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07.ago.2018

«Distritis», banalización y desmemoria regia

El verdadero problema del boom de inversión inmobiliaria es que todo el poder económico, político, social y creativo se centra única y exclusivamente en la propagación de edificios con vocación de consumo, y en esa banalización participamos todxs.

POR zertuche / Lectura de 22 min.

El verdadero problema del boom de inversión inmobiliaria es que todo el poder económico, político, social y creativo se centra única y exclusivamente en la propagación de edificios con vocación de consumo, y en esa banalización participamos todxs.

Lectura de 22 min.

Existe una burbuja dentro de la burbuja inmobiliaria de Monterrey y su área metropolitana. Esa otra burbuja se infla con elogios publicados en revistas especializadas y la sección Bienes Raíces de El Norte. El aparato editorial inmobiliario no sólo es acrítico, es, para fines prácticos, su brazo marketero. Su modelo de negocios y ROI están garantizados: el 100% de los anunciantes están relacionados a las economías que se derivan de la construcción. Hojear sus páginas es casi como ver un catálogo, con uno que otro texto alineado al optimismo desbordado que los propios desarrolladores tienen sobre el papel que juegan en la economía de la ciudad. Para muestra, la editorial de Estrategia Inmobiliaria en su edición del segundo trimestre 2018:


«Este número es indudablemente una celebración al éxito del ramo inmobiliario de nuestro país, así como al reconocimiento justo de la consecución de sus muchos y muy encumbrados logros, a su avanzado crecimiento, a su acerada capacidad para analizar, resolver y superar cuanto sea preciso para continuar siendo uno de los más importantes aparatos propulsores de nuestra economía, y a su resiliencia demostrada para mantenerse firme y avante hacia el frente, generador y descubridor de nuevas vías que conduzcan al desarrollo de la nación.

Este sector de la economía ciertamente acapara mucha atención, por ser tan necesario y vital, y por formar parte elemental en nuestra vida diaria. Nuestra relación cotidiana con las construcciones inmuebles es tal, que todas nuestras actividades, –trabajar, aprender, vivir, relacionarnos, ejercitarnos, descansar... las llevamos a cabo bajo techos y domos, entre columnas y muros, alojados y protegidos, recibiendo resguardo y bienestar producto de esta amplia y robusta actividad y los servicios vinculados a ésta. Partimos temprano de nuestras casas, acudimos a oficinas, recintos educativos, recreativos, deportivos y religiosos, centros comerciales, clínicas y hospitales, recorriendo las avenidas y arterias de la ciudad que residimos, y entre trayectos se erigen edificaciones, estructuras heterogéneas, de variadas formas, tamaños y estilos, todas ellas destinadas al propósito fundamental de proveer de espacios e infraestructura necesarios, adecuados, e idóneos para vivir, aportando cada una de ellas su estética, carácter y expresiones particulares.»

La prosa además de cursi es engañosa. Casi es una invitación a venerar ciega y desinteresadamente todos y cada uno de los movimientos de negocio que realizan los desarrolladores. Bajo esta lógica, debemos estar agradecidos con las empresas que están construyendo esta nación, pues gracias a ellos básicamente podemos vivir.

Aunque este tipo de publicaciones no van dirigidas a una audiencia general, se pueden encontrar fácilmente por ahí en lobbys, baños y otras áreas de estancia en restaurantes, edificios, oficinas, etcétera. Su función es congraciar a los anunciantes que son, al mismo tiempo, su público. En ese sentido parecen más el Sierra Madre (la sección de sociales) de la industria, un cuadro de honor en donde, además de ver reflejados sus renders, pueden leer adulaciones, porras y todo tipo de contenido condescendiente.

Es válido, sí, pero no por ello deja de ser risible y/o criticable. Los encargados de hacer (la) ciudad por default están acostumbrados a las relaciones públicas y no al periodismo. Y medio se entiende porque las oportunidades de negocio son altísimas. La industria inmobiliaria está en pleno boom en la ciudad, lo que implica una derrama económica colateral en favor de profesionales de las áreas creativas. La más beneficiada evidentemente es la arquitectura, pues casi todo lo que se levanta se diseña, pero también hay que hacer interiores, ponerle nombre al edificio, crearle una identidad gráfica, programar una página web, escribir los copys del sitio, hacer un video de venta, manejar las redes sociales e imprimir folletos, entre otras actividades. Que no está mal, es parte del negocio, pero ante un vacío de crítica y análisis en relación a las implicaciones que la actividad inmobiliaria tiene en la ciudad, pues el discurso se queda en eso, en un nivel de marketing.

Otra de esas publicaciones especializadas es la revista Real Estate, de cobertura nacional. Hace unos meses dedicaron la totalidad de su No. 118 a Monterrey, una «potencia económica en expansión» como describe su portada. La jerga inmobiliaria se asoma entre sus textos, con un optimismo desbordado por la inversión en construcciones. Se habla de calidad de vida, progreso, comunidades integrales e inteligentes, regeneración, sustentabilidad, movilidad, espacios públicos... lo típico. Pero lo más revelador de esta edición no son las columnas de los desarrolladores hablando de su propio proyecto, lo más revelador es la recopilación que hace la revista de todos los nuevos proyectos inmobiliarios en la ciudad, una tabla exhaustiva que le puso números (hasta el primer trimestre de 2018) al músculo constructor de Monterrey: se contaron 200 nuevos proyectos, con una inversión que, según sus cálculos, asciende a más de $10,500 millones de pesos y que se traduce en 20.5 millones de m² de construcción entre oficinas, complejos de usos mixtos, centros comerciales, fraccionamientos, etcétera.

«Se está reconstruyendo la ciudad a través de una profunda revitalización inmobiliaria», dice una de las columnas en la revista. Y tiene razón.

La ciudad se está (re)construyendo por la lógica del mercado inmobiliario. El prefijo es importante porque denota, particularmente, la sustitución de unas construcciones por otras; quitar lo feo (casa habitación, no hay profit) para poner lo bonito (desarrollo vertical, mucho profit), es síntoma de progreso. En esta lógica, las calles se ven desde una imagen aérea como en un grid de oportunidades de inversión, el terreno se reduce a un espacio con potencial de ser transformado para aumentar su plusvalía, terrenos a los que por cierto se les despoja de todo carácter social, cultural, histórico o ambiental previo para ser sustituidos por nuevas ofertas de convivencia que, generalmente, girarán en torno al consumo. En el proceso, se va articulando casi de manera automática un discurso que lxs regiomontanxs no sólo tienden a validar, también a promover.

Porque el optimismo es parte del músculo inmobiliario en redes sociales.

Y quienes voltean al pasado son perdedores en este boom.

En ciudades como Monterrey podemos identificar dos momentos de gran ímpetu constructor, separados por el impasse del recrudecimiento de la violencia en el estado: la construcción en serie de las minicasitas de interés social en la periferia (documentado por fotógrafos como Alejandro Cartagena y Jorge Taboada) y el actual boom de la verticalidad en forma de plazas comerciales, usos mixtos, nuevos edificios corporativos y departamentos (muchos de ellos de lujo). Este último momento ha despertado el interés fotográfico amateur de regixs (algo así como la erotización del skyline regio en SkyscraperCity Monterrey) que ven en la edificación de rascacielos las puertas al primer mundo.

Después del fracaso del ensanchamiento de la ciudad y todos los problemas que ha traído consigo (traslados más largos, abandono del centro —y, eventualmente, de la misma periferia—, inseguridad, tráfico vehicular y contaminación...), el interés ahora está en desarrollar verticalmente en zonas más céntricas del área metropolitana de Monterrey. La industria inmobiliaria se sofisticó: del appeal que despertaba la idea de comprar una de las Casas GEO en Juárez, García o Escobedo, pasamos al atractivo de vivir en un departamento Semillero en pleno código postal 64000. El atractivo que tuvieron las gated communities (horizontales y verticales), ciudades amuralladas o simplemente las colonias privadas con casetas de vigilancia se ha desvanecido poco a poco; hoy el mercado comienza a posicionar la idea de vivir cerca del trabajo y/o la escuela, en edificios céntricos y con áreas comunes. Hasta se habla de comunidad como una herramienta de venta.

Esta sofisticación es producto de la introducción de un nuevo discurso urbanístico, en buena medida gracias a la influencia y aparición del DistritoTec. Con la validación y respaldo del Tecnológico de Monterrey, conceptos como el de regeneración urbana comenzaron a ganar tracción en la ciudad... y con él, una ola de distritos.

Es importante aclarar que no todos los distritos responden a un interés público o deben ser tomados en serio, y por interés público me refiero a que el proyecto tiene por lo menos la voluntad de proponer un programa parcial de desarrollo urbano para llevarse a consulta pública. Curiosamente, aquellos que sí lo han planteado —o están en vías de hacerlo— cuentan con el respaldo de universidades como el Tec (DistritoTec), U-ERRE (Distrito Purísima-Alameda), UANL (Distrito Uni, Conecta UANL y Distrito Médico Gonzalitos) y todo parece indicar que próximamente la UDEM; la excepción es el Distrito Valle del Campestre (DVC), pues detrás de la iniciativa está la empresa One Development Group. Aunque DVC ha seguido una trayectoria similar al DistritoTec (master plan elaborado por un despacho extranjero de renombre, intervenciones de urbanismo táctico, proyectos de prioridad peatonal...), su contexto y características son muy diferentes.

En cola vienen otros tres que al parecer cuentan con algún tipo de apoyo municipal: en Santa Catarina el alcalde reelecto, Héctor Castillo, anunció en 2017 el Distrito Domo, «un nuevo megadesarrollo de uso mixto» (es decir, otro) impulsado por Desarrollos Delta; el Distrito Monterrey Norte (DMN), «polígono comprendido entre las avenidas Ruiz Cortines, Rodrigo Gómez, Bernardo Reyes y Alfonso Reyes», que al parecer está impulsando el IMPLANc para detonar en la zona (lo típico) «departamentos, oficinas, hoteles, centros comerciales y más»; y quizá el más controversial y misterioso de todos, el Distrito Independencia, un proyecto nebuloso que aunque aparece dentro de los Programas Delegacionales y Distritales del Plan de Desarrollo Urbano del Municipio de Monterrey, involucra al gobierno del estado y al municipio de San Pedro Garza García por el tema de la Interconexión de Valle Oriente con la Macroplaza.

Y luego están los distritos cosméticos, de mentiritas, aquellos que son producto del ingenio publicitario para posicionar proyectos inmobiliarios modestos, medianos o ambiciosos. En el centro de Monterrey aparece Distrito Nuevo Colón (que forma parte del fraseo de venta del desarrollo El Titán, de Pladis / Fraterna) y Distrito Kyo (un complejo de cuatro edificios: Kyo Midtown, Kyo Constella —cuyo tagline es, no es broma, startup district—, Kyo Radiant y Kyo Aluna) que empuja KOiNOX Developers; en San Jerónimo aparece Distrito H, un edificio que, tal cual, lleva en el nombre lo de distrito y que desarrolla Evalor Patrimonio Inmobiliario (los mismos que llevaron el Distrito V a Saltillo); y en San Pedro Garza García destaca la presencia abrumadora de GM Capital con Distrito Armida y Distrito Diego Rivera, dos megaproyectos inmobiliarios que sumarían más de 20 torres en Valle Oriente. (Hasta el estrafalario restaurante Amadeus de Calzada del Valle está en vías de convertirse en el Amadeus Art and Design District, básicamente otra plaza comercial en el municipio con algún tipo de espacio para exhibir arte).

La revolución urbana de Distrito Kyo: «Urbalution», la epítome del copy creativo.

Render del año: Amadeus Art and Design District, cono todo y el "polémico" David incrustado en la fachada.

La oleada distrital parece más alineada a la vocación ideológica imperante en el espacio regiomontano (el consumo y la movilidad en automóvil) que a la estética de la nueva agenda urbana (el ISO 9000 del urbanismo neoliberal). La expresión máxima de esta vocación se puede encontrar en los ríos Hudson, Mississippi, Colorado, Orinoco, Amazonas, Guadalquivir y Missouri, en el polígono conocido como Centrito Valle de San Pedro Garza García; y, además, en lo que parece que se convertirá su Calzada del Valle (si parpadean se podrían perder el siguiente derrumbe de residencia para convertirse en otra placita). La cantidad de plazas comerciales que se han erigido y que se siguen erigiendo es francamente abrumadora; pero obviemos por un momento el hecho de que esta zona se está transformando en un subcentro de oficinas y comercio, con plazas que conceptualmente lucen idénticas, o que el reglamento de cajones de estacionamiento obliga a desarrolladores y arquitectos a construir para el automóvil y no para las personas, o que las banquetas no existen y se sustituyen por entradas y salidas de automóviles, o que no hay suficientes árboles para motivar a caminar, o que no existen carriles de bicicleta; no, aquí el verdadero problema es que en este boom de inversión inmobiliaria todo el poder económico, político, social y creativo se centra única y exclusivamente en la propagación de estos edificios con vocación de consumo.

«Ante la austeridad, viviendas inasequibles y el aumento de la deuda, responder con banquetas más anchas y carriles para bicicletas se vuelve tan banal que resulta casi insultante».

— Vía THE AVERY REVIEW

El debate urbanístico también es, en buena medida, cosmético. Es insultante que se concentre el grueso de la inversión —sí, privada, y no por ello menos insultante— en la proliferación y propagación de construcciones cuyo fin es el consumo, la vanidad y la hiper-comodidad de una sociedad hiper-acomodada. La lógica del mercado y la asfixiante vocación neoliberal regiomontana está creando soluciones a necesidades ficticias: no se necesita una sola plaza comercial más.

En cambio, la lógica del mercado ignora las necesidades más apremiantes de sectores marginados de la sociedad porque, pues, no es negocio. Y, ok, no es tarea de la IP invertir en lo social (a menos que les represente una palomita en su historial de Responsabilidad Social o sea deducible de impuestos), pero la cosa no es tan diferente a nivel gubernamental: estamos en Nuevo León, el aparato del Estado tiende a privilegiar lo empresarial a lo social.

¿Por qué no se ha movido un dedo en el tema del transporte público y colectivo? ¿Por qué no se ha movido un dedo para encontrar soluciones al problema de la contaminación? ¿Por qué no se ha movido un dedo para garantizar vivienda asequible dentro del sueño húmedo que le representa a las desarrolladoras la densificación de la ciudad? ¿Por qué se invierte más en recarpeteos, puentes (vehiculares y anitpeatonales) y avenidas que en espacios públicos seguros e incluyentes? ¿Por qué la inversión en cultura se incrementa sustancialmente sólo cuando el alcalde que lo promueve es, al mismo tiempo, el dueño de los museos a construir? ¿Por qué los proyectos de regeneración urbana en áreas marginadas (Distrito Independencia) responden a intereses ulteriores del mercado inmobiliario y no a un proceso —lento, desgastante— de participación (de neta) ciudadana?

Quizá por negligencia, compadrazgo, ignorancia y/o incapacidad a nivel gubernamental y político. Y porque los políticos regiomontanos parecen más ascépticos que las pocas plazas públicas a las que quieren dejar sin puesteros: son ex-empresarios o empresarios en pausa que seguramente creen que el pobre es pobre porque quiere y no se mueve; porque ya ni si quiera llegan a tecnócratas, son meros administradores cuya labor podría ser sustituida por un buen bot de Excel; porque no tienen idea y/o no les interesa utilizar el poder rector del Estado para regular y ordenar el desmadre que hay en la ciudad; porque son, a fin de cuentas, soldados del neoliberalismo sin siquiera saberlo.

«Al estar claramente orientados hacia el mercado (global), marketing urbano y negocio empresarial, (los grandes proyectos urbanos, instrumentos clave del urbanismo neoliberal) suelen dejar al margen las necesidades y compromisos sociales locales, contribuyendo al aumento de las desigualdades socioespaciales».

CARMEN BELLET-SANFELIU

Este boom inmobiliario y el nuevo discurso urbanístico está hecho para y por las sociedades más acomodadas de Nuevo León. Y si alguien se creyó el cuento del Bronco, cuando se atrevió a decir en campaña que en el estado no hay pobreza y se vive más seguro, pues siempre pueden ir a remojar su ingenuidad e indiferencia en la fila de autoservicio de un Starbucks (o en casitas de cartón).

En reuniones y pláticas recientes se ha asomado recurrentemente el tema de la memoria en la ciudad. Mejor dicho, la desmemoria. Roberto Núñez (arquitecto, cofundador de Covachita) lo plasmó en un artículo publicado en la tercera edición de Arquitectura y Seres Urbanos, la revista del Colegio de Arquitectos de Nuevo León. Destaco lo siguiente:

«La identidad de la ciudad está basada en un proceso de selecciones y exclusiones de la memoria. Elegimos la historia que cuenta el éxito del capital y sus héroes. Sepultamos las narrativas que no cumplen con este objetivo, las que exhiben sus fallas, su violencia y el horror de su cotidianidad. Olvidamos el pasado y elegimos vivir en un presente que se encoge cada vez más, el presente de capitalizar en corto plazo las cosas, el presente de la producción de entretenimiento instantáneo y placebos para nuestros sentimientos de aprehensión e inseguridad. Con el tiempo entregamos nuestra libertad a cambio de la sensación de seguridad y confortabilidad.»
— ROBERTO NÚÑEZ

Render de una de las nuevas plazas comerciales en Centrito Valle.

La editorial-porra de Estrategia Inmobiliaria celebra al ramo inmobiliario por hacer de esta nación una en donde se puede ir de shopping con aire acondicionado. Además, habla de estructuras heterogéneas como una virtud estética de los edificios que construye el ramo.

No. Por el contrario, lo que este boom ha impuesto no sólo es un concepto homogeneizador (espacios artificiales para el consumo), también ha contribuido a la construcción de una nueva memoria de ciudad: una que no mira atrás, que olvida lo feo y sustituye los episodios traumáticos con la construcción de símbolos estéticos, reconfortantes. A este paso, no nos cuestionaremos nada. Núñez propone al final de su texto que «como arquitectos empecemos a hacer ejercicios sobre la memoria como herramienta para accionar sobre el territorio. Habitar en lo monumental de Monterrey se ha convertido en el deporte preferido de los desarrolladores y de los arquitectos. Hemos olvidado discutir sobre muchas otras historias», escribe. Añadiría que no sólo lxs arquitectxs, otras áreas creativas (diseño, editorial, video) participamos en la profundización de este olvido.

Desde aquí, en lo que nos toca en Contextual MX, queremos convocar abiertamente a que discutamos sobre esas muchas otras historias. Casi nunca lo hacemos, o mejor dicho nunca lo hemos hecho de manera clara, pero la posibilidad de publicar propuestas, críticas u otros ejercicios narrativos está abierta en → hola@contextual.mx

Rem Koolhaas reflexionó recientemente en un foro sobre los ambientes amigables y atractivos en las ciudades, de cómo la harmonía y la belleza podrían crear una especie de falso sentido de seguridad existencial entre sus habitantes. Rescato el siguiente intercambio:


REM KOOLHAAS: 'LA BELLEZA PUEDE DARLE UN SENTIDO FALSO DE SEGURIDAD EXISTENCIAL'

Periodista: ¿Hasta qué punto crees que el entorno en el que vivimos nos afecta al nacer y mientras crecemos? ¿Crees que —y ésta no es una pregunta académica— si una persona nace en un ambiente urbano amigable, atractivo, original y crece en ese entorno, entonces, esa persona será diferente a una que creció en medio de edificios idénticos (en referencia a la vivienda rusa) ¿Cómo lo ves tú?

Rem Koolhas: Tal vez no soy la persona correcta para responder esa pregunta porque yo nací en una ciudad bombardeada que estaba totalmente en ruinas. Pasé los primeros siete años de mi vida ahí, y puedo decir que tengo sentimientos encontrados al respecto. Sí, creo que podrías beneficiarte de la harmonía y la belleza pero también creo que podría darte una especie de falso sentido de seguridad existencial y que, por lo tanto, en cada vida debe haber tal vez un cóctel de ansiedad, incredulidad, inseguridad y creatividad. Creo que estar demasiado seguro de tu entorno y tener un entorno que sólo afirme una situación segura probablemente no sea una gran bendición al final.

Y creo que esto es realmente un tema importante porque hace un par de años organicé una Bienal en Venecia y de repente me di cuenta que —soy una generación típica de Mayo del 1968— por lo que generalmente respaldo los valores de la Revolución Francesa, libertad, igualdad, fraternidad, etc., y sin un cambio realmente drástico, nos encontramos en una situación nueva donde la comodidad, la seguridad y la sustentabilidad se convirtieron en los principales impulsores de la sociedad. Y una vez más tengo sentimientos encontrados de si eso es realmente tan crucial.

Encontremos pues ese cóctel de ansiedad, incredulidad, inseguridad y creatividad para no caer en un falso sentido de seguridad existencial.

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Escrito Por

zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente fue editor de la revista Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema "Acciones para una ciudad mejor".

Fecha

07.ago.18

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