Con la lenta pero constante infiltración reaccionaria en la psique regiomontana, el escenario electoral en Nuevo León pinta para una desagradable disyuntiva.
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La inercia electoral en Nuevo León ha comenzado. Aunque oficialmente las precampañas deberían arrancar la tercera semana de noviembre, las y los aspirantes a puestos de elección y reelección popular llevan meses con una estrategia oportunista en redes sociales: la maquinaría del branding político está operando en forma de videos, nuevos cover photos, giveaways, frases creativas, entrevistas pagadas y hasta “comerciales” disfrazados de informes de actividades. Contenido promocional que termina por colarse en nuestros feeds gracias a que la compra de ads en redes sociales no está propiamente regulada ni fiscalizada, lo que prácticamente les da camino libre para impulsar su imagen política como influencers frustrados.
El ciclo de noticias y la atención mediática local tampoco tardan en concentrarse en la ciencia esotérica de las encuestas; más que dar certeza sobre la preferencia de la gente, es un amortiguador de contenido fácil para la prensa. Por lo pronto, ya se están publicando perfiles para presentar a las y los aspirantes a la gubernatura y alcaldías más importantes en entrevistas que, por cierto, no incomodan, no cuestionan y más bien parecen comerciales. Los chismes de pasillo o trascendidos hablan de las peripecias más recientes de los partidos políticos en busca de alianzas electorales que, lejos de acordar plataformas y agendas en común, lo único que buscan es asegurar la mayor cantidad de votos.
En juego está el paquete completo: la gubernatura del estado, 42 diputaciones estatales y las 51 alcaldías municipales. Y todo parece indicar que la elección del 6 de junio de 2021 se encamina, otra vez, hacia un concurso de popularidad, simpatía y creatividad publicitaria, un reality de la política local que ignora y no discute con seriedad los temas que, aunque incómodos, son esenciales para transformar esa mentalidad regiomontana que tanta pena u orgullo generan.
Estos temas podríamos englobarlos en las agendas feminista, ambiental y de desarrollo urbano:
Se debería caer ya (y con urgencia de inmediato). Igualdad, equidad y paridad de género. Despenalización del y derecho al aborto. Ponerle un alto a la misoginia, el machismo y a la(s) violencia(s) en contra de las mujeres en los ámbitos familiar, social, académico, laboral, mediático y estatal.
¿Para qué queremos montañas si no las vamos a poder ver? Inversión de infraestructura acorde a la jerarquía de movilidad (peatones, ciclistas y transporte público —en ese orden— primero y antes que el automóvil particular). Regular y sancionar a las industrias contaminantes. Y aunque suene redundante, protección de las Áreas Naturales Protegidas.
Una radical transformación de la desigualdad socio-espacial. En un escenario post-covid, urge la creación de espacios públicos incluyentes, seguros y arbolados, diseñados con el principio de accesibilidad universal y ubicados en zonas de la metrópoli con menor acceso a la recreación y el esparcimiento. Además, un improbable: construir vivienda asequible (ni modo, habría que intervenir el mercado para garantizar que el boom inmobiliario incluya vivienda social).
Sin embargo, en los últimos tres años han surgido en el estado amagues reaccionarios que impulsan una agenda amplia de antiderechos con impacto local y nacional: ya sea desde el Congreso del Estado, organizaciones civiles, movimientos vecinales o el terrible espectáculo virulento de FRENAAA (antes llamado el Congreso Nacional Ciudadano, encabezado por Gilberto Lozano), se ha configurado una pequeña pero mediática “resistencia” de derecha que se aprovecha del tradicional conservadurismo regio para estirar la liga hacia un extremo peligroso. Cegados por la fe, el elitismo y clasismo, la misoginia y el machismo, el racismo y la xenofobia, estos amagues no sólo tienen eco en una prensa que se limita a “reportar los hechos” con imparcialidad, sino que tienen vida propia en las redes sociales y representatividad legislativa.
No debe sorprender que se replique en Nuevo León, aunque sea a un nivel microestatal, aquellos fenómenos internacionales de acomodo de fuerzas conservadoras, reaccionarias y retrógradas: un sector de la población mantiene una cercanía un tanto aspiracional con la cultura estadounidense y, por increíble y contradictorio que parezca, una afinidad “ideológica” con el movimiento del Tea Party que ha desencadenado un viraje a la extrema derecha en Estados Unidos. Movimiento conservador que, por cierto, también ha despegado con la propagación de desinformación, fake news y absurdas teorías de conspiración como QAnon (cuyo máximo exponente en México es la actriz Patricia Navidad).
Recientemente se llevó a cabo la cumbre inaugural de la Internacional Progresista. Más allá del feel good de la constante madreada a la derecha o el riesgo latente de caer en sectarismos, vale la pena retomar algo de la plática que dio Noam Chomsky en donde plantea esas dos grandes disputas (y que tienen eco en una versión tropicalizada en Nuevo León):
Volviendo a las grandes crisis que enfrentamos en este momento histórico, todas son internacionales, y dos internacionales se están formando para confrontarlas. Una da inicio hoy: la Internacional Progresista. La otra ha tomado forma bajo el liderazgo de la Casa Blanca de Trump, una Internacional Reaccionaria compuesta por los estados más reaccionarios del mundo.
Una de esas fuerzas está trabajando implacablemente para construir una versión más dura del sistema neoliberal global del cual se han beneficiado enormemente, con más intensas medidas de vigilancia y control. La otra mira hacia adelante a un mundo de justicia y paz, con energías y recursos dirigidos a servir las necesidades humanas en lugar de las demandas de una pequeña minoría. Es una especie de lucha de clases a escala global, con muchas facetas e interacciones complejas”.
Con la lenta pero constante infiltración reaccionaria en la psique regiomontana, da la impresión que por cada paso que se avanza se retroceden tres: desde la andanada de antiderechos promovidos en el Congreso del Estado hasta la simple discusión de temas como el “pin parental”.
A falta de una plataforma política seria que impulse una radical transformación de la vida regiomontana, esto nos deja un escenario electoral con una desagradable disyuntiva entre la “decencia” y lo retrógrada, pues parece que las opciones políticas nos orillan a escoger entre el business as usual y la ranciedad. Si a esto le sumamos que en Nuevo León los políticos más populares son lo suficientemente neutros y flexibles como para abanderar cualquier color, y que los partidos políticos tienden a comportarse como el PRI y a pensar como el PAN para ubicarse en un cómodo y tibio centro, la continuidad del Establishment sociopolítico regiomontano parece estar asegurado.
Entre la ‘decencia’ y lo rancio
j. zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente: Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema “Acciones para una ciudad mejor”.
28.sept.20