Texto

03.jun.2020

La normalidad fracturada

Hablar de normalidad es hablar del fantasma de un realismo capitalista que nunca tuvimos la precaución de reflexionar. El regreso a la normalidad, entendida como aspiración de tranquilidad, debe ser el esfuerzo activo de fracturarla.

POR Federico Compeán / Lectura de 10 min.

Hablar de normalidad es hablar del fantasma de un realismo capitalista que nunca tuvimos la precaución de reflexionar. El regreso a la normalidad, entendida como aspiración de tranquilidad, debe ser el esfuerzo activo de fracturarla.

Lectura de 10 min.

¿De qué se habla cuando invocamos a la normalidad? La normalidad es un término contingente, arbitrario, construido. No tanto el término en sí, pero su contenido en determinado tiempo. Hoy es normal que estemos confinados en nuestras casas, que los cubre bocas sean accesorios típicos de nuestro ajuar diario, que el gobierno ejerza una especia de estado de excepción “soft” para determinar medidas tanto técnicas como morales en torno a la respuesta del COVID-19.

Cuando hablamos de normalidad hablamos de inercia, de un día a día prácticamente automático. No sabíamos si eran días buenos o malos y a la mayoría nunca le importó. Si hoy algunos claman un deseo ferviente de volver a la normalidad, lo hacen o por la cruda necesidad o por obra del otro gran virus de nuestros tiempos: la nostalgia patológica.

Da entre risa y coraje pensar que nosotros, los pequeños burgueses (atrincherados en nuestras casas de dos o tres niveles, con Internet de alta velocidad, una reserva de licor duro para tomar diario y la capacidad de hacer nuestro labor de intermediarios del capital, a diario y sin interrupción o mayores sobresaltos), nos imaginemos en crisis. Lo peor, que activamente aplicamos una cuchilla moral en el cuello de todos aquellos que por necesidad siguen saliendo a la calle arriesgando su salud en sus trayectos y lugares de trabajo. Cuando por ignorancia, ingenuidad o un nihilismo bien asumido salen a comprar una pizza o un helado, los crucificamos; pero mientras salgan a partirse el lomo por el abstracto fantasma de la economía, principalmente encarnado en la fortuna de los grandes empresarios (o peor aún, en la figura del repartidor que le “permitimos” salir a la calle para traernos a nosotros una pizza), ahí se les exalta como héroes.

En esos casos la ignorancia también es factor, la ignorancia de clase claro está.

¿De qué se habla entonces cuando mencionamos la normalidad? ¿Qué es lo que nos preocupa cuando decimos que ésta se ha quebrado, se ha fragmentado, interrumpido? Hablar de normalidad es hablar del fantasma de un realismo capitalista que nunca tuvimos la precaución de reflexionar. Lo normal es el capital operando en las espaldas de una población demasiado ocupada para cuestionar esa normalidad. Hoy habita en nuestra mente el temor a una muerte repentina a manos de un virus nuevo; ayer, el desgaste progresivo de nuestra vitalidad a diario era una rutina reconfortante por funcional.

La normalidad es una añoranza del poder. Una nostalgia al sometimiento de un sistema muy depurado ya. Su aparente fractura no es tal, pues opera y se ejerce de formas incluso más brutales y con mayor descaro. Sólo hace falta reflexionar con un poco de cuidado el discurso de las vidas versus la economía. En estos tiempos, la normalidad persiste pero se ha exagerado. Se ha vuelto más intensa, más aparente. Las contradicciones del capitalismo tardío, su normalidad, se nos muestran ahora tal como son: con los excesos que le merecen; con las medidas de gestión de los cuerpos y la muerte que lleva ya tantos años perfeccionando.

La normalidad no se ha quebrado sino que se ha hecho brutalmente evidente. La normalidad se ha desnudado. En este sentido, su añoranza es un sentimiento engañoso, una noción fantasmagórica y confusa: o extrañamos los espejismos del engaño colectivo que llamábamos normal o, muy en lo profundo, lo que añoramos es la posibilidad imaginada de un futuro que se sienta con la falsa seguridad de una reconfortante mentira.

De nada nos servirá tratar de regresar a una forma más suavizada de esta normalidad que opera como un constante estado de excepción. Dar pasos atrás y pretender que las democracias liberales no son Estados fascistas en formación es un auto-engaño. Olvidarnos que la crisis es diaria y que los sectores más vulnerables arraigan temores mucho más profundos que una neumonía altamente contagiosa, es pretender tapar el sol con el dedo.

El regreso a la normalidad, entendida como aspiración de tranquilidad, debe ser el esfuerzo activo de fracturarla. Si hubiese alguna posibilidad de retomar esa paz, esto debe ser mediante la aniquilación de cualquier concepto de lo “normal”, pues esa misma normalidad será la promesa vacía que el capital utilizará el día de mañana para obligarnos a olvidar que las cosas pueden ser diferentes.

Escrito el 8 de mayo de 2020.

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La normalidad fracturada

Escrito Por

Federico Compeán

Fecha

03.jun.20

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