¿De qué está hecho el racismo?

El racismo es una realidad con la que convivimos cotidianamente en México, está normalizado. Pero así como el pez no ve el agua en la que nada, muchas veces no vemos el racismo en nuestra cara; no vemos ni el que practicamos ni el que practican personas cercanas.

Gatitos Contra la Desigualdad, un proyecto del INDESIG (Instituto de Estudios Sobre Desigualdad, A.C.), compartió hace unos días en Animal Político algunas estadísticas que muestran la asociación del tono de piel a ciertas características, entre ellas: decil de ingresos, movilidad social, logro académico, ocupaciones mejor o peor calificadas. Los datos dan cuenta del colorismo o racismo sistémico que experimentamos cotidianamente y que también reproducimos.

Como en el caso de la desigualdad de género, hay un sistema de prácticas que favorecen a unas personas y significan desventajas para otras, al extremo que algunas puedan ser privadas de la libertad de forma injustificada o asesinadas sin mayores consecuencias. Pero este sistema está hecho de pequeñas prácticas, casi insignificantes y mínimas, que suceden todos los días y sobre las que es importante reflexionar para poder percibirlas y dejar de reproducirlas. Poco importa si eres de tez morena clara, morena oscura, hombre o mujer. Así como hay mujeres que pueden reproducir prácticas patriarcales, las personas con tonalidades de piel más oscura también pueden reproducir prácticas racistas si no reflexionan sobre ellas.

Voy a presentar un ejemplo hipotético con el que tal vez puedan identificarse. Quizá cuando iban en la escuela, en sus salones, como en los míos, las maestras le ponían más atención a las niñas o niños “güeritos”. Imaginen una maestra cualquiera en un salón cualquiera, que a fuerza de ver mucha televisión compró la idea de que las personas con piel más clara son “más lindas o más buenas”; aunque ni siquiera lo ha pensado, ni lo ha hecho de manera consciente, le pone más atención a la niña “güerita” del salón, quien va a tener mejores oportunidades de salir adelante por eso y por muchas otras prácticas de muchas otras personas que la favorecerán continuamente.

Seguramente han visto el video (arriba) en el que menores de edad identifican cualidades positivas con personas de tez clara y negativas con personas de tez oscura. No hace falta que se empleen locuciones como “indio” para referirse a alguien que es ignorante para reproducir el sistema pigmentocrático, pero también eso se hace con más frecuencia de la que nos gustaría reconocer. El colonialismo se ha asegurado de que internalicemos estos “valores” desde hace muchas generaciones y no hemos logrado desmontarlo. Desde luego, el racismo está muy mezclado con el clasismo y se refuerzan entre sí.

En México se tiende a pensar que la mayor parte de la población es mestiza y a desestimar prácticas de discriminación. La etnicidad es un tema delicado: a las comunidades indígenas se les ensalza míticamente como “nuestra cultura originaria”, mientras son relegadas de las oportunidades de la vida urbana económicamente activa.

La revista Chilango recientemente habilitó un micrositio sobre la desigualdad en la CDMX, que forma parte de una amplia investigación en alianza con Oxfam México, PeriodismoCIDE e Ingrid Bleynat y Paul Segal, del Departamento de Desarrollo Internacional de King's College London.

Se le hicieron preguntas a 50 personas (cinco por cada decil de ingresos) sobre temas diversos, para conocer sus estilos de vida e indagar sobre discriminación. Principalmente se hicieron preguntas directas, en lugar de sugerir escenarios o situaciones (salvo cuando se les preguntó cómo se sentirían si migrantes de Oaxaca, Chiapas o de Haiti se mudaran a un lado de su casa).

Como parte de esta investigación¹, el primer caso que les voy a compartir es el de Rosa, quien se identifica como Tzeltal y sus ingresos corresponden al primer decil, es decir, el más bajo. Vive con su marido y un nieto en una casa de madera y lámina en la alcaldía de Milpa Alta, situada al extremo sudoriental de la capital. Llegó con su esposo hace 28 años a la Ciudad de México y trabajó en un restaurante. Rosy relata:

Además de que prácticamente no le pagaban, según lo que recuerda, la trataban mal. Se expresó así de sus compañeros de trabajo: «Los mismos meseros son bien abusivos también, cuando ya tienen muchos años trabajando». Quizá los meseros traten mal a todas las personas que trabajen en las cocinas, pero quizá no. Quizá todas las personas empleadas por ese restaurante percibían sueldos tan bajos, pero muy probablemente no. Muy probablemente, a ella le trataron peor que a los demás.

Además, a Rosa la han desalojado dos veces de casas en las que ha vivido y ahora tampoco tiene mucha seguridad:

No podría afirmarse con plena certeza que su caso haya sido una práctica de discriminación racial, o que si Rosa hubiera sido rubia y hablara inglés a lo mejor no la hubieran tratado de estafar. Pero ninguna otra de las personas entrevistadas relató haber sido estafada cuando procuró adquirir una vivienda, así como ninguna otra se había considerado indígena.

Cuando le preguntaron a Rosa cómo se sentiría si al lado de su casa se mudara una familia de migrantes de Oaxaca o haitianos, respondió: «No me he imaginado. Hay muchos... pero también, si vienen es por su necesidad, si hubiera dinero nadie vendría hasta aquí, comprarían más cerca». Lejos de discriminar, ella se siente fuera de la vida urbana, así que si alguien llegara a querer vivir donde ella vive, sería por necesidad.

Finalmente, cuando se le preguntó si alguna vez se había sentido discriminada, relató: «Cuando te sientes más humillada es cuando te dicen: “mira, es una india”. Te sientes pisoteada, porque así me siento yo». Aunque también dice que «hay gente buena que habla bonito de ti, te dice, “ay, mira, tiene su idioma, es una india, ¿de dónde vendrá?, ¿y qué tanto dirá?”. Yo ahorita no me avergüenzo, tengo mi dialecto y tengo que seguir. Con mi esposo a veces hablo mi idioma, y dicen mis nietos: “¿qué dices, abuela?”. Les da curiosidad. Saben un poquito».

Los demás relatos de discriminación no fueron tan marcados. Nadie más se identificó con una pertenencia étnica, pero sí hubo variadas experiencias de discriminación. Está el ejemplo de Mary, quien vive en un cuarto que renta en La Merced (barrio histórico al oriente del Centro de la CDMX) con dos de sus hijos y que se traslada por trabajo a Polanco. Sobre su sensación de estar por ahí, cuenta: «Pues se siente... yo me siento muy chiquita por allá», dice, y se ríe con vergüenza. «Me siento que porque... me siento muy sencilla y allí usted ve la gente así que... uch... va volando, ¿no?». También cuenta que se ha sentido discriminada: «Pocas veces, pero sí. La gente, donde se ven más o menos bien, siente que le van a robar. Uno es pobre, pero tampoco va a eso. Uno va a trabajar».

También hubo casos en los que nos contaron las formas sutiles y no tan sutiles en que discriminan a otras personas. Cuando le preguntaron a Viviana, que vive en la colonia Nápoles (vecindario sede del World Trade Center y el centro cultural Polyforum Siqueiros) cómo se sentiría si se mudaran al lado de su casa migrantes de Oaxaca o de Chiapas o de Haiti, respondió: «Creo que nada de desagrado, te sacarías de onda, luego luego pensarías “¿en qué está metido?”, no negarle el saludo, ni nada, pero sí se te haría extraño». La misma pregunta le hicieron a Enrique y a Paulina que viven en Coyoacán. Paulina nos dijo: «La otra vez hablábamos de que no es común ver gente de color aquí, pero inseguros no, depende mucho, pueden ser personas indígenas y que tengan buenos valores, personas educadas». Y Enrique: «Si de repente el vecino de arriba es de una familia indígena diría “qué chingón”, significa que le está yendo bien, pero si sería extraño porque si es una cosa que no es común ver».

Gloria, de Iztacalco (barrio residencial en donde se ubica el Foro Sol y el Palacio de los Deportes), nos contó lo que escuchó decir a otras personas cuando migrantes de Oaxaca se mudaron a su colonia: «No me importa, acá al lado hay personas de Oaxaca. Una señora cuando recién llegaron decía que la Guelaguetza se estaba viniendo para acá, pero es poca la discriminación. Hay cada vez más gente que habla lengua indígena. No ganan mucho, venden cosas a mano y eso no es muy bien pagado entonces no les quieren rentar».

Finalmente, aunque sabemos que no es fácil, Ámbar, de Coyoacán, fue capaz de percibir el trato favorecedor que recibe con frecuencia: «Y al contrario, creo que tener el pelo medio claro, fue una ventaja en este país. Suena raro, pero mi familia materna es de España y todas [mis primas] son muy rubias de ojos claros, y cuando estamos juntas sí he sentido trato preferencial. Sin duda [en México] somos racistas y clasistas».

El racismo materializa las creencias de la superioridad de un tono de piel mediante prácticas cotidianas que dan o niegan acceso a unas y otras personas en función de este. Uno de los principales problemas del racismo en México, es que se niega su existencia o se le da poca relevancia al tema. Y esas son las mejores condiciones para que el problema crezca.

Necesitamos poner atención y reconocer el racismo, no de una forma abstracta y ambigua, sino reconocer cómo se presenta efectivamente en nuestras vidas. Y necesitamos decirlo en voz alta, porque callar es ser cómplices. El racismo está hecho de todas esas cosas que dejamos pasar. Nos demos cuenta o no.

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Una versión de este texto aparece también en el blog El Ronroneo, el espacio de Gatitos Contra la Desigualdad que publica Animal Político.

¹ La autora realizó el análisis cuantitativo de la investigación en alianza con Oxfam México, PeriodismoCIDE e Ingrid Bleynat y Paul Segal, del Departamento de Desarrollo Internacional de King's College London.