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31.mar.2020

¿Dónde queda Monterrey? – Parte 1

Humberto Beck nació en Monterrey, pero hace 20 años que no vive ahí. A la distancia, desde su oficina en el Colegio de México, Beck dispara respuestas que lo llevan a decir que alguna vez fue de Monterrey.

POR Luis Mendoza Ovando / Lectura de 20 min.

Humberto Beck nació en Monterrey, pero hace 20 años que no vive ahí. A la distancia, desde su oficina en el Colegio de México, Beck dispara respuestas que lo llevan a decir que alguna vez fue de Monterrey.

Lectura de 20 min.

“¿Si vinieran los extraterrestres cómo habría que resumir Monterrey?”, repite de forma retórica desde su oficina Humberto Beck, profesor del departamento de Estudios Internacionales del Colegio de México (Colmex), mientras se le dibuja una sonrisa cómplice.

Beck es, entre otras muchas cosas, un excelente futurólogo pop. En 2018, por ejemplo, publicó El futuro es hoy: ideas radicales para México, una antología de ensayos de diferentes autores (él aparece como colaborador y coeditor) que busca repensar el mañana más allá del mañana.

Cuando conversamos a principios de marzo, repensar la posibilidad del turismo intergaláctico servía sólo para romper el hielo. Hoy, en medio de una pandemia que apunta por lo menos a un cambio civilizatorio, toda pregunta con pinta de cataclismo es pertinente.

“En términos históricos y políticos, híjole, yo creo que Monterrey sigue siendo una promesa no cumplida. Sigue siendo la promesa no cumplida de una modernidad mexicana auténtica, propia, incluyente, creadora. Monterrey en varios momentos ha pensado que lo encarna, y en cierta medida lo ha hecho, pero en términos de un balance histórico a largo plazo ha sido más una promesa no cumplida que una realidad y, al mismo tiempo, y por lo mismo, sigue siendo una potencialidad abierta”, dispara las palabras con velocidad y de repente las frena, como para meditar lo que está a punto de decir. Su mirada se pierde constantemente y busca los términos correctos en su oficina rodeada de libreros perfectamente ordenados.

Después añade, “¿Podemos hablar en la entrevista del OXXO?”. Beck rebota entre los temas como si estuviera scrolleando un feed de Twitter. Cosa que se agradece porque refleja una realidad: la linealidad en el pensamiento está rebasada.

Acepto el ritmo de la plática y le respondo que sí a su pregunta. Le hago la observación sobre el orden, que también se refleja en su forma prolija de vestir, y avienta casi de forma involuntaria un “¿te parece?”. Entonces Beck recuerda cuando platicó con Gabriel Zaid para la realización del libro que hizo sobre el escritor regiomontano.

“Zaid no tenía nada en su escritorio. No tenía nada porque ya no tenía pendientes, los había resuelto a tiempo”, responde y recarga ambas manos sobre el suyo, donde los montones de hojas, folletos, libretas y libros están perfectamente acomodados como en una película de Wes Anderson.

Humberto Beck nació en Monterrey, pero hace 20 años que no vive ahí. Me cuenta que hace dos años estuvo en la FIL y antes de ese episodio había pasado 10 años sin visitar el rancho.

¿Extrañas Monterrey?, le pregunto como para empujar una respuesta más personal.

Beck se lleva las manos a la cara —en ese momento no estaba penado ni mal visto— y se le escapa la risa. “Extraño gente, extraño lugares, pero no extraño la ciudad”, me responde tratando de incorporar la seriedad que ninguno de los dos está poniendo sobre la mesa.

“Es mi vida, yo me formé en Monterrey y algunos de los momentos más entrañables de mi vida, que me han marcado para siempre, surgieron en Monterrey con gente de Monterrey y claro que extraño Monterrey, en el sentido del lugar que ha tenido en mi biografía. Pero no lo extraño como concepto, como atmósfera, como entorno”.

Humberto reconoce que hay aspectos de la ideología regiomontana que favorecen la creatividad en términos económicos y empresariales, pero lo hace a cambio de la homogeneización de las ideas. “Hay un aspecto bastante asfixiante que aplana las ideas y la creación y eso no lo extraño”, dice.

Las respuestas de Beck, si es que se les pueden llamar de ese modo, más que aclarar las dudas parecen invitaciones a escribir ensayos. Queda claro que la “ideología regiomontana” es un tema al que le ha dedicado tiempo.

“Es [Monterrey] un polo representativo de Latinoamérica, pero también de sus elementos más híbridos”, declara y luego explica que lo ve como un polo integrado a la Ciudad de México y, al mismo tiempo, a los Estados Unidos.

“Monterrey nunca hubiera dejado de ser una población muy menor si no se hubiera colocado en un triángulo comercial particular: entre el Golfo de México, la Ciudad de México y el sur de los Estados Unidos. El origen de las fortunas regiomontanas es la guerra civil norteamericana, porque el norte en la guerra civil bloqueó los puertos del sur y la única manera que tenía el sur de comerciar el algodón con Europa era abriendo una nueva ruta que era por Texas y Nuevo León”. Humberto podrá ser tuitero, pero no deja de ser profesor e historiador.

Es así como Humberto explica que sí existe una relación cultural de Nuevo León con Estados Unidos, en otras palabras, no es que los regios quieran ser gringos, sino que en cierto modo lo son, pero no dejan de ser una “provincia” en tensión con “la capital”. Sobre esto último, le pregunto cómo fue dejar Monterrey para irse a estudiar a la Ciudad de México.

“Lo que recuerdo también como unos pilares de mi educación informal regiomontana es el establecimiento de una polaridad, donde el lado positivo era Monterrey y el negativo la Ciudad de México y que se desglosaba de la siguiente manera: Monterrey representaba la iniciativa, la libertad, la creatividad, el empresariado; la Ciudad de México, el poder autoritario del centro, la burocracia, el dispendio, la pereza, la explotación del trabajo de otros”.

Este dispositivo ideológico, de polaridad, Beck lo ve claro en Cindy la Regia.

¿Viste Cindy la regia?, pregunto escéptico debido al esnobismo habitual de la academia.

— “¡Yo soy Cindy la Regia!”, dice y se le vuelve a escapar la risa.

Después confiesa que esa respuesta la escuchó de Cucamonga en una entrevista, pero dice que definitivamente se identificó en parte. “Creo que hay un conflicto real que vive todo regiomontano que emigra y que obviamente Cindy la Regia lo dramatiza de forma caricaturesca, pero hay algo de eso”, explica como si estuviera hablando de un artículo de revista arbitrada.

¿Eres de Monterrey? Se enreda para responder, pero admite rápidamente que no es chilango.

“Yo estoy adentro y afuera. Yo soy de Monterrey a la vez que ya no soy de Monterrey y entonces no quiero ser injusto con Monterrey porque tengo una relación afectiva inevitable con la gente y la ciudad, a la vez que ya me siento muy distante. Entonces tengo que hallar una manera de decirlo para que sea honesto y a la vez sea norteño y directo”, hace una pausa y se lleva otra vez la mano a la cara como si se tratara del emoji de pensar. “Fui de Monterrey”, dice en tono rápido, como si viviera una descarga eléctrica, y alza las manos en el aire al tiempo que se muestra feliz por haber hallado un término que le complace.

“Esa es una capa geológica de mi historia y mi geografía, pero yo en este momento no me identifico con Monterrey y si voy a Monterrey la verdad siento una mezcla profundísima de una enorme nostalgia, de una alegría retrospectiva, inclusive una cierta ternura y admiración y al mismo tiempo un sentimiento de alienación por sentirme completamente ajeno al entorno”, concluye y se echa para atrás, alejándose del escritorio y dejándose caer sobre el respaldo de su silla.

Aprovecho el punto para preguntarle sobre su vida en Monterrey y para checar si el dejo extranjero en el apellido esconde un pasado de sampetrinidad.

“Mi vida en Monterrey está dividida en un díptico. La primera mitad de mi vida la pasé en Guadalupe, en la colonia Libertad que está al lado de la colonia Lindavista, y la segunda mitad de mi vida la pasé justamente en otro extremo de la ciudad en términos económicos, simbólicos y políticos que es San Pedro”. Humberto me explica que su paso a San Pedro fue complicado porque, en sus palabras, “no formaba parte de esa sociedad”.

Quien ha tenido que convivir en San Pedro sabe que se trata de círculos mayoritariamente cerrados y con una tendencia permanente a la exclusión.

“Yo recuerdo mucho haber sentido, cómo decirlo, cómo decirlo, cómo decirlo para que no suene tan fuerte”, habla para sí mientras empieza a tamborilear los dedos en el escritorio. “(Recuerdo) haber sentido la invisibilidad de los individuos que no pertenecen a un grupo dominante”, explica sobre su paso por la prepa Garza Sada del Tec de Monterrey.

“Porque aunque yo no estaba en Bicultural, que era la prepa a la que iban las personas que venían de los colegios más privilegiados de Monterrey, sí era muy fuerte esta sensación de no existir, de realmente no pertenecer a ese grupo. Al no pertenecer al conjunto de relaciones simbólicas o de intereses que ese grupo mantiene, tu existencia como ser humano sí está hasta cierto punto condicionada. Obviamente es una experiencia completamente banal respecto a la marginación real de la mayor parte de la población en México, pero si me hizo reflexionar mucho acerca de la posibilidad de que gente de mi grupo social hiciera eso con otras personas”, cuenta y después me pide editar su respuesta de alguna manera (una disculpa Humberto, no sé si lo logré).

Le pregunto si existe una tendencia hacia la exclusión en San Pedro. “¿Cómo decirlo? ¿Cómo caracterizar esa tendencia en ciertos sectores regiomontanos hacia la exclusión?”, dice en voz alta (durante toda la entrevista recompone en voz alta mis preguntas, un poco para entenderlas mejor y un poco para responder lo que él quiera).

Para Humberto hay una mezcla peligrosa que emana de una negación del pasado indígena de Nuevo León y de una obsesión con la meritocracia empresarial.

“Hay inevitablemente en ciertos aspectos de la ideología regiomontana un cierto supremacismo criollo, para decirlo rápido y directo. El cual, por supuesto, es en términos políticos y técnicos falso porque sí había pueblos indígenas en el norte de México que fueron exterminados o explotados por los colonizadores españoles, pero también hubo una colonización indígena del noreste de México como Saltillo, Guadalupe y otras poblaciones que fueron fundadas por tlaxcaltecas”, detalla sobre el elemento fundacional indígena de Nuevo León y después añade que cuando este “supremacismo criollo” entra en contacto con la ideología regiomontana —producto del boom industrial— puede deslizar, en momentos de crisis, una suerte de “fascismo mexicano”.

Después de pronunciar las últimas palabras hace una pausa. “Ahora, como lo que acabo de decir es muy fuerte lo voy a matizar”, añade y suelta una risa nerviosa.

“Si mezclamos esta idea de que la gente de Monterrey es más lista o más talentosa porque es más trabajadora con esos elementos a veces quizás difusos, pero yo creo que reales de cierto supremacismo criollo, puede terminar en una suerte de racismo. No necesariamente lo es, yo creo que afortunadamente no es la versión que ha predominado, pero creo que sí es una posibilidad del cóctel que si se manifiesta de vez en cuando en actitudes racistas”.

En esta respuesta amarra la velocidad de sus palabras como si pasara por una carretera con baches. Beck cuando habla sufre en conciliar su agudez incisiva con la “objetividad” que el mundo de las universidades machaca.

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Luis Mendoza Ovando

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