Texto

14.abr.2021

La metástasis de lo ridículo

Ningún candidato o partido está exento de caer en el juego del bailecito estúpido en TikTok o los montajes hiperbólicos en la vía pública, por ello las figuras políticas y sus instituciones se nos presentan cada vez más intercambiables, plásticas y vacías

POR Federico Compeán / Lectura de 14 min.

Ningún candidato o partido está exento de caer en el juego del bailecito estúpido en TikTok o los montajes hiperbólicos en la vía pública, por ello las figuras políticas y sus instituciones se nos presentan cada vez más intercambiables, plásticas y vacías

Lectura de 14 min.

El ridículo es una noción cotidiana. Es fácil entenderla, expresarla y actuarla en su condición real y virtual. Por ello creo que la mayoría podemos entender que las campañas electorales en curso son, sin mucha complejidad conceptual, ridículas.

El problema entonces se sitúa directo, incluso podría decirse que es uno menor. Los más optimistas pueden argumentar a favor de esta descomposición simbólica tomando como referencia trivialidades como la subversión de la formalidad, la “cercanía” de la figura política con el ciudadano “real”, o la ingenuidad de suponer que detrás de ese impulso lúdico existe una buenaondés esencial y verdadera.

Nos podemos poner más creativos y decir que el tema pasa sólo por una falta de familiaridad con estas nuevas formas dinámicas, juguetonas y flexibles de hacer política. Que incluso estos ejercicios operan en una especie de intención adaptativa al absurdo y banal mundo de la juventud que entra recientemente a la arena de lo político. Una idealización de que la condición del ridículo es una fuerza de bien que pretende derrumbar los monolitos de solemnidad simulada y aterrizar la esfera política en algo más “humano”.

Sin embargo, el problema es más profundo y complejo. De entrada, no es una condición fortuita o repentina que surge de la nada en este ejercicio electoral. El que los partidos se monten en este tipo de formas, de manera tan homogénea y repetitiva, nos debería ayudar a entender que hay un devenir histórico reciente que genera este tipo de operaciones, no sólo como aceptables sino como necesarias.

La atención es un mercado multimillonario y su raíz opera precisamente sobre los presupuestos de la tecno-mercadotecnia. La digitalización del impulso deseante ha destruido las distancias, la espera y el aburrimiento. La política institucional, siempre vacía e inerte, ha basado sus comportamientos contemporáneos sobre los mismos supuestos mercantiles y símbolos del juego de marcas e identidades abstractas, pero fácilmente consumibles. Pudiéramos decir, de manera resumida, que lo electoral opera siempre en la esfera publicitaria y se mueve en la misma dirección.

De forma similar, el vaciado progresivo de la arena política tenía que ser compensado para evitar que el mantra del “todo es político” terminara precisamente por ensanchar la arena de lo posible y los campos de acción misma. Con la intención de continuar operando lo político como una simple transacción técnica-administrativa, delimitada en espacios y esferas institucionales, el juego electoral se tornó hacia el entretenimiento espectacular para encapsular nuevamente lo cotidiano como simples problemas técnicos que sólo requieren voluntad y votos para ser resueltos.

En esa combinación publicitaria-espectacular, la política se topó con otro problema: sus despliegues eran demasiado profesionales, demasiado masivos. No podían ocultar una capacidad enorme y millonaria, por supuesto, para movilizar los grandes aparatos de control y reproducción ideológica. En ese sentido, optaron por la modulación y la viralidad cuasi-orgánica para capturar los mismos medios digitales en los que estamos masivamente secuestrados. La condición del candidato como influencer político es el resultado final esperado de esta operación. Una mimesis de la condición colectiva presente que también opera en la hiperrealidad de los vacíos.

Bajo esta óptica, el problema no es el ridículo mismo, pues el bailecito estúpido en TikTok o los montajes hiperbólicos en la vía pública son sólo un síntoma de una condición más compleja. No hablamos aquí ni siquiera de la declaración innegable de que lo político esté vaciado por completo; sino que esta condición política opera ese vacío en un continuo mecanismo, y lo hace para mantener no sólo un poder narrativo cada vez más inefectivo, sino un control estructural y material que sí opera en lo real.

Ningún candidato o partido está exento de caer en este juego, y por ello las figuras políticas y sus instituciones se nos presentan cada vez más intercambiables, plásticas y vacías. Incluso la prevalencia de las nociones de identidad —como esta herencia cultural del liberalismo reactivo estadounidense— son parte de ese mismo encuadre. Los partidos políticos han sido muy eficientes en recuperar las condiciones identitarias que son despojadas de su alteridad y marginalidad para incorporarse al vacío político como una diversidad plástica, mercantil, fácilmente consumible y totalmente inofensiva al status quo. Esto, además, se suma a su mecanismo moral como munición en la guerra cultural que opera como una guerra de clase desplazada; al tiempo que vemos más mujeres, minorías, y miembros de la comunidad LGBTQ+ en la contienda política, los problemas sociales y estructurales que vulneran esos mismos grupos se reducen a la reconfortante esperanza que las condiciones esenciales de identidad como imagen de consumo son suficientes para suavizar las tensiones que operan de la estructura social y económica que se ignora por completo.

El problema central resulta, entonces, no en la noción de que el ridículo de las campañas electorales trivialice o banalice algún fondo real imaginario de potencial político; sino del hecho de que detrás de esas fachadas estúpidas, simuladas e inertes precisamente no hay absolutamente nada. Tal como dice Baudrillard: «El simulacro no es lo que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simulacro es verdadero». Así, el ridículo es esencialmente lo único real, y por ello reitero: la única posición política congruente en esta elección es la abstención y el alejamiento completo de la participación en la discusión del simulacro. De otra forma se es cómplice en la delimitación de la política en lo vacío y lo inerte.

Estas elecciones son un ensayo, un campo de pruebas en el que los “nuevos” partidos políticos depuraran su estrategia estética para perpetuar una ilusión cada día más compleja e inestable. El espejismo de que existe una progresión —y en ese cambio inevitable, una esperanza— de que nociones fantasmagóricas y disociadas de juventud, novedad y dinamismo puedan, por virtud de su impulso positivo, infectar el organismo de lo político. Esta evolución no es una especie de medicina natural hacia la transformación política, sino un proceso de metástasis simbólica que terminará por desvincular aun más la noción de lo político como una esfera alcanzable, operable y con potencial de articular futuros nuevos.

La metástasis de lo ridículo

Escrito Por

Federico Compeán

Fecha

14.abr.21

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