Abandonar “x”, una decisión más simbólica que táctica.
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Una semana antes de las elecciones en Estados Unidos, con un Elon Musk completamente volcado en la campaña de Donald Trump [y con la amenaza de integrarlo a su gabinete en caso de ganar], la idea de abandonar nuestra cuenta en “x” —antes Twitter— cobró más fuerza.
Sobra decir que nuestro arrastre era minúsculo y de presencia esporádica: “x”, como cualquier otra plataforma que actualizamos fuera de este sitio web, funcionaba simplemente como una vía para la distribución de nuestros artículos y nada más.
Por decisión, convicción y todo tipo de limitaciones técnicas [ya ni se digan presupuestales], «contextual» es y seguirá siendo, en el futuro previsible, la antítesis de las buenas prácticas de engagement en plataformas de redes sociales. Sin compromisos publicitarios de por medio, ni el más mínimo interés por participar en las dinámicas de programación, volumen de posteo o la colocación de ads para generar tráfico, la decisión de abandonar “x”, para nosotros, es más simbólica que táctica.
Entonces, si nuestra presencia en “x” era tan insignificante, ¿por qué dedicarle un artículo a esto? Además de razones coyunturales que abordaremos brevemente, se nos presenta nuevamente un tema de fondo que es de nuestro interés y que, a lo largo de estos 10 años, hemos intentado analizar mientras observamos la descomposición del ecosistema de medios independientes [textuales].
De entrada, se ha registrado una desbandada de millones de usuarios de “x” que están encontrando refugio en plataformas con funcionalidades similares a la mejor versión que ofreció Twitter, como Bluesky [a donde, por cierto, terminamos por mudarnos] o Mastodon; pero también, la decisión de organizaciones mediáticas y periodísticas del calibre de The Guardian, de dejar de publicar en “x” al considerarla una «plataforma de medios tóxica» que le ha permitido a su propietario, Elon Musk, «utilizar su influencia para moldear el discurso político».
¿Por qué quedarse en una plataforma que sirve a los intereses personales del tipo más rico del mundo y que tuerce el algoritmo [de por sí ya torcido] para promover sus propios tuits, darle eco a conspiraciones y a los mensajes más ultras? ¿Por qué quedarse en una plataforma cuyo dueño será, al mismo tiempo, juez y parte en el nuevo gobierno que configura Trump como recompensa por sus contribuciones millonarias?
Quizá estos cuestionamientos parezcan ajenos al ecosistema mexicano que envuelve a “x”. Sin embargo, cualquiera que aún mantenga una presencia activa o fantasmal en esa plataforma se habrá dado cuenta que la pestaña “For You” se ha convertido en un festival de hilos absurdos, videos “curiosos” [por decir lo menos] y todo tipo de contenido insultante. Free speech, le dicen.
Ocasionalmente, todavía es posible encontrar reflexiones valiosas, enlaces con lecturas interesantes, actualizaciones en tiempo real de eventos [con todas las reservas previas a su verificación] y hasta ingeniosas puntadas. Sin embargo, el mar de insultos y aplausos entre quienes defienden posturas extremas en “x” es mucho más vasto. Además, resulta difícil navegar entre la basura: la proliferación de cuentas que publican contenido “curioso”, con decenas y a veces cientos de miles de seguidores, se han consolidado en “x” como “curadores” de lo innecesario.
De fondo, la desbandada de “x” potencialmente representa una nueva oportunidad para replantear el valor del texto, incluso en su versión limitada de caracteres, frente al dominio absoluto de la imagen y la oralidad. Sí, también es una oportunidad para rehacer las dinámicas de convivencia o incluso para reajustar los límites de la libertad de expresión de una red social que alguna vez fue considerada “la plaza pública digital” [que igual lo sigue siendo, pero ahora con un escenario muy específico de usuarios congregados en esa plaza a altas horas de la madrugada, embriagados de opinión]. Sin embargo, como medio independiente que aún cree en el valor que aporta el texto [un formato en franco declive], podemos darnos el lujo de no desgastarnos en esa batalla cultural.
Ya entrados en la segunda década desde la aparición de las redes sociales, el texto sigue hundiéndose al fondo de las prioridades de consumo de una audiencia que, hoy en día, es en sí misma una marca y plataforma de contenidos de la palabra hablada.
Se sabe que los algoritmos de las redes sociales valoran más un video que una imagen estática, así que los usuarios, por lo tanto, han actuado en consecuencia apareciendo a cuadro para, entre otras cosas, generar más vistas. Ahora, trasladado a nuestro nicho, por supuesto que esa imagen estática con palabras y que, además, conlleva una acción [«Liga del artículo en nuestro perfil»], tiene una atractivo muy relegado.
No es queja, es anécdota.
Hace poco, The New York Times comenzó a experimentar con nuevos formatos en video y audio. Más allá de una sección típica de videos o de sus propios podcasts, el periódico ahora integra videos verticales de corta duración, una referencia explícita a los Reels de Instagram o TikTok, con periodistas que aparecen a cuadro dando un panorama sintetizado del artículo. El resultado es problemático pero interesante: al incluir estos videos en la primera capa de información —su portada web—, el Times le ofrece a su audiencia más involucrada en las dinámicas de redes sociales la opción de consumir de manera pasiva un video corto de minuto y medio [algo a lo que ya están acostumbrados], en lugar de tener que leer un texto de 10 mil caracteres que requeriría una lectura activa.
No solo eso, ahora algunos de los columnistas del NYT están grabando sus columnas de opinión para ser consumidos como audios.
El periódico El País parece estar siguiendo esta misma línea trazada por el NYT, aunque en una fase más experimental y de prueba porque solo lo hemos detectado en uno que otro artículo, como este sobre la Reforma Judicial en México [catalogado como «video»].
Habrá que esperar para ver si la integración de dinámicas visuales funciona más allá del consumo de videos cortos en medios cuya esencia es la elaboración de texto. Idealmente, estas técnicas deberían atraer lectores y revalorizar la importancia de la escritura y los procesos individuales de asimilación que provoca la información escrita.
Cabe aclarar que no buscamos imponer una dictadura de la escritura y la lectura del texto sobre la imagen y la oralidad; no se trata de sustituir una cosa por otra, sino de complementar la experiencia de asimilación de información, sin que ello implique la pérdida de un formato que, consideramos, aún tiene mucho que ofrecernos.
Por lo pronto, a disfrutar el momentum anti-“x” que se lo tiene bien ganado.
«Queda muy poco trabajo remunerado en la creación y edición de textos para lectores, porque, como muchos comentaristas se apresuran a señalar, cada vez menos personas se molestan en leer y la sociedad, supuestamente, está volviéndose cada vez más “post-letrada” [...] Sin embargo, lo que parecía una oralidad secundaria durante el auge de Twitter podría tomar una forma diferente en Bluesky. Si Twitter alguna vez sirvió para hacer que el texto pareciera más inmediato y relativamente similar al habla, en comparación con la forma dominante de los medios impresos, Bluesky podría interpretarse como un refugio donde los “textualistas” alienados se reúnen para intentar mantener viva una versión de lo que alguna vez fue la cultura impresa.»
Equis
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17.nov.24