La llegada de miles de inmigrantes coloca a la sociedad mexicana en una disyuntiva: o sacamos lo peor de nosotros (nacionalismo, xenofobia, racismo, elitismo, exclusión); o nos inspiramos a alcanzar la mejor versión de nosotros (una sociedad solidaria que se organiza para aceptarse diversa, heterogénea e incluyente).
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El ascenso de los partidos ultra nacionalistas y de extrema derecha en Europa se explica, en buena medida, por un creciente sentimiento anti-inmigrante. Aunque tiene antecedentes y episodios traumáticos previos, su radicalización se puede ubicar claramente entre 2014-2015, periodo en el que se disparó de 225 mil a 1 millón 32 mil la llegada por mar y tierra de personas provenientes de Medio Oriente y África.
¿Las razones? Cambio climático (sequías, principalmente), pobreza y violencia... crisis humanitarias que brotaron a expensas del comfort de la vida moderna al norte del hemisferio. El desdén de las potencias por los conflictos armados en el sur, la extracción sin control de los recursos naturales y la explotación de la mano de obra offshore, sumado a la concentración de riqueza, bienestar y paz en los países de la Unión Europea, justifican el desplazamiento masivo de personas que buscan una mejor vida.
En un mundo con disparidades tan extremas y crisis humanitarias tan profundas, no debería sorprender que los lugares más prósperos y estables sean los destinos elegidos por los migrantes que huyen de situaciones de riesgo. El fenómeno migratorio es una consecuencia de estas disparidades y el problema más bien está en cómo se aborda, en las políticas públicas y en las actitudes que genera entre las sociedades que los reciben.
De este lado del mundo, en nuestro continente, el efecto del Make America Great Again caló más hondo que un buen eslogan de campaña. La incontinencia verbal y tuitera de Donald Trump desbloqueó los candados morales de un país que ha lidiado con profundas tensiones raciales desde su fundación, despertando los peores rasgos de la sociedad estadounidense. Su triunfo fue una especie de llamado a quitarse las máscaras, dejar atrás lo políticamente correcto y expresar, sin tapujos, los peores complejos del conservadurismo anti-inmigrante. De paso, está envalentonando e inspirando a los Bolsonaros de la región, a las y los políticos sin filtro quienes podrían superar a la ficción de Vivienne Rook, el personaje caricaturesco de Emma Thompson en la serie Years and Years.
¿Y esto que tiene que ver con México? Todo.
Este año se pronostica la entrada de hasta 800 mil inmigrantes, una cifra récord que representa algo así como el 80 por ciento del flujo de personas que vio toda Europa en su etapa contemporánea más crítica. Aunque la intención de la mayoría no sea alcanzar el sueño mexicano, el endurecimiento de políticas anti-inmigrantes en ambos lados de la frontera les obliga a deambular por el país en busca de refugio, alimento, techo, trabajo y, no es broma, seguridad. Si hasta en las mejores economías europeas la situación generó incomodidad, enojo y rechazo, imaginemos la reacción que podría tener en un país como el nuestro cada vez más dividido políticamente y que, por cierto, también lidia desde hace mucho tiempo con una tensión racial que ahora se disfraza de clasismo-elitismo.
Por décadas nos dedicamos a expulsar población principalmente a los Estados Unidos, con la exigencia de que se les diera un trato humanitario del otro lado. Hoy, en la antesala de recibir a un gran número de inmigrantes que vienen ya sea “de paso” o a tratar de establecerse aquí, más los deportados por el gobierno estadounidense, México carece de las condiciones necesarias para dar el mismo trato humanitario que tanto exigimos para nuestros connacionales.
No sólo eso, la animadversión anti-inmigrante, xenófoba y racista está teniendo eco en cierta prensa, en grupos de WhatsApp vecinales, en las redes sociales, en sobremesas, en libertarios gritones y, paradójicamente, en las calles que se han teñido del color blanco que caracteriza a las manifestaciones de la élite conservadora.
Sí, la cifra de inmigrantes que se espera lleguen a México durante 2019 es alarmante, y la respuesta a esta crisis puede definir el rumbo del país: o se impone el discurso nacionalista anti-inmigrante y se desatan movimientos intolerantes de corte conservador racixenófobos, o bien, impera una actitud humanitaria, incluyente, abierta a la diversidad y congruente con el trato que históricamente hemos exigido para nuestros paisanos. No hay de otra, o sacamos lo peor de nosotros (nacionalismo, xenofobia, racismo, elitismo, exclusión), o nos inspiramos a alcanzar la mejor versión de nosotros (una sociedad solidaria que se organiza para aceptarse diversa, heterogénea e incluyente).
Destino: Monterrey
Cada año llegan 90 mil migrantes de otros estados del país a vivir en Nuevo León, o “foráneos”, como suelen referirse los regios. Autoridades estatales señalaron que esto equivale a anexar la población del municipio de Cadereyta cada año.
A esto habría que sumar el fenómeno migratorio extranjero (ojo que antes solíamos ubicarlo como “centroamericano”, y ya no necesariamente es el caso) del que se desprenden tres situaciones: las personas que ahora deciden en mayor número establecerse en la ciudad, los que están de paso en busca del sueño americano y los que la agencia de noticias AP reportó que son «abandonados en Monterrey» tras ser deportados de Estados Unidos.
Este fenómeno reciente de atracción de migrantes tiene dos lecturas. La primera, que es un síntoma de la fortaleza económica del estado. La segunda, que es un síntoma de la fortaleza económica del estado. La diferencia está en si lo vemos como una oportunidad y un reto, o como una carga y un lastre. Lo curioso es que el poderío económico de Nuevo León es motivo de orgullo entre los regiomontanos, pero no falta quienes al mismo tiempo sean celosos de compartir el mismo suelo próspero con personas distintas que no son de aquí (una manera sutil de expresar su racismo, clasismo y xenofobia, sobre todo si las personas distintas son de escasos recursos, otra manera sutil de decir que son de tez morena).
«Existe un imaginario (entre los inmigrantes extranjeros) de que en Monterrey habrá una oferta laboral amplia», declaró a la prensa Xicoténcatl Carrasco, de la Casa del Migrante de Saltillo. ¡Y cómo no! Ahí está el nuevo skyline regio como recordatorio de que aquí se está construyendo y en grande. Este imaginario forma parte de la narrativa regiomontana de una metrópoli pujante, industrial, emprendedora y con billete, un polo de desarrollo con todo y un Starbucks Reserve. Pues bien, a nadie debe sorprender que esa visión de Nuevo León está un tanto salpicada de prácticas y actitudes discriminatorias, y la configuración espacial de la ciudad no ayuda mucho al respecto. Las fronteras socioeconómicas no son tan invisibles, de hecho son tan palpables que ya ni siquiera se necesitan casetas de vigilancia para establecer un declarado “no perteneces aquí”. La estética de estas fronteras socioeconómicas tienen vía libre en el mercado de “hacer ciudad”.
A decir de esta columna de bienes raíces, la llegada de “foráneos” «explica porque estamos viendo muchas torres de departamentos nuevas más las que están por venir, así como nuevos fraccionamientos de casas para cubrir esta demanda». En esta lógica, el mercado inmobiliario ve con bueno$ ojo$ “acomodar” a los nuevos regiomontanos en alguna de las tantas torres con departamentos en 2.5, 3.0, 3.5 y quien sabe hasta cuántos millones de pesos más... pero con esos precios, los nuevos regiomontanos tendrían que tener un cierto nivel socioeconómico (alto, pues). ¡Ah! Pero el optimismo es tan contagioso en el sector de las bienes raíces que el autor de esa columna se atreve a decir lo siguiente: «La verdad es que se están haciendo torres habitacionales para todos los presupuestos y todos los gustos, cuestión de ver cuál es la adecuada para cada necesidad de los nuevos habitantes»... y la verdad es que no.
Según datos de la revista Real Estate Market, «2017 cerró con 107 proyectos que ofrecen departamentos en condominio en venta repartidos de la siguiente manera: 32 en Clase Premium, 42 en Clase Residencial Plus, 26 en Clase Residencial y 7 en Clase Media». ¿Torres habitacionales para todos los presupuestos? Algunos dirán que en el centro de Monterrey se están levantando proyectos de menos lujo que en San Pedro Garza García, pero detrás de la densificación del centro también hay un proceso de desplazamiento y, aunque sangre los ojos leer la palabra, también de gentrificación.
Los proyectos de nuevas torres poco o nada están haciendo para hacer de esta ciudad una más compacta, ni siquiera para detonar la actividad peatonal en la calle. Vaya, aunque a nivel de branding estén tratando de vender justamente eso, parece como si se hubieran inspirado en el modelo residencial de los fraccionamientos fortificados, pero ahora uno arriba de otro de manera vertical en una especie de continuación del aislamiento diario de automóvil-estacionamiento-oficina-hogar. Con esto se ha creado una falsa narrativa inmobiliaria en torno a la “densificación” para justificar, en el discurso, las nuevas torres de departamentos y usos mixtos que se venden muy bien pero no se habitan del todo.
A esta ciudad llegan los migrantes, nacionales y extranjeros. Algunos de ellos, seguramente los perfilados en los estudios de mercado de las desarrolladoras, tendrán la fortuna de ocupar un departamento en el piso veintitantos de alguna torre sobre Valle Oriente. La mayoría, sin embargo, llegan a una ciudad que tensa cada vez más la cuerda entre el caos y la convivencia. Quienes se integren a la clase trabajadora neolonesa tendrán que lidiar, si bien les va, con una dinámica de vida en la periferia. Los menos afortunados tendrán que ir de Casa de Migrante en Casa de Migrante a preguntar si hay camastros suficientes, tendrán que atravesar el Río Santa Catarina, dormitar debajo de puentes, pedir monedas en semáforos... etcétera.
El tema inmobiliario me parece pertinente en el contexto migratorio por una triste ironía plasmada en un encabezado del periódico ABC: Invaden migrantes zona de El Carmen | Migrantes se apoderan de viviendas abandonadas. ¡Qué ironía que volteemos a ver otra vez a la periferia “por culpa” de los migrantes!
Durante décadas se privilegió el ensanchamiento de la ciudad con la construcción de fraccionamientos aislados en la periferia, dirigidos a familias de escasos recursos (¿fronteras invisibles?). Esto resultó en todo un fraude no nada más urbanístico, también constructivo pues muchas casas presentan grietas o fallas estructurales, las calles y “parques” están en completo abandono, hay escasez de servicios públicos y, por si fuera poco, al estar alejados de todos los centros productivos, alargaron las distancias que tienen que recorrer sus habitantes. Este vacío fue aprovechado por grupos criminales durante la etapa más violenta en el estado, despojaron e invadieron casas periféricas para esconderse y operar desde ahí.
Hoy, después del sueño roto de la construcción en serie de los fraccionamientos periféricos, agraviados por el ninguneo estatal, el fraude inmobiliario y la inseguridad, el tema de la crisis migratoria podría oficializar su status de ghetto con la propuesta del gobernador de Nuevo León de convertir al municipio de Anáhuac en una Ciudad Santuario.
Para muestra, este fragmento de Notimex con una cita de El Bronco: «...la ciudad santuario evitaría serios problemas al estado, porque los migrantes rechazados en Estados Unidos “se están quedando en Nuevo León. Yo no quiero tener le problema que tiene Tijuana, Piedras Negras, Ciudad Obregón o Ciudad Juárez”».
De por sí las políticas de vivienda, las leyes de desarrollo urbano y el mercado inmobiliario han trazado un desmadre de ciudad, como para que ahora se perfile una contención disfrazada de Ciudad Santuario. Y por contención me refiero a exclusión y aislamiento, a concentrar migrantes a 200 kilómetros de distancia del centro de Monterrey. Dice el gobernador que «el gobierno solamente tiene que construir un hospital, las escuelas y los servicios básicos», como aceptando el ninguneo estatal en el municipio de Anáhuac.
Aunque esté disfrazado de un trato humanitario, este plan suena a que confirmaría el trazo socioespacial del Monterrey contemporáneo: excluyente y cerrado. Los migrantes allá, los regios aquí. ¿A eso aspiramos como ciudad, a seguir pintando fronteras entre los que tienen y los que no?
Retomando la nota sobre la “invasión” de migrantes ocupando casas abandonadas en El Carmen, no obstante la ilegalidad de la acción nos deja un planteamiento más profundo de lo mucho que hay por hacer. En particular, la existencia de infraestructura que podría ser reutilizada para propósitos humanitarios. Y pues sí, es lógico, a falta de espacio en albergues se puede entender que el sentido de supervivencia los lleve a ocupar casas abandonadas, casas abandonadas que por cierto son producto del desmadre urbano que tenemos.
La cuestión, entonces, es cómo abordar la narrativa regiomontana de una metrópoli pujante, industrial, emprendedora y con billete en relación al tema migrante. Propuestas como la de Anáhuac apuntan a que es una carga y un lastre. ¿Y si lo tomamos como una oportunidad y un reto? La convocatoria de una Bienal de Arquitectura en Nuevo León tendría que lidiar con estos problemas, y no con la construcción de pabellones efímeros. O qué tal si todos los foros sobre urbanismo, arquitectura y paisajismo también se aprovechan para asumir la oportunidad de hacer del Área Metropolitana de Monterrey un lugar que se acepta diverso, heterogéneo e incluyente, y cuyo trazo no debería separarnos por tipo de ingreso socioeconómico.
Lo padre es que sí hay una sociedad regiomontana que se organiza para aceptarse diversa.
La cuestión migrante en México / Monterrey
j. zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente: Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema “Acciones para una ciudad mejor”.
05.ago.19