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11.mar.2019

La tierra del sinsentido común

La élite conservadora regiomontana pretende que Monterrey permanezca en una burbuja de prejuicios, con un profundo desprecio por los grupos más vulnerables.

POR j. zertuche / Lectura de 18 min.

La élite conservadora regiomontana pretende que Monterrey permanezca en una burbuja de prejuicios, con un profundo desprecio por los grupos más vulnerables.

Lectura de 18 min.

Cada vez resulta más difícil defender a Monterrey de ataques, insultos, burlas o críticas. Por Monterrey me refiero al Nuevo León urbano, dominado por una élite conservadora en puestos de poder públicos y privados. Una élite que no escucha y no ve más allá de sus creencias religiosas, la que decide qué cosas se publican en la prensa, la que “argumenta” con frases vacías, una élite desconectada generacionalmente, anquilosada y, muchas veces, retrógrada.

Es que, neta, ¿cómo defender la imposición de creencias religiosas en decisiones de gobierno o reformas de ley, como aquello de entregar las llaves de la ciudad a Jesucristo o votar en contra de los derechos de la mujer en nombre del “derecho a la vida”? Lo primero sucedió en 2013, lo segundo hace unos días en 2019, ambas decisiones provocaron orgullo y pena. El orgullo que brinda la victoria cultural, política y mediática de una forma de pensar asociada a creencias religiosas que no van con los tiempos que corren. Una pena justificada, porque da lo mismo si los dardos envenenados se lanzan desde aquí o desde otra parte del país, no son gratuitos; las críticas y las burlas responden a la confirmación de saber que Monterrey permanece en una burbuja de prejuicios, algo así como un bastión de backup del conservadurismo mexicano. Si el Bajío y Occidente caen, siempre podrán confiar en que el falso humanismo de la Sultana del Norte se aferrará a sus rosarios.

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Gran cantinfleo “parlamentario”: la justificación de darle «el derecho a la vida al no nacido».

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No saben que no saben. El grupo parlamentario del PAN utiliza justificaciones vacías basadas en creencias.

Hay que decir que Monterrey también es el punching bag favorito de los progresistas, entre otras cosas porque es bien cómodo y fácil tirarle mierda por todos lados (debería ser igual de fácil identificar, apoyar y darle difusión a los grupos que se resisten a vivir de esa manera en la ciudad). Pero más allá de servir como contenido para un buen tuit o una frase chistosa para la peda, el sinsentido común le está haciendo mucho daño a Monterrey.

Monterrey no sólo es una ciudad de contrastes, es una ciudad de contradicciones. Esto no la hace especial, México lo es también en su conjunto. Pero es curioso y francamente alarmante la concentración de misoginia, homofobia, clasismo y racismo de la sociedad regiomontana. Esto no sólo se sustenta en encuestas, también en el día a día, con la violencia física y las micro agresiones de comentarios, tanto en círculos familiares y de amistades como en redes sociales.

Contrastes, contradicciones y sinsentidos que se han elevado a rango de “sentido común”, uno con profundo desprecio por los grupos más vulnerables. Para colmo, este discurso no sólo se reproduce a través de los medios de comunicación, las decisiones editoriales de la prensa o en las vocerías voluntarias en redes sociales (María Julia Lafuente vaya que ha dejado escuela), también se materializa en otros ámbitos de la vida pública.

Y entonces nos encontramos con que este “sentido común” tiene aplicaciones “prácticas” en los problemas que enfrenta Monterrey.Si la ciudad se inunda, pues que se canalicen las cañadas; si la ciudad es insegura, pues que se hagan más fraccionamientos privados con caseta de vigilancia; si el Río Santa Catarina es un terrenote que no se usa, pues propongamos otra vez ponerle actividades ahí en su lecho; si la contaminación nos asfixia, pues echémonos la culpa mutuamente entre industria y automóviles particulares y no hagamos nada; si la mancha urbana se sigue expandiendo, pues incluyamos más municipios a la de por sí colapsada Zona Metropolitana de Monterrey; si ya no caben los automóviles en la Carretera Nacional, pues pongamos un carril extra y ya de pasada propongamos un segundo piso; si atropellan a gente en las avenidas, pues pongamos más “puentes peatonales” y ya estando ahí démosle negocio a las empresas que instalan publicidad fija; si los vecinos de la Colonia Independencia están en contra del proyecto de Interconexión Monterrey-San Pedro, entonces construyamos un monumento religioso para comprar las voluntades de la zona; y así, para cada problema una ocurrencia, un sinsentido.

De buenas que algunas se han topado con la terquedad de activistas, otras se han volado tanto la barda que por la ocurrencia ha muerto el pez.

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En “la carrera por el cielo” regiomontano, la Arquidiócesis de Monterrey se suma con el proyecto de una cruz gigantesca, como recordatorio constante de una creencia que se impone por encima de todos.

Aunque se había jugado con el concepto en décadas anteriores, Monterrey por fin se está tomando en serio esto de convertirse en una metrópoli “moderna”. O por lo menos lo está intentando hacer desde su configuración espacial, pues cuenta con el capital financiero necesario para levantar nuevas edificaciones que, estéticamente, la alejan de la apariencia de una “ciudad de provincia” (peyorativo incómodo que contradice las aspiraciones regiomontanas de primer mundo). Lo que implica no sólo una mayor atracción de visitantes, también de población fija proveniente de otras partes de México y el mundo.

Sin embargo, esa apariencia moderna esconde su carácter desigual, artificial y excluyente.

Este proceso de “modernización” es una afrenta contradictoria para quienes se identifican con el conservadurismo regiomontano. La urgencia por “aparecer en el mapa” nacional e internacional los expone al escarnio colectivo de sus sinsentidos, al tiempo que se ven obligados a verbalizar y justificar sus posturas políticas. Acostumbrados a los círculos cerrados, compactos y homogéneos, la llegada de personas e ideas “externas” debería abonar a un ambiente de apertura y debate; en cambio, el ambiente que prevalece es de confrontación y discriminación a lo diferente. Su ceguera y sordera no les permite ver ni escuchar lo que hay detrás del muro de intolerancia que han levantado: un Monterrey con un sentido común anclado en creencias políticas, religiosas y/o sociales anticuadas.

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¿Cómo dialogar y debatir cuando se imponen creencias? Un falso debate.

Si ese otro Monterrey no está representado en los medios, en la configuración espacial de la ciudad o en la toma de decisiones políticas, es porque necesita ir reclamando sus propios espacios, a veces entre gritos y empujones. Desde aquí les apoyamos.

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La tierra del sinsentido común

Escrito Por

j. zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente: Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema “Acciones para una ciudad mejor”.

Fecha

11.mar.19

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