su contacto con la marginalidad nunca nace de la empatía, sino de la dádiva y la caridad filantrópica. Es una especie de limosna que pretende deshacerse de la culpa, más que establecer empatía; la rama de responsabilidad social de su marca personal como político.
Samuel es, en síntesis, una suma de artificios ya vistos. Quizás la novedad sea verlos juntos y, por lo mismo, por los errores evidentes que acarrea, no es un símbolo al cual aspirar, sino una suerte de estridencia conocida, como la tele prendida en Multimedios como ruido de fondo para no sentir que la casa está sola. Desde esa base, Samuel y Mariana han atinado en construir un lenguaje propio que es onomatopéyico en lo verbal (fosfo-fosfo, chabacanos, nuevo Nuevo León, arráncate compadre, etc.), pero en lo visual es mucho más poderoso y ello porque en el mundo digital actual los dioses de la viralidad tienen una preferencia mucho mayor por la imagen que por el texto.
A través de las mañaneras, por ejemplo, el presidente logra decir frases que terminan publicadas en todos los medios, en tweets polarizados; pero su imagen queda siempre lo mismo: el señor de la tercera edad hablando desde un podio. ¿Puede ese modelo de comunicación competir con la inteligencia visual de quien lleva toda su vida peleando por likes? Difícilmente. Con un corte de cabello, un disfraz de Cenicienta o un video con un jingle pegajoso, Mariana y Samuel están proponiendo una forma distinta de propaganda que se siente mucho más parecida a la comunicación cotidiana, que a una conferencia de prensa (y, por ello, pareciera que en el tiempo será más efectiva y más replicada).
El año pasado, en el Día de los Inocentes (que, irónicamente, es la fecha de nacimiento de los últimos dos gobernadores de Nuevo León),Alejandro Domínguez publicó en Milenio una columna titulada “El efecto Mariana”. En ella dice: «México necesita una Mariana Rodríguez en cada estado, es más, en cada ciudad y municipio del país».
«El efecto de las acciones de Mariana Rodríguez, subiendo videos y ganando fans, está motivando que sus seguidores y detractores volteen a ver a los niños y sus necesidades. Si a cada rincón del país llegara el efecto Mariana Rodríguez, imagine la cantidad de niños beneficiados que habría en México. Y para los que solo piensan en votos y no en beneficiar a la ciudadanía, la estrategia también es redituable en las urnas, pregúntenle a Samuel García.»
— COLUMNA DE ALEJANDO DOMÍNGUEZ EN MILENIO
La tesis de la columna es una comprobación más de la efectividad de la comunicación moral. Sin embargo, pienso que la propuesta de una Mariana en cada rincón del país más que una ocurrencia, es una premonición. ¿Qué nos hace pensar que no puede haber una adaptación de Samuel y Mariana en otros estados? ¿Por qué una receta que funciona a nivel federal y está funcionando en Nuevo León no se tropicalizaría?
Mi apuesta es que ocurrirá y tendremos a estos políticos inesperados diciéndonos que, “de corazón”, hacen el bien y eso es justo lo que me aterra. La discusión en términos de hacer el bien o el mal reditúa a quienes están en el poder, pero también construyen un escenario donde la crítica y el disenso, como dije al principio, son actividades auspiciadas por el egoísmo, la avaricia o el mal, y donde perversamente se utiliza la presencia, la cercanía y la transparencia como conceptos equivalentes e intercambiables.
Si a eso le sumamos que los medios de comunicación, que son ese poder encargado de arrebatar al Estado el monopolio de las conversaciones, están en una crisis económica de la cuál no han podido salir, ¿qué tipo de relación con el poder nos espera?
Marianizar a la política
Luis Mendoza Ovando
27.ene.22