Un desvarío que intenta encontrar nuevas formas de capturar la atención, pero falla en el intento.
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En un intento [fallido] por descubrir el hilo negro, por fin admití que el Internet está fragmentado. Es como un campo infinito de brincolines, y aunque los saltos son dramáticos, erráticos, aleatorios e inconexos, de alguna manera todo hace sentido. La fragmentación es producto de la adopción masiva de plataformas de microblogging y la habilidad de scrollear con smartphones. Desde entonces, la brevedad domina la producción y el consumo de contenidos. Para intentar describir este panorama digital hace falta agregarle el sufijo "multi-" a palabras como plataforma, temático, estilo. Y entre más trato de explicarlo, más caigo en cuenta de lo inverosímil de seguir apegado a la idea del repositorio de información, del sitio web al que se acude con frecuencia para consultar algo.
Este desvarío no es ni casual ni ocioso, se desató con la reiterada sensación de desconcierto que me produce entrar a un sitio de noticias, al portal de un periódico o al de una revista. Enfatizo en la acción de entrar porque estoy consciente que está en desuso eso de teclear una dirección web en la barra del navegador para ir directamente a una publicación, vaya, todo lo que acabo de describir suena anticuado; es más probable llegar hoy a una nota, artículo, ensayo o editorial [es decir, toda pieza escrita] de rebote, dando click a la liga por mera casualidad y/o por los esfuerzos de diseminación [o infiltración] de las personas encargadas de postear la pieza en múltiples plataformas. En esta era del microblogging y la brevedad, ahora la prensa actúa como lo hacía la publicidad en sus páginas [de papel]: intentando robar nuestra atención, como una especie de distractor [por no decir estorbo] que trata de infiltrarse en el río de contenido entretenido en el que nadamos.
Estas reflexiones son producto de la curiosidad pero también de un replanteamiento personal de cara al Texto, así en mayúscula, a lo escrito, a ese rarísimo proceso de dialogar con uno mismo para plasmar en palabras esos diálogos que, después y con suerte, serán leídos por otras personas y que, con mayor suerte, potencialmente pueden detonar en ellas conversaciones durante y/o al finalizar la lectura. Esa interacción casi alquímica de escritura-lectura es muy distinta al consumo de, por ejemplo, podcasts o videos; la lectura de una pieza escrita no puede dejarse de fondo mientras se cocina, se maneja o se ejercita, no es una actividad pasiva, requiere de cierto compromiso y de estar dispuesto a entablar diálogos internos con ese otro yo [¿u otros yos?], el yo que lee.
Con esto no pretendo declarar a un formato mejor o peor que otro, tan sólo exponer que son distintos. Lo que sí me atrevo a declarar es que el formato textual está perdiendo relevancia. Y ni siquiera me refiero a los "de largo aliento", hoy más de tres párrafos ya se sienten letanía [lo siento]. ¿Es relevante esa pérdida de relevancia? ¿Si? ¿Para quién? Ya ni sé. Aunque mi postura sigue siendo relativamente la misma desde que iniciamos con «contextual» [independiente, libre de anuncios, publicación esporádica, métricas indiferentes], hoy ya me cuestiono qué caso tiene escribir o editar un ensayo de 10, 15 o 20 mil caracteres que vive "exiliado" en un repositorio [un sitio web] aislado del flujo de ocurrencias, opiniones, insultos, humillaciones, memes, bots, videos, propaganda, conspiraciones, anuncios, imágenes y demás "content" que inundan las plataformas de microblogging. Y todavía más me lo cuestiono por el esfuerzo adicional que implica anunciar en plataformas que por acá, del otro lado del río, hay un ensayo delirante que te va a volar la cabeza [no es este] pero que probablemente te va a quitar más de 10 minutos de tu tiempo.
Y luego está la competencia por la atención. Entiendo que entre periódicos se compite por los clicks, porque buenas métricas venden anuncios y, en teoría, pagan la nómina. Por eso una nota puede postearse tres o cuatro veces al día con distinto copy para tratar de infiltrarse en el momento justo de tu scroll, con la esperanza que des click. Pero una cosa es competir por la atención y otra es competir contra el desprecio, esa batalla está perdida. El constante scrolleo de feeds es un acto de ninguneo y desprecio. No me queda duda que el contenido que ignoramos y despreciamos es descomunalmente mayor al que nos engancha e interactuamos, y no pasa nada, así es esto, pero nos estamos acostumbrando a la serendipia, a lo que se vuelve viral o popular. Y luego nos quejamos de la fatiga digital por "sobrexposición", así entrecomillado porque nos cansa más el scrolleo [es decir, el ninguneo] que el consumo de contenido [pero el tiktok de las botellas de vidrio que caen sobre una escalera va que vuela para superar los 300M de views al momento de escribir esto].
No es queja, o bueno, sí lo es un poco pero qué se la hace. Tampoco voy a culpar al Internet por mi cuadro agudo de writer's block [inicialmente iba a escribir sobre la música de mitad de año y heme aquí, desvariando sobre hábitos de consumo de contenido que uno no puede controlar]. Quizás la desbandada de proyectos editoriales independientes, tanto en papel como en formato digital, responde más a una falta de creatividad que a una falta de interés por la lectura de más de 240 caracteres. Ponle, pero sinceramente ya no sé y vaya que es un tema al que le he dado seguimiento: tanto en español como en inglés, he visto proyectos que se declaran en hiatus, se quedan sin fondos o simplemente desaparecen, dejando vacíos que son rápidamente llenados por otros de corta duración. Al mismo tiempo, también he visto cómo el contenido patrocinado crece, muchas veces sin declarar ante el público que se trata de un esfuerzo de marketing para posicionar tal o cual brand. Y no me refiero a burdos publirreportajes pagados por políticos o desarrolladores inmobiliarios en periódicos locales, sino a toda una sofisticación de patrocinios de emprendimientos editoriales ligados a marcas de estilo de vida, moda, alcoholes o hasta apps.
¿Importa de dónde provienen los ingresos para mantener a flote un emprendimiento editorial? Como ya se imaginarán, ya ni sé. Bueno, matizo: claro que importa cuando se trata de un medio de corte periodístico y los patrocinios suponen un conflicto de interés con la independencia editorial. Pero cuando se trata de content, pues qué más da. Aquí sí vale hacer una distinción entre artículos noticiosos y piezas periodísticas, versus contenido; en unos [en teoría] hay un interés público de informar, señalar y cuestionar a la autoridad [y aquí toda autoridad, toda, incluyendo la que ejerce poder cultural, sean de derechas o de izquierdas, la pierden gacho], tanto por contrapeso como por marcaje personal de rendición de cuentas ante abusos, corruptelas y demás decisiones que afectan a la sociedad; por otro lado está el content que, si bien puede tener un contexto político, se enmarca más en la creatividad, el estilo e incluso la forma.
Y es precisamente ahí, en el marco de la creatividad del content, donde creo que hemos fallado quienes nos identificamos más con el formato textual, el del ensayo. No me malinterpreten, un buen texto sigue siendo un buen texto, independientemente si es de una cuartilla o de kilométrica extensión. Tampoco me refiero a una falta de creatividad en el estilo de redacción, pues hay quienes tienen la capacidad de retener nuestras atención párrafo tras párrafo. Por falta de creatividad me refiero, por un lado, al empaquetado: [no que nos importe mucho aquí, pero] el formato cabeza, intro, imágenes de apoyo y quince párrafos no tienen mucha chance contra una ocurrencia efímera, un reel o un video de uno a tres minutos que puedes saltar o ignorar con la facilidad de un gesture para ver otra ocurrencia efímera, reel o video; por otro lado [y tampoco que nos importe mucho aquí, pero] está el carácter monotemático de un ensayo, que se contrapone a la dopamina del scroll aleatorio.
Platicando [terapeando, mejor dicho] hace unos días sobre esto con Rebeca, intenté describir esta frustración. ¿Y qué si parte del desinterés por el formato textual tiene que ver con su estructura anti-random? ¿No será que el truco [si por "truco" entendemos captar la atención del respetable] está en emular el efecto scroll en una pieza escrita? ¿Por qué, por más que uno le intenta y le varía, terminamos siempre en el mismo formato cabeza, intro, imágenes de apoyo y quince párrafos? Si, ya sé, tampoco se puede reinventar la rueda, por esto advertí desde un inicio del intento [fallido] por descubrir el hilo negro.
El substack regios will be regios de Max, por ejemplo, logra muy bien ese balance entre lo breve pero profundo, lo aleatorio pero monotemático [a fin de cuentas es un newsletter «sobre la experiencia de vivir en Monterrey»], manteniendo un agudo pero entretenido análisis sobre la vida regia. Lo mismo podría decirse de la columna de Carlos Celis en La Lista [apropiadamente titulada "Híbrido"] o hasta la multi-categorización de un sitio-proyecto como e-flux. Aquí incluso incursionamos en ese formato de efecto scroll con la serie ‘Notas y Recuerdos’ [en pausa], un compendio semanal de observaciones [por no decir taches] sobre la prensa.
Quizás este desvarío terminó siendo más una auto-crítica que otra cosa, ponle. Obvio no pretendemos competir contra el entretenimiento del Internet o ganarle al desprecio de tu scroll [¿quién puede?], pero igual y no está de más tener estas reflexiones para incursionar, de vez en cuando, en "nuevas" estructuras de piezas textuales, en intentonas disruptivas [pues ya qué, utilizando la jerga de los creadores del microblogging y la era de la brevedad] que "roben" tu atención. Ponle.
[Ya qué. Nótese el uso indiscriminado de texto para esta reflexión.]
Ponle.
j. zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente: Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema “Acciones para una ciudad mejor”.
18.jul.23