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20.abr.2020

¿Dónde queda Monterrey? – Parte 2

En esta segunda parte, la conversación con Humberto Beck se centra —¿o ‘nortea’?— en la cultura… Sobre la ciudad que lo vio nacer, el profesor del Colegio de México sentencia: «mientras Monterrey no genere su propia cultura, no podrá convertirse en la metrópoli a la que aspira a ser».

POR Luis Mendoza Ovando / Lectura de 20 min.

En esta segunda parte, la conversación con Humberto Beck se centra —¿o ‘nortea’?— en la cultura… Sobre la ciudad que lo vio nacer, el profesor del Colegio de México sentencia: «mientras Monterrey no genere su propia cultura, no podrá convertirse en la metrópoli a la que aspira a ser».

Lectura de 20 min.

El miedo surge como consenso, casi que el único, en estos tiempos de confinamientos y virus mortales. Ese terror se alimenta de la incertidumbre que derrumba el paso de los días, la confianza y nociones tan arraigadas como “afuera” o “adentro”. También termina por colocar luz sobre otras fobias que arrastramos de hace años sin darnos cuenta.

El que en estos días haya surgido con fuerza la idea del #Nortexit es prueba de ello y le otorga a las palabras de Humberto Beck cierto aura a la Nostradamus. “Nadie es profeta en su tierra”, dice la sabiduría popular y tal vez por eso mismo Beck atinó en tomar distancia de Monterrey.

Pero la dicotomía Norte-Sur de este país se ve plagada de falacias. Una caricatura muestra a un norte como sostén de la mitad del país, sobre todo de esa horrible tierra gandalla que encarna la Ciudad de México. La otra narrativa de juguete se afianza casi casi en el concepto de Aridoamérica y solicita a los bárbaros del norte agradecer al sur llevarles la cultura.

Sobre el primer punto, la entrega pasada de esta entrevista con Humberto Beck arroja respuestas; sobre el segundo tema es que busco profundizar en este texto. Uno de los traumas originales de la ciudad de Monterrey, que se asume como la segunda más importante del país, es que no tiene cultura y lejos de buscar mirar a su interior y desmentir la acusación, prefiere denostar la cultura misma y simplemente afirmar que eso no es importante. La cultura no da de comer, no da trabajos y no ofrece futuro. ¿La cultura? No la conozco.

«La civilización termina donde comienza la carne asada».

Esta lapidaria frase de José Vasconcelos, que pone a la carne asada como destino final de la cultura norteña, resuena, aunque lo neguemos, en la vida de Monterrey. Beck dibuja una mueca como de sonrisa cuando le pregunto sobre el fantasma de la cultura en esa ciudad.

«Sí hay una civilización regiomontana que tiene sus logros y sus límites», señala con mucha calma.

«Hay una cultura regiomontana, e incluso una civilización regiomontana, que tiene que ver con la vida de frontera del norte de México y el sur de Estados Unidos. Ahora, que esa civilización no ha estado necesariamente acompañada de grandes realizaciones en alta cultura es un tema aparte», añade.

Para explicarse, Humberto necesita dar clase y se arranca con la relación fronteriza de los Estados Unidos.

Me cuenta que una de la principales tesis de formación de nación de los Estados Unidos es que es un país de frontera abierta. Eso quiere decir que sus límites geográficos estaban indeterminados porque más gente iba llegando o yéndose a otras poblaciones. «El territorio se iba abriendo y abriendo. Llegaron en el este, luego fueron poblando el Midwest, el oeste y California», narra el profe Beck.

«México no es del todo consciente que también fue un país de frontera abierta, ni tampoco Monterrey de que forma parte de esa historia. La carne asada y toda la cultura alrededor es un vestigio de esa experiencia», sentencia, para retomar el punto y dar argumentos de por qué la carnita asada no es trivial.

«La carne asada es un símbolo de la identidad civilizatoria que lo conecta con la historia colonial de expansión de la población del norte de México del siglo XVI al XVII. Tanto ésta como el cabrito, la carne seca y las tortillas de harina son elementos de la primera etapa de formación de esa civilización norteamericana y, claro, regiomontana», detalla Beck y, contra el pesar de nuestros amigos de Tijuana, nos da razones para admitir que Monterrey es (aunque, quizás, más bien “fue”) frontera.

Tierra de Oxxos

«El Oxxo como objeto urbano representa como una especie de ready made del paisaje de las ciudades mexicanas porque al mismo tiempo que siempre es el mismo, es también siempre diferente e implica experiencias distintas, concretas y particulares». Es claro que para Humberto Beck son muy pocos los objetos que no escapan a la posibilidad de reflexión profunda. En Monterrey en cada esquina hay un Oxxo y en cada Oxxo una idea por concluir.

Las ganas de Beck por hablar de los Oxxos, pasan por la irrupción de estos en el arte contemporáneo.

«Un amigo mío de Monterrey, Leo Marz, tiene una pieza muy interesante sobre el Oxxo. Sobre cómo todos los Oxxos, citando a Wagner, son el lugar donde el tiempo se convierte en espacio. Son todos tan idénticos, a la vez que son lugares tan distintos, que al entrar en un Oxxo siempre pone en duda la idea de lugar porque es el mismo lugar y no. La pieza de Leo gira alrededor de eso», me cuenta.

La idea de los Oxxos como lugar o no-lugar me inserta una ansiedad pequeña que se racionaliza pensando en su perpetua desorganización, cristalizada en la presencia de dos cajas donde sólo funciona una; o en aquella escena que destruye el espíritu y que consiste en ir six en mano a las 5:59 de la tarde, en domingo, y que al momento de pagar el universo nos revela su opinión de nosotros: “joven, no hay sistema”.

Pero hablando de arte contemporáneo y del Oxxo, una parada obligada es el Oroxxo de Gabriel Orozco.

«Es una pieza que a mí no me gusta particularmente en términos simbólicos, pero que como documento me parece muy poderosa», me cuenta Beck.

Humberto relata que Kurimanzutto, que es el grupo de artistas de la galería de Orozco, lanzó en México en los años noventa una serie de piezas que reflexionaban sobre la economía popular y que vendían en los mercados de Medellín y San Juan piezas de arte por 50 o 100 pesos.

«El Oroxxo de Gabriel Orozco cierra un ciclo porque ahora en lugar de hacer una reflexión de la economía popular en términos más inmediatos y concretos, lo que escoge es, justamente, esta versión completamente alienada, mercantilizada, extractiva, explotadora de la economía popular que es el Oxxo», remata.

«Orozco elige al Oxxo como una especie de sinécdoque de lo mexicano. Es muy interesante cómo esta tienda, que en su origen era una extensión de la cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma para brincarse a los depósitos de cerveza y distribuir ellos directamente su cerveza y los refrescos de FEMSA, se haya convertido en el país en un símbolo del consumo popular, porque en realidad nació como un proyecto corporativo en contra de la economía popular autónoma: las pequeñas misceláneas, tienditas de la esquina, depósitos». No sólo eso (añadiría yo, en pleno ejercicio monopólico de la redacción), el Oxxo se ha vuelto un índice de civilización. Donde hay un Oxxo hay un mundo conocido y un pedazo de realidad en donde quiera que vayamos, uno que podemos domar y que sentimos familiar porque somos parte de la economía que simboliza.

«Es muy poderoso que Orozco haya escogido esta versión tan mercantilizada de la economía popular como el símbolo o el dispositivo para reflexionar sobre otro mecanismo de corporativización como el del arte contemporáneo», concluye Humberto en su reflexión al aire sobre el Oxxo y, juntando las manos como si fuera a rezar, se echa en el respaldo de su silla con la oficina.

Viéndolo ahí relajado, opto por provocar: ¿Hay vida más allá de FEMSA?, le pregunto.

«Sin duda hay vida más allá de FEMSA en la medida que las personas que habitan la ciudad siguen estando vivas y son autónomas e independientes», contesta casi sin pensarlo y luego hace una pausa para agarrar aire.

«Lo cierto es que hay un enorme déficit de institucionalización de la expresividad de esa autonomía. Vista desde fuera, o en retrospectiva, Monterrey presenta en ciertos aspectos una visión bastante homogénea que implica una cierta ideología que tiene límites muy precisos de la cual no te puedes mover», mientras explica su voz ahora adopta un tono más serio porque ya no sólo habla en abstracto, sino de sí mismo.

«Durante toda mi infancia y adolescencia los únicos dos partidos eran el PRI y el PAN, que tampoco no eran tan diferentes, y la izquierda no era una posibilidad porque simplemente no existía la categoría de la izquierda en Monterrey. Eso presenta una sociedad completamente homogénea y, al mismo tiempo, no quita que en Monterrey no haya conflictos que se podrían clasificar como lucha de clases, sino precisamente todo lo contrario».

Telediario y Teledelirio

«Yo veía Multimedios, pero no habían enloquecido. No habían llegado a esta etapa completamente estrambótica que hay ahora, pero sí, claro que lo veía», me responde entre risas Humberto Beck. Después me pregunta, «¿El Arquitecto Benavides sigue vivo?». Le digo que sí y resopla mientras se lleva la palma de la mano a los cabellos.

Un amigo mío defiende —hasta donde el compromiso con la sociología le permite al @pincheayax— la existencia de Multimedios. En muchas ocasiones me ha dicho que Multimedios es la televisión japonesa hecha en México. La analogía, que más que ser precisa busca reacciones en el interlocutor, le saca una sonrisa a Humberto y luego se pone el dedo índice en la cara como para darme la señal de que lo está pensando en serio.

«Yo creo que Multimedios no es TV japonesa. Entiendo la lógica de la analogía y creo que es un intento de analogía legítimo, pero creo que no funciona. Tiene de acertado que acepta que el kitsch puede ser un género estético y que hay grados de logro estético en el kitsch: hay buen kitsch y mal kitsch, y hay gente que no lo logra ver (para bien y para mal)», y de ahí se asoma otro texto, de este historiador regiomontano, que vivirá inconcluso y en estado gaseoso.

«El kitsch no es ni siempre bueno, ni siempre malo. Es un género estético que admite calidades. Yo creo que el kitsch de Multimedios es malo, es mala basura, pero puede haber basura buena, basura creativa y hasta basura revolucionaria. El kitsch de Multimedios no ha llegado a ese nivel —en lo que yo me alcanzo a acordar y lo que alcanzo a ver—, pero estoy abierto a contraejemplos», y ahora es él quien me provoca a mí.

En ese momento no recordé aquel episodio de Bely y Beto, cuando Beto se pierde en el metro... pero durante la entrevista acepté el reto. ¿Los payasos?, le respondo en forma de pregunta (porque obviamente guardo mis dudas).

¡Los payasos y las payasas!», contesta Humberto Beck de forma efusiva.

«Una de las presencias más constantes de mi infancia son Las Muñequitas. Las muñequitas Elizabeth que eran como las matriarcas del fenómeno y las infinitas clonaciones y variaciones de ellas», confiesa y se vuelve a cargar su mirada de nostalgia. La cosa con las imitaciones de las muñequitas, según cuentan los regios de infancia, es que eran incluso uno más de los símbolos de estatus social. Dime qué muñequitas iban a tus fiestas de cumpleaños y te diré quién eres.

La otra constante que recuerda Beck de su infancia son los payasos. Para quienes no somos de Monterrey: el que para nuestros amigos locales la muerte de Pipo haya sido un hito resulta, cuando menos, fascinante.

«Uno de los payasos más protagónicos en mi infancia fue Globito y hace poco descubrí que empezó a hacer canciones para adultos, lo cual fue muy desconcertante. Canta canciones con alusiones sexuales, con groserías, son canciones para adultos. Sigue siendo un payaso, pero con estas referencias a temas, digamos, picantes», me dice y se le sale una risita, como dirían por allá en Monterrey, medio mamona, pero no menos sincera. Pero seguimos en aprietos buscando lo que él llama “un kitsch creador regiomontano”.

«Estoy tratando de pensar y no me acuerdo de nada, pero tiene que haber», hace como que habla conmigo, por cortesía supongo, pero claramente es él quien necesitar llegar al punto. «¡Gloria Trevi!», grita como una especie de Eureka. «Es una de las figuras regiomontanas más poderosas en términos simbólicos y creativos. Compuso canciones que se van a seguir cantando por décadas y es una de las creadoras regiomontanas más influyentes de la segunda mitad del siglo veinte». Yo recuerdo que hay un pleito vigente con que si es de Tamaulipas, pero no tengo pruebas como para contravenirlo. Humberto sigue encarrearado hablado de la Trevi. Es preciso aclarar que no es queja.

«Tanto así que no sé si es justo llamarle kitsch», y adquiere un tono muy serio, como cuando habla de la historia de Nuevo León. «Hay ciertas creaciones de Gloria Trevi, un puñado de ellas, que van a quedar en el repertorio de la expresión de la sentimentalidad mexicana», y ahí sí me empujo a intervenir:

🎵 El recuento de los daños
del holocausto de tu amor…
Son incalculables e irreparables,
hay demasiada destrucción 🎵

Le digo a Humberto que me parece uno de los versos más desafortunados del pop en español –y eso que la canción me gusta. Él se echa una carcajada franca.

«Gloria Trevi sí es kitsch. Es un buen kitsch, un kitsch creador que forma una tradición y que va a permanecer», y con estas palabras adquiere un semblante de paz. Quizás en esta respuesta revela que el historiador y profesor es también un amante, aún no confeso, del karaoke.

Trips densos

En México la política es un trip denso, pero en Monterrey es un trip densísimo. Basta voltear a ver al 2018: el gobernador contendiendo a la presidencial y proponiendo cortar manos, el Pato Zambrano siendo el Pato Zambrano, Samuel García escribiendo en Caps Lock a la menor provocación y Adalberto Madero adelantándose al movimiento tiktoker desde su cuenta de Facebook. Monterrey es cuna de los memes y quizás el primer lugar donde los memes llegaron a la posición de gobernar. Humberto no tiene todo el contexto del kitsch local —este sí es malo— y medio que se abruma, pero acepta comentar.

«Yo creo que sin duda el personaje más importante y que merece atención crítica es El Bronco», explica el académico que habla a tuitazos. «El Bronco pasó de representar una legítima esperanza de renovación política a encarnar el más amargo desencanto». Ahora, en tiempos de pandemia, parece mentira que hay quienes salen con la idea novedosa de que hubiera sido un gran presidente.

«Por un lado nació con este movimiento bastante mediático, original y, hasta cierto punto, popular de buscar superar a los partidos tradicionales regiomontanos. Y lo logró. Ganó como candidato independiente y hubo un momento, de unos meses, en el que él parecía encarar una esperanza auténtica de la capacidad de autorenovación del sistema político mexicano», y después recuerda como clímax de la desesperanza el fraude del que se le acusa al gobernador en relación a la obtención de sus firmas para contender a la presidencia.

Pero también Humberto Beck ve en El Bronco gran parte de esta civilización regiomontana ligada a la condición de frontera cultural de esta ciudad.

«Desde su sobrenombre, El Bronco, encarna una versión caricaturesca del espíritu de la frontera abierta. Es un persona que se presenta como el renovador de las formas políticas porque piensa inyectar en las formas anquilosadas del sistema político, el espíritu aventurero, irreverente y hasta improvisador, en buen sentido, de los exploradores y colonizadores de la frontera abierta mexicana». Se ve en el ritmo con que arroja las ideas que ya le había dado vueltas al asunto.

«Es en buena medida, aunque con mucha caricaturización, un aspecto de la imagen popular de Monterrey. Él quería representar eso: una cierta autenticidad ranchera y norteña. Ahora vemos que mucho de eso es problemático porque se puede prestar a la corrupción y entonces eso ya no es renovar, sino delinquir», remata. «El Bronco es una parábola bastante significativa y triste de un intento por interpretar ciertos aspectos de la ideología regiomontana en términos políticos».

Respecto a los satélites —o patiños— del cambio en la mediatización de la política local, lo que ve Beck es un reflejo de Multimedios.

«No representan ninguna novedad como sí representó El Bronco en cierto momento de su trayectoria política. Son personajes secundarios del espectáculo de la política regiomontana».

Hablando con Humberto Beck pienso en ese meme de Patamon que se pregunta por qué no puede digievolucionar. ¿Por qué Monterrey, con instituciones políticas, culturales y económicas más sólidas que la media del país, no puede configurarse como polo cultural?

«Faltaría que Monterey nazca como polo de creación cultural y eso no lo ha hecho», me responde el profe Beck.

«Tijuana sí se convirtió en un polo de creación intelectual completamente independiente de la Ciudad de México. Tiene sus propias categorías de pensamiento y creatividad en la literatura, la música, las artes plásticas e incluso en la reflexión sociológica», y acá es donde se pone de manifiesto que ser frontera no basta para crear cultura.

«Monterrey no ha podido generar eso a pesar de tener muchos más recursos, mucha más tradición y muchas más instituciones. Yo creo que ahí hay un vacío simbólico que reside en cuenta de que eso es importante. No sólo se trata de ser un polo comercial, ni siquiera político, sino que mientras Monterrey no genere su propia cultura, no podrá convertirse en la metrópoli a la que aspira a ser».

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¿Dónde queda Monterrey? – Parte 2

Escrito Por

Luis Mendoza Ovando

Fecha

20.abr.20

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