Primera servida de esta nueva columna de música a bocados: un poco —o un mucho— de nostalgia, el peso del disco en formato físico y una pequeña lista de los 10 discos favoritos de 2024.
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Espero no terminar aplicando por aquí argumentos de viejito gruñón al estilo Rick Beato, «el Anthony Fantano de los boomers» [que, a su vez, ¿es el [@Emi_Hdzz de los Gen Z?], sobre todo ahora que acabo de aterrizar en el “cuarto piso”. Esta es una nueva columna en la sección Sonoro para hablar de música en contextual.mx, y por columna me refiero a que me voy a obligar a darle continuidad —algo que no se ve mucho por aquí. La elección del nombre está inspirada en una experiencia gastronómica que viví recientemente en Les Cols, una locura que duró seis horas y que tiene que ver con el descubrimiento entre cada salto de platos y sabores, algo que me gustaría replicar al presentar distintas porciones sonoras. También es un intento de homage a la cadencia del mejor naming y concepto que he visto en mucho tiempo: Himnos para La Deriva de Ejival, “un viaje no planeado” que se extraña. Aunque claro, es solo un intento y nada más.
Hoy vengo a compartir algunas reflexiones sobre la manera en que se consume la música en vivo y en plataformas; el disco en formato físico como su representación máxima; la nostalgia como herramienta mercantil, pero también como fuerza creativa; y, aunque no necesariamente sea a mitad de año, enlisto lo que a mi gusto son los 10 mejores discos de 2024 hasta ahora. Así que bear with me y aprovecho para sacar el repelente anti-puritanismo del lenguaje, porque aquí verán muchas cursivas y anglicismos.
Primero, un artículo que me provocó nauseas: «Le apuestan cantantes a los covers para vender boletos». La nota, publicada por Grupo Reforma [mal redactada, editada y cabeceada, por cierto], menciona que artistas populares —que ni me van ni me vienen ni me interesan, como Christian Nodal, Yuridia, Carin León, Alejandro Fernández o Ángela Aguilar— «han decidido meter en sus shows algunos covers para causar furor entre la gente». Hasta aquí, nada del otro mundo.
Ahora, no puedo obviar que los editores del Reforma tienden a redactar encabezados engañosos, ya sea por flojera, descuido o clickbait. En este caso, el título del artículo sugiere que son los artistas quienes apuestan por incluir covers para vender más boletos; la redacción, en cambio, sugiere que son los empresarios y promotores quienes solicitan a los artistas que incluyan éxitos de antaño y covers para que, agárrense, «funjan como detonador emocional en el espectador y que éste consuma alimentos, bebidas y otros productos». Aquí comienza la náusea.
El reportero cita en el artículo a «tres empresarios y dos promotores de espectáculos», así nomás, sin ofrecer una explicación de por qué los seleccionó o por qué prefirieron el anonimato. Estos anónimos, mercenarios de los conciertos, dicen cosas que, si bien son sabidas o intuidas, al ser expresadas en su calidad de “empresarios del espectáculo”, adquieren una connotación vomitiva. Por ejemplo:
→ «A todos [los artistas] les hemos pedido, de alguna u otra manera, que incluyan canciones que nos lleven al consumo».
→ «...el cover apela a la nostalgia, al recuerdo, y el tipo de audiencia [sic] se suma a la espiral que desinhibe, y es por eso que el factor económico aparece».
En quince párrafos que desafían la sintaxis y la coherencia, el reportero va soltando referencias sobre el uso de covers de artistas que resultan tan dispares que da risa verlos en la misma línea: Sentidos Opuestos y Ringo Starr, Christian Nodal y Gloria Gaynor, o Calibre 50 y Nick Carter. ¿Qué los une? Que tocan versiones de otros artistas en sus conciertos. Con todo y la redacción confusa, creo que la intención de este artículo era hacer notar que este recurso va más allá de si aporta —o no— algo nuevo [¡algo!] o medianamente interesante musicalmente; coverear en conciertos se ha convertido, para fines prácticos, en una táctica de venta de tickets, hot-dogs y cervezas.
Esto nos dice mucho del lado mercantil del espectáculo, pero, ¿qué nos dice del espectador? Tampoco nada nuevo: que hay un cierto tipo de asistente de conciertos de artistas populares que vive en una eterna zona de confort, estancado en una espiral de conformismo musical y que se siente uno mismo [uoh uh uh-oh] con la nostalgia de glorias pasadas. Este mercado cautivo de adultos nostálgicos ha provocado la proliferación de giras de reencuentro, casi siempre de agrupaciones pop mejor conocidas por su coreografía noventera. Y está bien, hasta cierto punto.
Tampoco crean que lo de la nostalgia es algo exclusivo de mercenarios del pop. Aunque pudiera llegar a ser un proceso mucho más pensado, curado y con una intención artístico-cultural, la nostalgia también se vende en círculos left-field o del underground. Ahí están festivales como el Primavera Sound, que reúne a músicos legendarios para que toquen exclusivamente un disco icónico, con motivo de un aniversario significativo desde su lanzamiento. Reuniones como las de Pulp o Blur en los circuitos internacionales de festivales responden a un interés nostálgico-económico; juntar a At The Drive-In o a Refused en un Coachella, también. Caso aparte es el de bandas más pequeñas o medianas que regresan de algún periodo de hiatus, como The Walkmen o The Blood Brothers, y quienes pueden diseñar su gira de reencuentro más por sus propios medios que por enaltecer algún line-up de festival que cobra entradas promedio que rondan los ± 435 dólares (Fuente: respuesta de ChatGPT ¯\_(ツ)_/¯ al preguntar sobre el precio promedio de las entradas para los festivales Corona Capital, Coachella, Lollapalooza y Primavera Sound, sin considerar los boletos VIP).
Lo que me molesta, aunque implique a artistas que no me gusten o no me importen, es esta noción tan descarada de que existe La o Las canciones que detonan el consumo; éxitos casi siempre del ayer, pero no sólo eso, éxitos que ni siquiera están en el catálogo del artista que se está presentando en vivo pero que, a “sugerencia” del empresario que le contrató, está obligado a coverear y no por una conexión necesariamente musical, sino porque va a desinhibir al espectador nostálgico a pedir otra ronda de cerveza mal servida y overpriced. Qué enfadoso es ese afán de mercantilizar todo, de tratar de exprimirle centavos a lo que sea, de analizar métricas que correlacionen nostalgia musical y consumo.
Ya entrado en la queja, qué molesto es compartir asiento entre este tipo de espectadores que se ponen a platicar tres cuartas partes del concierto porque les da igual y esperan que un show en vivo sea una mera rocola, una compilación de Greatest Hits, una máquina de karaoke, que tenga el mismo vibe de ese bar al que siempre van donde ponen la-misma-música o, peor aún, una cuenta pagada de Spotify que les permite dar next cada vez que sale una canción que no conocen o no les gusta. [Sentirse ofendido por los precios y cargos ocultos de Ticketmaster es una cosa; otra muy diferente es sentirse patrón del artista por haber pagado una entrada a su espectáculo y exigirle que, en cada nueva gira y a sus cuarenta-cincuenta y tantos años, se remonte al estado físico-atlético del momento exacto que te aprendiste los pasos de “Pepe” en el receso de la secundaria.] El público no siempre tiene la razón, pero esta actitud es recompensada en festivales que arman line-ups que se asemejan más a una selección aleatoria de alguna playlist de moda en Spotify que a una curaduría pensada, propositiva y retadora. El Pal Norte, por ejemplo, lo lleva a otro nivel: la dinámica del “artista sorpresa” es, tal cual, la versión en vivo de tener activado el shuffle en una playlist.
A propósito de cosas de las que no soy fan, Spotify. Hace poco el New Yorker publicó Why I Finally Quit Spotify, un ensayo medio pomposo que, en resumen, critica la actualización más reciente de la interfaz de la app [en su versión Desktop] por hacer cada vez más difícil la navegación para encontrar un álbum, un disco completo [sí, todavía existen]. Según esto [sinceramente no lo sé, no soy usuario], había una tab para “Albums” en la navegación principal que han eliminado porque suponen que ya nadie escucha discos, cosa que es medio cierta [hasta que Taylor Swift o Billie Eilish o Charlie XCX decidan lo contrario, realmente], y por eso los “esconden” detrás de playlists curadas por algoritmos y usuarios, sencillos sueltos, podcasts y hasta audiolibros. Previo a la publicación de ese ensayo, WIRED hizo algo similar pero con un tono más de “ahí les va un tip, amamos Spotify aunque sea un martirio encontrar discos completos” con Spotify Hates Albums. Here’s How to Fix That.
«La música en la aplicación se consume más fácilmente en una cascada desorganizada; cada canción se convierte en “contenido” de audio separado del cuerpo de trabajo más amplio del músico.»
→ Del artículo del New Yorker, Why I Finally Quit Spotify
Cada quien puede suscribirse a la plataforma que prefiera y escuchar la música que desee, de la forma que más le convenga [discos completos o playlists algorítmicas, música nueva o vieja, regional o anglo, calmada o acelerada], de acuerdo con su presupuesto y estilo de vida. Ya sea con un bitrate bajo de streaming, audífonos de hule rompe-fácil y desde el teléfono, o sentado en tu silla de diseñador con un vinilo de 180g, bocinas que cuestan lo mismo que comprar un auto usado y un ampli McIntosh, la emoción de disfrutar tu música favorita es la misma.
Y aunque el disfrute de la música es una cosa muy personal [ojo, no pretendo aleccionar a nadie aquí con una actitud audiophile], sí creo que el álbum en su versión física, vinilo o CD, es su representación máxima. Está muy bien que lo digital haya democratizado tanto su producción como reproducción, pero hasta lo lo-fi que se graba en un cuarto, con una laptop y una versión hackeada de Fruity Loops, tiene oportunidad de ser reconocido para entrar al canon de los lanzamientos en formato físico, como le sucedió a María y José / Tony Gallardo [que por cierto perfilamos por acá hace unos años] con el sello ugandés HAKUNA KULALA.
A propósito del peso que tiene un álbum en formato físico, vale la pena retomar esta reflexión-recomendación que escribió Gil Scott-Heron en las notas de I’m New Here [2010, XL Recordings]:
Hay un procedimiento adecuado para aprovechar cualquier inversión.
La música, por ejemplo. Comprar música es una inversión.
Para obtener el máximo, debes
ESCUCHARLA POR PRIMERA VEZ EN CONDICIONES ÓPTIMAS.
No en tu coche ni en un reproductor portátil con audífonos.
Llévala a casa.
Elimina todas las distracciones (incluso ella o él).
Apaga tu celular.
Apaga todo lo que suene, emita pitidos, traquetee o silbe.
Ponte cómodo.
Reproduce tu disco.
ESCÚCHALO de principio a fin.
Piensa en lo que obtuviste.
Piensa en quién apreciaría esta inversión.
Decide si hay alguien con quien compartir esto.
Reprodúcelo nuevamente.
Disfrútalo.
– Gil Scott-Heron
A contracorriente de esta solemnidad por el formato físico, y jugando con una nostalgia tanto técnica como sónica, está Diamond Jubilee [2024, self-released] de Cindy Lee.
Uno de los dos proyectos surgidos tras la escisión de Women, banda canadiense de noise post-punk cuyos integrantes se separaron en 2010 después de pelearse a golpes durante uno de sus conciertos, Cindy Lee es la aventura drag de Pat Flegel [ex-vocalista de Woman]. De los siete lanzamientos oficiales que acumula como Cindy Lee, solo dos están disponibles en plataformas de streaming, una decisión artística que, aunque pudiera parecer anticuada o engreída, considero osada. Cuando se le dan las condiciones de producción y distribución, sus lanzamientos pueden conseguirse en vinilo o cassette; cuando no, pueden descargarse con opción de “donación” desde su sitio web alojado en Geocities [que, hablando de nostalgia, es todo un viaje al pasado digital]. Este es el caso de su más reciente lanzamiento, Diamond Jubilee, un álbum doble de 32 canciones y 2 horas de duración que se hizo viral tanto por su extensión, calidad y formato, como por la alta calificación que le otorgó Pitchfork [9.1 en una reseña que vale la pena leer]. Para quienes no vivieron la era pre-Spotify: este disco se descarga [en archivos en formato .WAV], se arrastra al reproductor [en mi caso, Apple Music], se edita el tracklist [porque si no, se acomodan en orden alfabético las canciones], se busca la imagen de la portada [porque no trae] y se le agrega [manualmente] y listo. Imaginen hacer esto con cada una de las canciones que tienen agregadas en Spotify, bueno, así era antes.
Soy fan de la música de Woman y de los proyectos que han surgido de sus ex-integrantes [como Viet Cong, que después se convirtió en Preoccupations, y Cindy Lee], pero Diamond Jubilee es todo un logro: una producción lo-fi pero cinemática, con una especie de revival de T.Rex y Marc Bolan + The Velvet Underground y The Brian Jonestown Massacre que sale de la guitarra y la mente conflictiva e imaginativa de Pat. Es uno de los mejores discos de 2024 que no vas a encontrar en ninguna plataforma y que te obliga a simular, aunque sea un poco y en la compu, el «procedimiento adecuado» del que habla Gil Scott-Heron para digerir un álbum.
El disco también se puede escuchar en YouTube y que, por cierto, tiene una sección feel good de comentarios con estas dos increíbles aportaciones muy bien rankeadas: «Suena como nada que haya escuchado antes y como todo lo que siempre he amado» y «¿cómo se puede sentir nostalgia por una canción mientras la escuchas por primera vez?».
En todo caso, lo que sí criticaría es la actitud de cerrarse a nuevas opciones y dejarse llevar por la comodidad. Esto aplica tanto si escuchas puro pop mainstream del momento como si no sales del prog de tu época, “cuando se hacía buena música”. Sin embargo, entiendo que las preocupaciones del día a día pueden ser tan abrumadoras que tomarse el tiempo para descubrir nueva música pasa a un tercer o cuarto plano. Es más, diría que es hasta un lujo. Y si a eso le sumamos que a la prensa tradicional le vale madre cubrir [ni se diga analizar] temas relacionados a música que no sean objeto de chisme, que tenga que ver con un nombre ya consagrado o una nueva propuesta que se esté volviendo híper-popular, pues está difícil toparse con música nueva, propositiva, interesante o retadora, y así poder salir de la espiral nostálgica que, la verdad, es muy cómoda. Ergo, la popularidad de las playlists y el algoritmo de Spotify; ergo, el surgimiento de entusiastas tiktokers que explican, contextualizan y analizan nueva música, así como artistas, discos y sencillos antiguos, pero no necesariamente con un afán nostálgico, sino para redescubrir estilos y sonidos overlooked y que no recibieron la atención que merecían.
Para terminar en una nota un tanto amarga, y un poco también como recordatorio de lo mierda que está levantarse el cuello para criticar sonidos “raros” sin haber hecho nada creativo en la vida, el otro día Róisín Murphy escribió una reflexión que nadie le pidió pero que holy shit se soltó a tirar verdades a diestra y siniestra.
Habla sobre la futilidad del arte [aunque no estoy seguro si existe una mejor traducción para el concepto de worthlessness; puede ser “inútil” o “de poco valor”] y concluye que el mejor momento del ciclo de creación es cuando llega por primera vez esa idea. En particular, la parte que más me movió es esta:
«Lo que quiero aclarar es que el arte es inútil por varias razones. Es inútil, sobre todo, porque personas que no son artistas han decidido pretender serlo, y le dan al mundo un plato de mierda. Y luego los inversionistas y la prensa —en realidad, son lo mismo— se reúnen para alabar y apoyar la intención. Ese es un ejemplo de la inutilidad del arte».
Anyways, por acá va una pequeña lista de los mejores discos que, a mi gusto, han salido hasta ahora en 2024 [anduve aderezando el texto con algunas canciones de estos discos con embeds de Bandcamp y YouTube]. En la próxima Degustación, es posible que amplíe sobre alguno(s) y que hable sobre un nuevo dilema al que me enfrento como “coleccionista” de discos en vinilo, así como sobre la imperiosa necesidad de hacer listas. Esto, a propósito de la publicación reciente de dos listas que me han dejado pensando cosas.
Artista | Álbum | [Sello]
- Siete Catorce – 2017 [self-released]
- Dj Anderson do Paraíso – Queridão [Nyege Nyege Tapes]
- Fat White Family – Forgiveness is Yours [Domino]
- Beak> – >>>> [Temporary Residence Ltd]
- Mary Ocher – Your Guide to Revolution [Underground Institute]
- Nuno Beats – Sai do Coração [Príncipe]
- Mabe Fratti – Sentir Que No Sabes [Tin Angel Records]
- Kim Gordon – The Collective [Matador]
- Cindy Lee – Diamond Jubilee [self-released]
- Still House Plants – If I Don’t Make It, I Love You [Bison Records]
Links de Referencia
Degustación Sonora 001
j. zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente: Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema “Acciones para una ciudad mejor”.
12.ago.24