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18.feb.2020

Por una 'nueva' historia de la ciudad

Convenientemente “la historia” que sabemos de Monterrey niega, esconde y olvida las disidencias, porque no empatan con el cuento que nos hemos contado de la fundación de la ciudad, su industrialización y su modernización.

POR Jesús Guerra Ocampo / Lectura de 12 min.

Convenientemente “la historia” que sabemos de Monterrey niega, esconde y olvida las disidencias, porque no empatan con el cuento que nos hemos contado de la fundación de la ciudad, su industrialización y su modernización.

Lectura de 12 min.

En diciembre de 1840, una banda de aproximadamente 300 jinetes comanches bajó desde el Río Bravo rumbo a Coahuila. Siguieron por el Río Sabinas, en la frontera con Nuevo León, atacaron varios poblados, atravesaron los estados de Coahuila y Zacatecas y llegaron al norte de San Luis Potosí. De ahí emprendieron su regreso, pero no sin antes hacer una última parada.

Como se relata en War of a Thousand Desertsde Brian DeLay, los guerreros atacaron la ciudad de Saltillo, aprovechando que la mayoría de sus defensores habían salido a proteger las haciendas. En total, unos 300 mexicanos y ocho comanches murieron en el enfrentamiento. Los atacantes también tomaron a unos 100 prisioneros, capturaron unos mil 700 caballos y mulas y mataron a más de mil 300 animales.

Las incursiones comanches en el Norte de México eran comunes en aquella época, particularmente devastadoras para los habitantes de la región.

También en ese año de 1840, en octubre, atacaron las afueras de la ciudad de Monterrey. Esta historia contradice las concepciones populares que tenemos de nosotros mismos y de la región. Va en contra de la idea que tenemos de la “Conquista”, pues aquello había terminado unos 500 años atrás con Cortés y Moctezuma, pero sobre todo va en contra de la idea que tenemos del norte como un desierto despoblado que los europeos fácilmente subyugaron e hicieron productivo. No debe sorprendernos, entonces, que hoy esta etapa en la vida de la región prácticamente está ausente de nuestra memoria colectiva.

La historia popular de Monterrey, tal como se enseña en las escuelas y se repite en los discursos de funcionarios públicos, consiste básicamente de tres eventos principales: la fundación de la ciudad, su industrialización y su modernización. Estas tres etapas refuerzan la narrativa histórica que nos contamos los regiomontanos sobre la conquista del desierto. En resumidas cuentas, nos decimos que los primeros habitantes blancos y europeos de la región, a través de su perseverancia y trabajo duro, lograron construir una vida sencilla y honrada en el valle de Monterrey y que luego, a través de su ingenio y, de nuevo, trabajo duro, lograron sacarle más provecho a la tierra por medio de la industria, que empezaron a prosperar lejos de la corrupción del centro del país, hasta volverse el centro económico del Norte de México.

Esta narrativa, blanca y católica, se suele consolidar en unos cuantos “grandes hombres” que son representantes de los valores de esa narrativa (pensemos en Fray Servando Teresa de Mier o Bernardo Reyes, por nombrar un par). Pero ningún personaje representa más la narrativa regiomontana como la de Don Eugenio Garza Sada.

Hijo del fundador de Cervecería Cuauhtémoc, Garza Sada no sólo se encargó de los negocios familiares, sino que financió la creación del periódico local El Norte y fundó el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores o Tec de Monterrey, así como numerosos programas de “asistencia social”. Por eso cuando el exdirector del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones Mexicanas (INEHRM), Pedro Salmerón, llamó “valientes” a los jóvenes de la Liga Comunista 23 de Septiembre que asesinaron a Garza Sada, se desató una polémica nacional que llevó a su eventual renuncia.

El incidente ocurrió el pasado 20 de septiembre cuando Salmerón, como parte de su esfuerzo por incorporar la historia contemporánea del país en el debate nacional, publicó una pequeña efeméride conmemorando la muerte del empresario regiomontano. A pesar que el propio Salmerón se esforzó por elogiarlo al inicio del artículo como «uno de los más notables y emprendedores industriales del país», y después como «un hombre modesto y austero» y «prototipo del empresario con sentido humano», sus detractores se enfocaron en el elogio que le dedicó a sus asesinos. De esta forma, tanto el sector empresarial como el político, salieron a protestar. El Consejo Coordinador Empresarial se pronunció inmediatamente en contra de Salmerón y poco después el Congreso de Nuevo León declaró a Salmerón y al diputado federal Gerardo Fernández Noroña, quien respaldó al historiador, como personas non gratas. Unos días después, el Congreso del Estado ya había inscrito en letras doradas el nombre de Don Eugenio Garza Sada en su Muro de Honor y Pedro Salmerón había renunciado a su cargo.

Para quienes dudaban de la importancia de la historia en Monterrey, este incidente nos dio una contundente respuesta.

Sin embargo, el problema no es que no tengamos conciencia histórica, sino que pretendamos que la narrativa popular y hegemónica que nos venimos contando acerca de nosotros mismos sea única y verdadera. No admitimos que es una de muchas posibles. La narrativa de la conquista del desierto es en realidad la que nos hemos decidido contar porque justifica y se alinea con el relato y la cosmovisión del regiomontano actual: que la prosperidad económica de la ciudad viene del trabajo duro y la honradez de su gente... pero esta no es una realidad objetiva. Al contrario, esta narrativa hegemónica ignora cientos de momentos y personas que no caben en ella. Ignora por completo los miles de años de habitación humana de la región previo a la llegada de los europeos, recordándolos apenas como nombres o caricaturas en objetos de consumo (pongan atención la siguiente vez que compren carne seca Kickapoo, agua mineral Topo Chico o cervezas Indio o Bohemia). Ignora la historia de los fundadores judíos que huían de la inquisición católica. Ignora, también, las protestas estudiantiles y las luchas obreras.

Al ignorar estas y otras historias estamos efectivamente borrando la historia, nuestra historia, porque fuera de esta narrativa “conveniente” que nos da palmaditas de aprobación en la espalda, todos los otros momentos históricos de la ciudad constituyen un vacío en nuestra memoria colectiva.

Al comprar desde la actualidad esta narrativa o “historia oficial”, así sin cuestionar ni indagar más allá, negmos la existencia de disidencias como la de los Comanches en el norte del país, que no sólo resistían al Estado Mexicano, sino que constantemente lo vencían y atemorizaban. El miedo nos antecede a la historia que admitimos, pero lo preferimos negar para no desestabilizar el cuento que ya creemos. Pero con o sin nuestro permiso, trabajos recientes, de ambos lados de la frontera, nos ofrecen la posibilidad de crear una nueva historia, una que sí incluya disidencias y que nos permita hacer valer las historias que hemos negado.

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Por una 'nueva' historia de la ciudad

Escrito Por

Jesús Guerra Ocampo

Fecha

18.feb.20

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