Usar como argumento el boom de construcción de los nuevos edificios como prueba de que Monterrey camina hacia la densificación, suena más a un copy de venta que a una realidad: Monterrey estará creciendo para arriba pero no se está densificando.
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Mi nuevo pasatiempo favorito es visitar dos grupos privados en Facebook de SkyscraperCity Monterrey. Uno se dedica primordialmente a fetichizar el nuevo skyline regiomontano a través de fotografías —profesionales y amateur— de los edificios altos de la ciudad; el otro se dedica a subir noticias, rumores y avances de obra de los nuevos desarrollos verticales. Sobra decir que la gran mayoría de quienes participan en esos grupos son entusiastas del tema rascacielos o son profesionales que participan en el diseño, construcción o venta de esos edificios. (Un poco de contexto: SkyscraperCity «es el foro en línea más grande del mundo sobre rascacielos y temas relacionados a lo urbano», existe de 2002 y aunque mantiene su formato de message board, la comunidad que la integra en México utiliza otras plataformas como Facebook para extender la conversación.) Sobra decir que yo lo frecuento por morbo.
En el scroll de morbo di con una comparativa que alguien había hecho del Valle Oriente que aparece en el icónico comercial noventero de ABACO, aquel en donde Luis Aguilé aparece cantando Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta Navidad desde el techo del edificio del desaparecido grupo financiero de Jorge Lankenau, con el Valle Oriente actual.
De “rancho”a rancho asfáltico. Comparativa publicada en el Fb de SkyscraperCity Monterrey.
Vale la pena recordar que el comercial salió a inicio de los noventa. Eran los tiempos del optimismo primermundista del salinismo, de cuando la extensión urbana del área metropolitana de Monterrey era relativamente administrable, era el momento de las plazas comerciales diseñadas a imagen y semejanza de los malls estadounidenses, del ligero “tráfico” vehicular de una ciudad de provincia en vías de convertirse en metrópoli, de los corporativos nacionales y extranjeros que se establecieron en grandes extensiones de terreno —y no necesariamente en edificios altos— con código postal regiomontano.
Entonces Monterrey comenzó a posicionarse en el imaginario nacional como una ciudad moderna e industrial, una descripción anticuada, cliché, lugar común y atajo para la pereza narrativa de notas periodísticas financieras producidas en el centro del país, casi a la par del mote —y estigma— de la supuesta tacañería regia.
Era un Monterrey de convicción residencial que aspiraba al típico suburbio tejano; moderna en un sentido McAlleniano, industrial por el linaje empresarial en manos de unas cuantas familias.
El comercial de ABACO muestra una postal diametralmente opuesta a la realidad del Monterrey de hoy, pues cierra con espectaculares tomas aéreas que dejan ver el “perfil enano” de la ciudad que tanto aborrecía el ex-gobernador Alfonso Martínez Domínguez (autor intelectual de la Macroplaza, símbolo del posmodernismo regio): en el paneo aéreo se ve a un Monterrey sin edificios, un Valle Oriente cuasi-prístino que contrasta con el nuevo skyline real y el renderizado que se proyecta para los próximos años.
Mucho ha cambiado desde entonces, pero algunos rasgos de la ciudad se han multiplicado o fortalecido. De entrada, la idea de la movilidad en automóvil. Destaco este rasgo porque es, en buena parte, la clave condicionante de cómo se ha configurado el Monterrey actual. La anécdota de Martínez Domínguez también es clave porque habla de un anhelo regiomontano que, al parecer, se está haciendo realidad: del modelo de suburbio, ahora aspira a la verticalidad.
José Manuel Prieto González lo narra en el ensayo La consolidación del Monterrey “imaginario” en el contexto de la globalización: “Macroproyectos” urbanos, publicado en 2010:
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Domínguez sugiere ya en su primer informe de gobierno que Monterrey padece un cierto complejo de inferioridad en relación con las vecinas ciudades estadounidenses, responsabilizando de ello al crecimiento horizontal y a los edificios de baja altura. La solución pasaba por “crecer para arriba”, dejando de ser una ciudad “chaparra” o de “perfil enano”. Del crecimiento vertical dependía que no heredasen los hijos de los regiomontanos un “guiñapo de ciudad”. En otro momento manifestó que Monterrey había usado “pantalones cortos” durante mucho tiempo y que ya le había llegado la hora de usar pantalones del tamaño adecuado. Los “pantalones largos” debían llegar con la Macroplaza, que estaría bordeada de edificios altos de uso mixto capaces de configurar un centro de negocios, como en las ciudades estadounidenses.
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Casi cuatro décadas después de lo dicho por Martínez Domínguez, Monterrey por fin decidió ponerse los “pantalones largos”. Las fuerzas del mercado recularon y hoy empujan la verticalidad. Por fin circulan aires de grandeza: estamos creciendo para arriba, ¿no? Ahí está el entusiasmo plasmado en foros como SkyscraperCity o en el protagonismo que ha adquirido el tema inmobiliario en periódicos como El Norte (basta con leer la chismocolumna de Armando K'sas para dimensionar el ritmo constructor de la ciudad).
Claro, este cambio no se dio por bondad urbanística del mercado inmobiliario, esta tendencia llega tras agotar la fantasía de la horizontalidad, después de ensanchar al máximo el AMM (y que ahora quieren que se extienda a 18 municipios) y hasta que por fin nos dimos cuenta del fraude sociourbano de mandar a miles de familias a vivir en casitas de interés social en la periferia; la tendencia vertical también llega ahora que nos estamos ahogando en contaminación, cuando ya interiorizamos que el tráfico vehicular pesado es parte de nuestra rutina de traslado.
Y aunque se siguen construyendo plazas comerciales agringadas, es decir, de gran extensión territorial, climatizadas y con cientos de cajones de estacionamiento divididos en varios pisos, han aparecido en los últimos años nuevos desarrollos de usos mixtos (oh sorpresa, con cientos de cajones de estacionamiento divididos en varios pisos) y una invasión de pequeñas plazas comerciales dirigidos a un lifestyle elevado. Esto supone la creación y proliferación de locales comerciales que tienen que ser ocupados por oficinas, gimnasios, salones de belleza, tiendas de ropa, pastelerías, panaderías, cafeterías, centros de wellness y, las nuevas estrellas del firmamento, restaurantes que poco a poco han ampliado el limitado menú que se ofrecía en la ciudad.
La moda, los servicios y los productos de lujo, el wellness y la nueva generación restaurantera sirven como una especie de intermediarios culturales entre los desarrollos inmobiliarios y el consumidor. Pero la simbiosis más contundente es la que se da entre el real estate comercial y los restaurantes, dos industrias que viven un boom en la ciudad.
La simbiosis entre diseño, real estate y una nueva generación de empresarios restauranteros ha motivado la incesante apertura de restaurantes especializados, de “alta cocina”, que sirven para, entre otras cosas, justificar la apertura de nuevas plazas. ¿Qué tan incesante? Lo suficiente como para reinventar a la única revista que publicaba temas de urbanismo en la ciudad y que ahora se dedica a documentar y a comentar la cultura culinaria. El optimismo es tal que ya se considera a Monterrey como un “destino para viajeros gourmet” (así se titula una nota publicada en el portal México Desconocido). Superamos el concepto de food court de mall para pasar a las experiencias gastronómicas.
Con esta nueva mentalidad vertical, Monterrey se “autoterapea” y se inventa un discurso que ayuda a consolidar su gradual proceso de sofisticación. Un proceso que, además, coincide con el auge del diseño regiomontano, con la nueva generación de agencias de branding, arquitectura e interiorismo —tanto corporativas como boutique— que ayudan/ayudamos a crear, junto a otras áreas creativas, ambientes, diseños y narrativas atractivas para la venta de estos espacios.
En este discurso de sofisticación, el boom inmobiliario y restaurantero son vistos como símbolos de fortaleza económica, un paso más rumbo a un Monterrey cosmopolita, más abierto a otras culturas.
Una acotación pertinente: este Monterrey en realidad se reduce a los corredores de la ciudad que concentran los más altos niveles de poder adquisitivo. De manera muy marcada en Centrito Valle, Valle Oriente, Distrito Valle del Campestre y las avenidas Gómez Morín y Vasconcelos, en San Pedro; así como en San Jerónimo, Contry o Carretera Nacional, en Monterrey. En estos corredores es donde estalla el boom tanto inmobiliario como el del fenómeno gastronómico en la ciudad.
Se trata pues, de una sofisticación estética, artificial, de estatus. Vivir este auge representa un lujo. El lujo de subirse a un auto y estar dispuesto a gastar hasta 44 minutos de traslado (según datos del Primer Estudio General del Consumidor Restaurantero de NL, publicado en Residente) para acudir a una de las nuevas islas de consumo. El lujo de poder pagar por un platillo espectacular que nos abra múltiples posibilidades culturales en el paladar. El lujo de poder estar sentado en un espacio cuyo metro cuadrado seguramente costó más que el de una residencia sampetrina.
Pero, ojo, Monterrey estará creciendo para arriba pero no se está densificando. Aunque esta aseveración no es empírica ni está sustentada en datos, no es difícil hacer la observación: se están construyendo plazas comerciales verticales y desarrollos de usos mixtos que, lejos de integrarse a la ciudad, contribuyen al aislamiento de las actividades comerciales y a la proliferación del uso del automóvil.
La edificación de torres de usos mixtos y de placitas están creando un falso sentido de densidad, accesibilidad y apertura. La ciudad no se está densificando, se están creando islas de consumo inconexas. No se está “activando” la calle con una combinación de frentes de comercio y vivienda en pisos superiores, se están creando espacios de exclusión y aislamiento. La configuración de Monterrey no permite traslados “amigables” a pie, bicicleta o transporte público para ir de lugar en lugar, de bar en bar, de restaurante a restaurante (como ideal de sofisticación de una ciudad accesible); por el contrario, el traslado en auto es una forma más de negar una ciudad democrática, abierta, igualitaria. Estas plazas no son lugares de encuentro, no suplen la función del espacio público y tampoco se están integrando a la ciudad: por más banquetas anchas y paisajismo cautivador que les pongamos, estos lugares privilegian la entrada en carro (particular, Uber o taxi). Además, por más “abiertos” que estén sus accesos (pienso en la posibilidad de atajo peatonal que representa Punto Valle, The Town Center para cruzar de Gómez Morín a Ricardo Margain en San Pedro Garza García), los intermediarios culturales que ahí se concentran operan bajo una dinámica de consumo que en sí misma crea una barrera de exclusión invisible: quien no pueda pagar por ello, no entrará.
Está por verse si los guardias de la plaza dejan pasar a cualquier persona por estos jardines idílicos, como atajo peatonal para cruzar de una avenida a otra. Ese es el punto.
Richard Sennett, sociólogo que estudia los lazos sociales en las ciudades, plantea el concepto de Open City como un ideal de convivencia, incluso como propuesta de resistencia para combatir tentaciones fascistoides y antidemocráticas. Para lograr esa apertura, Sennett argumenta que las ciudades deberían ser (1) más porosas en sus bordes sociales, (2) que en su diseño y planeación estén en forma incompleta para flexibilizar, adaptar y “colonizar” espacios subutilizados, y (3) que trabajen con la dificultad y complejidad que representan los desafíos naturales en vez de tratar de solucionarlos y ponerles fin. La clave está en poder lidiar con la complejidad, la diferencia y el desorden.
Monterrey contrasta con esta concepción. No es una ciudad porosa, pues las barreras físicas e invisibles entre los que tienen y los que no son muy marcadas. Y aunque la ciudad se siente incompleta, la verdad es que no hay espacio para la flexibilidad: las calles son un grid de oportunidades de inversión que acapararán los desarrolladores inmobiliarios, pues el terreno se reduce a un espacio con potencial de ser transformado para aumentar su plusvalía (terrenos a los que por cierto se les despoja de todo carácter social, cultural, histórico o ambiental previo para ser sustituidos por nuevas ofertas de convivencia que, generalmente, girarán en torno al consumo). Y, por último, en Monterrey hemos hecho todo lo posible por no trabajar con los desafíos naturales: más bien los ignoramos o los canalizamos.
¿Moderna e industrial? Más bien desigual, cerrada, artificial y excluyente. Eso sí, con edificios bonitos y una oferta gastronómica deli.
Usar como argumento el boom de construcción de los nuevos edificios como prueba de que Monterrey camina hacia la densificación, suena más a un copy de venta que a una realidad: de plaza en plaza, y de desarrollo de usos mixtos a otro, no se están creando condiciones de accesibilidad para esta ciudad, por el contrario, las seguimos negando.
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Nota: Una versión inicial de este texto fue enviado para publicarse en una próxima entrega de la revista del Colegio de Arquitectos de Nuevo León.
Notas de una ciudad que se nos sigue negando
j. zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente: Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema “Acciones para una ciudad mejor”.
15.sept.18