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17.feb.2021

Banderas migrantes de Casa Nicolás

Las experiencias de quienes migran nos permiten advertir las muchas dimensiones de nuestra identidad. Junto con ellos, podemos reinventarnos y construir nuevas redes de solidaridad.

POR Pablo Landa Ruiloba / Lectura de 18 min.

Las experiencias de quienes migran nos permiten advertir las muchas dimensiones de nuestra identidad. Junto con ellos, podemos reinventarnos y construir nuevas redes de solidaridad.

Lectura de 18 min.

México es un país de origen, tránsito, destino y retorno para migrantes de todo el mundo. En Monterrey, desde hace aproximadamente 15 años comenzó a incrementarse la presencia de personas que cruzaban la ciudad en sus trayectos hacia los Estados Unidos. La mayoría eran sujetos de desplazamientos forzados originarios de Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua.

Para ofrecerles un lugar donde pasar la noche, en 2007 se estableció Casa Nicolás, un albergue ubicado en el municipio de Guadalupe. Desde entonces, se ha intensificado la violencia en Centroamérica y México y, en consecuencia, han aumentado los flujos migratorios. Las dificultades para ingresar a los Estados Unidos han conducido a que cada vez más personas busquen establecerse en Monterrey por unos meses o de manera permanente. En este contexto, Casa Nicolás ha ampliado sus alcances, convirtiéndose en un centro de servicios sociales y de defensa de los derechos humanos (también han surgido otras organizaciones, como Casa Monarca, que ofrecen asistencia a refugiados y les ayudan a integrarse a la ciudad).

Damián Ontiveros, artista regiomontano, comenzó en 2015 a impartir talleres de arte en Casa Nicolás, los cuales contribuyeron a la conformación de este espacio como un centro comunitario. Los participantes en los talleres se relajan, reflexionan y aprenden junto con sus compañeros de viaje. Algunas de las obras más destacadas de Damián han surgido de estas interacciones; parte del proyecto “No retén, migración y visibilidad” (2016) consistió en una serie de autorretratos realizados por personas migrantes que se presentaron en la Casa de la Cultura de Nuevo León. Durante la muestra, Damián pintó sobre ellos con pintura negra, como intervención crítica que subraya su invisibilización. En otro proyecto, Damián invitó a personas migrantes a reproducir a escala 1:1 lienzos de artistas del siglo 20 como Mark Rothko y Jean-Michel Basquiat, quienes fueron también migrantes.

En 2018 me acerqué a Damián para colaborar con él. Comenzamos a impartir talleres juntos. Antes de iniciar, hablamos sobre nuestras experiencias previas en albergues de migrantes. Observamos que cuando los talleres de dibujo son sobre temáticas libres, es muy común que los los participantes hagan representaciones de banderas y escudos nacionales, las cuales muchas veces van acompañadas de expresiones de orgullo como “Catracho 100%”. ¿Por qué tienen tanto peso las identidades nacionales cuando la migración es, en buena medida, consecuencia del fracaso de los estados-nación? Si Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y México expulsan a tantas personas de maneras tan violentas, llama la atención que los apegos a estas naciones se mantengan intactos. En los talleres hemos explorado estos temas y procurado imaginar junto con los migrantes otras maneras de pertenecer y existir con los demás.

En los talleres, confirmamos que dar expresión gráfica a las distintas comunidades de las que somos parte conduce a reflexiones sobre la complejidad de nuestra identidad.

Contextual

→ Expresiones gráficas de identidades compartidas

En los primeros talleres, invitamos a los migrantes a diseñar banderas que representaran otras identidades. Les preguntamos con qué colectividades se identifican y qué espacios comparten con sus miembros. Hubo quienes hablaron sobre la historia de México y Centroamérica, que alguna vez estuvieron vinculados en una entidad política y hoy lo están por los flujos migratorios. Otros hablaron sobre las condiciones políticas y económicas comunes del triángulo norte de América Central. Con base en estas reflexiones, produjeron banderas que combinan elementos de dos o más países. Una de ellas, realizada por Davis Jarquín, incluye los colores de las banderas de México y de Nicaragua y tiene una cruz al centro. Su autor nos dijo que representa a estos dos países “unidos por la cruz de Cristo”. Al viajar y sufrir en el camino, asediados por el crimen organizado y las autoridades que los hostigan, los migrantes dan forma a México y Nicaragua como un solo espacio.

Otros hablaron sobre la identidad compartida de las personas migrantes independientemente de su origen, y produjeron banderas para representarlos como comunidad. Una de ellas tiene una imagen de un ferrocarril que se pierde entre las montañas. Su autor, Christian de Jesús de Paz, la llamó “La bandera del tren”. Las banderas nacionales están con frecuencia adornadas con escudos que evocan mitos de origen o eventos históricos, como el águila comiendo una serpiente de la bandera de México o el quetzal que se posa sobre la declaración de independencia de Guatemala. En la bandera que hizo Christian, originario de Guatemala, la bestia se convierte en emblema compartido por quienes viajan en ella. Su identidad se forja en los peligros de los trayectos a través de México como polizones en trenes de carga. Dos personas de una misma ciudad que se encuentran en otro sitio asumen cierta complicidad cuando descubren expresiones compartidas o recuerdan los mismos lugares. Quienes están representados por “La bandera del tren” se reconocen en la experiencia de haber viajado en la bestia.

También hubo quien diseñó banderas para representar a comunidades más inmediatas: su barrio, su grupo de amigos o su familia. Un migrante que decidió no registrar su nombre realizó una bandera con una franja azul para representar a El Salvador, una verde para representar a México y, al centro, una franja blanca con una AK-47 y los nombres de sus hijos, Davickson y Neymar. La bandera es emblema de una familia forjada en la violencia que sustentan las pandillas de América Central, los cárteles en México y los policías y militares de distintos países. Su identidad está marcada también por la separación familiar: Davickson y Neymar están en El Salvador, mientras que su padre pasó por Monterrey con la intención de llegar a los Estados Unidos. En banderas como ésta, los mitos y gestas históricas de las banderas nacionales son desplazados por historias en primera persona. Con estos ejercicios, confirmamos que dar expresión gráfica a las distintas comunidades de las que somos parte conduce a reflexiones sobre la complejidad de nuestra identidad. Ofrece además una avenida para alejarnos de expresiones aprendidas en escuelas y rituales de estado para definir de manera consciente quiénes somos y a quiénes debemos lealtad.

→ Talismanes para acceder a nuevas realidades

Después de varios talleres de producción de banderas, abordamos otros símbolos de la identidad nacional. Los migrantes diseñaron también pasaportes y billetes.

Entre los que realizaron pasaportes hubo quienes siguieron la misma línea de los que hicieron banderas multinacionales. Un migrante que prefirió no registrar su nombre propuso un pasaporte para las personas nacidas en la “República Unida de Latinoamérica”, y escribió los nombres de los “29 estados que conforman la nación”. Brenny Campos Sevilla hizo un pasaporte “mundial” con el cual “se puede andar en todos los países”. En una variación de la misma idea, un migrante que firmó como “Catracho”, hizo un documento que dice en portada “Passport World Wide”. En su primera página establece, en inglés, que puede ser portado sólo por personas “que aman la naturaleza y desean la paz mundial”. Es decir, define la pertenencia en una comunidad que otorga derechos para viajar no como resultado del lugar de nacimiento —algo más allá de nuestro control— sino como consecuencia de compartir ciertas convicciones.

Quizás por tratarse de documentos que representan tanto a países como a los individuos que los portan, los pasaportes fueron espacio fértil para narrar historias y anhelos personales. Uno de ellos tiene las palabras “Honduras” y “Río Patuca” en la portada, como referencia al país y región de origen de su portador. En sus páginas interiores dice “Pasaporte del joven Luis Alfaro de ir a Estados Unidos y trabajar cinco años y regresar a Honduras donde está mi familia”. Otros incluyeron su nombre y los de los familiares que han dejado atrás como expresión de su esperanza de encontrarse algún día en el destino proyectado. El documento serviría no sólo para quién lo hizo, sino para todas las personas registradas.

Los pasaportes también fueron espacio para exploraciones estéticas más abstractas. Daniel Zuleta, originario de Guatemala, hizo un pasaporte con la bandera de su país en la portada, su nombre en la segunda y el dibujo de una carretera al centro de la tercera página que se extiende a las siguientes. En las páginas centrales dibujó un coche deportivo. Este pasaporte sugiere la idea de tránsito libre mediante la conversión de las páginas normalmente reservadas a sellos y visas en una representación de movimiento. Otro pasaporte con mayor complejidad conceptual es el “Pasaporte para la salvación completa”. En sus páginas hay un texto que incluye frases como “Welcome a la nueva vida” y “Compromiso: amar a Dios sobre todas las cosas”. Jhonson inscribió su nombre como portador del pasaporte y registró su nacionalidad como “Honduras y humanitaria”, es decir, miembro de la humanidad. Esta descripción sugiere que la salvación desconoce fronteras.

Los pasaportes introdujeron la idea de falsificación a los talleres, explorada antes por Damián en la reproducción de pinturas de grandes maestros del siglo 20. En dos de los talleres, realizamos sellos para marcar los documentos y jugar así con los parámetros de la oficialidad. Uno dice “Bienvenidos” y otro es una mano con el dedo pulgar levantado para expresar “Me gusta”, como en Facebook. Con estos sellos, los participantes intervinieron sus pasaportes y los de sus compañeros. Buscamos así convertir el taller en un espacio para afirmar los deseos, historias e identidades de los demás.

→ Campos de batalla entre héroes y villanos

Muchos de los billetes que se desarrollaron en los talleres sirvieron, como las banderas y pasaportes, para formular representaciones de la identidad compartida entre varios países.

Uno tiene el sello del “Banco Central de Centroamérica”; otro dice que fue impreso por el “Banco de México y Honduras”. Juntos conjeturamos que tendrían valor más allá de las fronteras nacionales. En otras ocasiones, hablamos sobre los usos de los billetes: ¿Por qué se podrían intercambiar? ¿De dónde derivarían su valor? José Chávez Hernández dibujó el “Billete de la libertad y la esperanza”, el cual permitiría acceder a estos valores intangibles. Jonathan dibujó el “billete una meta” y explicó que podría ser intercambiado por una meta alcanzada. Está ilustrado con un paisaje con una bandera de El Salvador, un camino asolado por una tormenta y, detrás de una línea, los Estados Unidos.

El análisis de los billetes de distintos países condujo a reflexiones sobre el papel de los héroes nacionales en la construcción de la historia oficial de los estados. Algunos de los participantes reprodujeron los rostros de los héroes que han visto en billetes; otros dibujaron a personas no han sido aún consagrados en papel moneda. Un migrante hondureño dibujó a Lempira en un extremo de su billete y en el otro, a Donald Trump y al entonces presidente de México, Enrique Peña Nieto. El primero dice, “Si dejas pasar a migrantes te mato”. Peña Nieto contesta, “Pues mátame cabrón”. Si bien Peña Nieto hizo poco por defender a los migrantes, el autor de este billete lo imaginó como líder de la resistencia contra la política migratoria punitiva de los Estados Unidos. Así se construyen los héroes: como representaciones de ideas que muchas veces no corresponden con sus acciones.

Otros migrantes, al ilustrar sus billetes con antihéroes, cuestionaron las culturas nacionales que envuelven a figuras cuestionables en un aura de perfección.

Wilmer Alvarado dibujó a Juan Orlando Hernández, presidente de Honduras, como un alacrán llamado “Juan Robando” atacando a una persona con la leyenda “Nuestro pueblo”. En el billete de Lenin Argueta, Juan Orlando aparece como criatura fantástica acompañada del texto “cara de cínico”. Estos billetes se realizaron en un taller en el que, hablando de símbolos comunes de los países de América Central y México, descubrimos que en todos existía el mito del chupacabras. Los migrantes recordaban con lujo de detalle no sólo historias sobre muertes misteriosas de ganado en sus comunidades de origen, sino también los programas que con frecuencia dedica el Discovery Channel a este ser fantástico. Damián recordó que el chupacabras comenzó a avistarse en los años noventa, en el contexto de la apertura económica de la región y de las crisis económicas que le siguieron, y observó que en México muchos lo asociaron con la figura y legado de Carlos Salinas de Gortari. De ahí surgió su asociación con el actual presidente de Honduras.

El chupacabras es un ser endémico del sistema económico y político que comenzó a tomar forma en los años ochenta y se consolidó en los noventa. La apertura de las economías locales condujo a la precarización del trabajo y al despojo de tierras. La integración con los Estados Unidos mediante tratados de libre comercio propició el movimiento de poblaciones entre los países de la región. Al desistir los estados de algunas de sus funciones, el crimen organizado comenzó a ocupar algunos espacios y las autoridades respondieron militarizando la seguridad pública. Estos factores sustentan la pobreza y la violencia en México y América Central que han desplazado a millones. El chupacabras, como ser que roba a pequeños productores sus medios de subsistencia y que viaja sin ser visto por todo el subcontinente, es un mito adecuado para este contexto. Es adecuada también la asociación de este ser con Juan Orlando, una figura política apoyada por los Estados Unidos y ligada al narcotráfico y otros intereses económicos transnacionales.

Al la par que cuestionamos nuestra identidad como seres nacionales, podremos también analizar nuestra identidad como ciudad: Monterrey no es ya la ciudad del trabajo y la industria, con oportunidades para todos y generosas prestaciones laborales.

Imagen tomada del reportaje “Monterrey: La parada ignorada en la ruta del migrante” de Chantal Flores, publicado en Vice.

→ Imaginar y ejercer otras solidaridades

Al iniciar la pandemia, Casa Nicolás cerró temporalmente sus puertas. Quienes estaban en el albergue fueron invitados a permanecer ahí. Durante los siguientes meses, los cerca de cincuenta residentes de la casa construyeron juntos una nueva rutina. Aurelio nos contó que en un inicio algunos jugaban cartas todo el día, otros veían videos de YouTube. Poco a poco, fueron encontrando otras actividades: Aurelio consiguió una máquina de coser y aprendió a usarla. Se pasaba los días haciendo o arreglando ropa. Cuando lo conocimos, Damián y yo decidimos invitarlo a colaborar con nosotros. Seleccionamos cinco representaciones de banderas realizadas en los talleres y llevamos tela para que Aurelio las convirtiera en banderas que pudieran izarse en un asta.

Al dejar Casa Nicolás a finales de 2020, Aurelio nos entregó las banderas. Pronto realizaremos ceremonias para presentarlas y discutir sus implicaciones. Hablaremos de las personas migrantes como sujetos con identidades múltiples y en permanente formación. Sus historias nos permiten reflexionar sobre las nuestras: al viajar y al llegar a nuevos destinos, quienes migran se reinventan y, en buena medida, nos marcan la pauta para reconocernos como parte de comunidades diversas, más allá de lealtades a países o naciones.

Las experiencias y perspectivas de los migrantes también nos permiten imaginar nuevas solidaridades. ¿En qué nos convertimos cuando cuestionamos identidades aprendidas y las distinciones que imponen? ¿Qué descubrimos al advertir que la emergencia en la que viven los demás es también nuestra emergencia? ¿Qué banderas podemos ondear juntos?

Los habitantes de Monterrey tenemos una perspectiva privilegiada para responder a estas preguntas. Desde el siglo 19, los regiomontanos hemos dudado de la identidad nacional promovida por las autoridades federales. Al la par que cuestionamos nuestra identidad como seres nacionales, podremos también analizar nuestra identidad como ciudad: Monterrey no es ya la ciudad del trabajo y la industria, con oportunidades para todos y generosas prestaciones laborales. Las colonias donde se congregan migrantes y refugiados están muy alejadas de los símbolos de la ciudad y de los mitos que sustentan. A medida que se van consolidando, con música norteña, vallenata y punta hondureña en el aire, pueden ser epicentro de nuevas maneras de narrar quienes somos.

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Banderas migrantes de Casa Nicolás

Escrito Por

Pablo Landa Ruiloba

Fecha

17.feb.21

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