Al no poder ni siquiera pensar en alternativas en esta política espejismo de NL, la única opción parece ser continuar con el simulacro aún sabiendo que es mentira: pero es necesario gritarle “no” para comenzar a pensar en métodos distintos.
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Empieza nuevamente una jornada electoral a nivel local y nacional. Un episodio más del espectáculo del poder que, como cada año, se vive como una especie de refrito televisivo cada vez más desarticulado e incongruente. No sólo estamos llegando al pico del absurdo mediático cuando nuestros candidatos son intentos frustrados y torpes de influencers, sino que, al mismo tiempo, operan en la misma lógica cínica de la política mercenaria que requiere del protocolo de participación únicamente para legitimar su acceso al botín público.
Hay, como muchas otras veces, proyectos esperanzadores como El Futuro Florece. Sin embargo, ni siquiera todo el optimismo de un proyecto democrático real y comunitario es suficiente para vulnerar la quimera de una superestructura que sólo opera para administrar influencias, favores y despojo.
No hablamos aquí de un sistema que no funciona, sino de uno que funciona tan bien por diseño que la única forma de modificar sus repetitivos resultados es mediante su desmantelamiento y rediseño. Esto, claramente, no es una tarea que se logre a través del voto, ni siquiera en su condición más radical o subversiva (incluso si esta condición existiera al menos como rango de maniobra).
Es casi imposible alterar, con todo y buenas intenciones, la materialidad de un mecanismo diseñado para aislar voluntades, desarticular la colectividad y generar dependencia. Nuestro futuro no puede operar en la ingenua esperanza de que la vorágine electoral se detenga y transforme por la ligera indigestión de tragarse a un puñado de activistas o el rebranding del poder de antaño.
La política es una ficción que opera la realidad. Una historia que nos hemos contado durante décadas para tratar de calmar el miedo colectivo a la inestabilidad. Luchas armadas, períodos de caos y violencia; identidades perdidas y vulnerabilidades nacionales nos predispusieron a creer en los proyectos institucionales como una verdadera realidad colectiva, cuando únicamente hemos logrado generar un realismo gerencial para administrar la desigualdad y la miseria.
Al no poder ni siquiera pensar en alternativas, la única opción parece ser continuar con el simulacro aún sabiendo que es mentira. Ese es el gran poder que se cierne sobre nosotros, esa pesadez inercial de una estructura que deshumaniza y colapsa nuestra voluntad, nuestra facultad de crear, soñar, idear y accionar la preocupación genuina de una comunidad diferente.
Lamentablemente estamos en un período en el que hemos perdido nuestra capacidad de interpretar al mundo y, en ese mismo sentido, perdimos la habilidad de confrontar el vacío de estas perniciosas simulaciones. Nos aterra profundamente pensar que debajo de toda esta descomposición no encontremos nada, ni si quiera vestigios de una intencionalidad sincera de ordenar lo local y nacional hacia el bien común. Nos aterra pensar que todo esto siempre fue una mentira y no una mera descomposición progresiva de buenas intenciones.
Es precisamente en ese vacío, en la voluntad de encarar la realidad nihilista de la nada, en donde se produce la potencialidad de motivar una organización diferente. Se tiene que ser muy agresivo, muy cínico, muy abrasivo en desarticular, incomodar y desmitificar la política institucional. Es necesario gritarle “no” al simulacro para comenzar a pensar en métodos distintos. No hay esperanza en la ficción. No hay potencial en el vacío. No hay verdad en la simulación.
Tenemos que comenzar a decir no al simulacro. A negarlo —en lo abstracto y lo concreto— de forma colectiva. Es necesario enfrentar la narrativa de que todavía existe esperanza en el agotamiento organizado de la mafia electoral. Negarnos a ser partícipes de un conjunto de opciones que lo mejor que ofrecen en Nuevo León son dos versiones del PRI (aún más asqueroso que de antaño), el panismo más imbécil de la región y una nueva ola de políticos-plásticos que nos hacen añorar las candidaturas de celebridades huecas.
El mecanismo electoral se nutre, como todo en este capitalismo tardío, de nuestra atención. De hablar de lo que quieren que hablemos, de comentar de lo que quieren que comentemos, de interactuar con lo que quieren que interactuemos. De repetir, opinar, analizar lo que su juego permite que procesemos. Dejemos de participar activamente de toda esta basura. No hablemos más de ese fantasma que es todo menos política. Reorganicemos el discurso a partir de nosotros, de nuestros miedos, de nuestros valores, de nuestras motivaciones. Entablemos las conversaciones con nosotros para nosotros y no dejemos que la clase política, ni la de antaño ni la aspiracional, nos estorben en la construcción de nuestra propia comunidad.
No pretendo ofrecer una narrativa revolucionaria, violenta o inmediata, sino una opción que se articula desde el acto primero de desvincularnos de esta simulación. No pasa únicamente por el acto de apagar la tele, desinstalar Twitter o cerrar Facebook, sino de la noción de hablar y hablarnos. Conectarnos sin la mediación del conjunto definido de temas, noticias y opiniones sobre las que se construye la simulación de una política espejismo. Hablar y hablarnos hacia el interior. Pensar y, sobre todo, pensarnos. No sólo leernos a través de las plumas y las voces de quiénes operan los medios y viven de la misma fantasía de que la política se genera en las boletas, en los escaños y en las ruedas de prensa de una clase mezquina, servil y mercenaria.
Dejemos de lado esa analogía burda de que la política es un supermercado y que no queda más que comprar lo que se ofrece o morir de hambre. Pero, va, sigamos por un momento ese hilo: aunque su naturaleza actual sí es mercantil y ofusca la realidad de producción del sustento comunitario, sabemos que la comida no aparece en los estantes “de la nada”, sino que se genera de la tierra y del trabajo de sectores invisibles, desplazados e ignorados. Pero al final, en esa precariedad, podemos también nosotros sembrar y cosechar nuestro propio alimento. Uno que no requiera empaques, fletes, distribuciones ni publicidad.
Decir ‘no’ al simulacro
Federico Compeán
06.mar.21