Esta es una declaración para quienes se sienten desesperanzados por la situación del país, en particular para quienes están hartos y asqueados de la clase política y se encuentran atrapados en la lógica del voto útil.
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Faltan meses para la elección de 2018, pero desde ahora nos cuestionamos: ¿Por qué participar en la legitimación y validación electoral de una clase política que simula representarnos? Este manifiesto busca responder a esa pregunta, con la intención de iniciar un debate sobre las posibilidades e implicaciones de un escenario en donde el voto nulo sea el verdadero caballo negro del 2018.
Octubre 2017.
Creemos que los significados, todos, son siempre contextuales. El voto, la democracia y la presidencia tenían distintas connotaciones en el 2000, 2006 o 2012. Hoy, claramente, votar tiene otro significado. Hoy votar sabe un poco a traición y un mucho a desasosiego y por eso hace sentido apelar al significado más básico de votar, que es elegir.
Desde este esfuerzo por publicar distinto, por tratar de entender nuestro tiempo, por discutir lo que no se discute en otros lados, pensamos votar no.
Tachar la boleta electoral de 2018 bajo la lógica del «menos peor» o «quien sea menos el del PRI» validaría y legitimaría, una vez más, al actual sistema de gobierno del país. Uno en donde la clase política juega, descaradamente, a la simulación de una representación democrática. Un sistema en donde las agendas políticas son diseñadas y pactadas a espaldas del resto de nosotros, por un grupúsculo supuestamente representativo que vive en una realidad alterna: los miembros de la clase política se han aislado en una burbuja de soberbia, corrupción, impunidad e incompetencia. Desde ahí, cómodamente protegidos por esa burbuja, desestiman todo tipo de reclamos sociales y apuestan al olvido colectivo.
Votar sin estar plenamente convencidos del candidato, el partido o la plataforma política es validar esta simulación.
Anular el voto es romper con el sistema, respetando las reglas del juego. Anular el voto es ponerle número al hartazgo, incluso con posibilidades reales de convertirse en una fuerza política. Anular el voto es encausar el reclamo social, unificando las inconformidades en un simple pero contundente mensaje: no más. Negarle el voto a los candidatos y partidos es negarles el pase directo de reiniciar el juego, otro sexenio más de borrón y cuenta nueva como si no pasara nada.
¿La alternancia como castigo? El estancamiento se ha institucionalizado. Seamos sinceros, el campo de las ideas sufre de una severa sequía (por lo menos a nivel de debate político, porque a nivel mercadotecnia seguramente lloverá a cántaros todo tipo de ideas de aquí al día de la elección). Tampoco se trata de aguarle la fiesta al candidato que busca que la tercera sea la vencida, mucho menos de facilitarle el camino al candidato que postule el partido que actualmente está en el poder. No queremos elegir por elegir, no queremos votar lo que no nos convence porque es más «útil».
¿Útil para quién? No vamos a seguir ratificando la mediocridad tóxica y mezquina de una clase política que no considera esencial ser opción, porque para ellos somos meros consumidores cautivos y no ciudadanos con el poder de ponerles un alto. Ante la indefinición y superficialidad de los partidos, ha llegado el momento de voltear la tortilla: ahora son ustedes los que van a estar al servicio de nuestras demandas.
Paradójicamente, la única opción para comenzar a articular cómo sí es dejando en claro un rotundo no. Por lo menos orillaría a elevar el nivel de debate: quienes sí están convencidos de su candidato, deberán elaborar una apasionada y razonada defensa de su gallo, pues tendrían que convencerse primero ellos mismos de cómo sí su candidato va a cambiar la situación del país; dadas las condiciones generalizadas de hartazgo, la opinocracia debería enfrascarse en un serio debate sobre la viabilidad o inviabilidad del voto útil (la alianza entre el PRD y el PAN vuelve más divertido a este escenario, pues el concepto de oposición se ha diluido entre enjuagues electorales); a los aspirantes a la presidencia se les cuestionaría más allá de dimes y diretes, guerras intestinas y/o sucias; las ridículas cartulinas de periodicazos en debates serían sólo eso, props ridículos.
Posicionar #YoVotoNo podría cambiar la conversación: nos alejaría de los atributos personales y de mercadotecnia de cada aspirante, para cuestionar qué carajos van a hacer si el voto nulo se convierte en la cuarta, tercera, segunda o, ¿por qué no?, la primera fuerza en el país.
¿Por qué el no?
- Porque no hay candidaturas que abanderen una agenda real por los derechos humanos.
- Porque los candidatos que no ven la diversidad como algo “antinatural”, lo ven como algo secundario.
- Porque la construcción de ciudades para las personas no es relevante en ningún programa político.
- Porque ningún aspirante se ha alarmado por la violencia censora y mortal que se ejerce contra el periodismo en el país.
- Porque el puesto de presidente se ve como el de administrador de un changarro.
- Porque los posicionamientos ideológicos son vagos o simplemente no existen entre los candidatos.
- Porque ninguna candidatura está realmente interesada en ser feminista.
- Porque la reducción de la desigualdad ya no aparece ni siquiera en el discurso.
- Porque no creemos en verdades históricas como reemplazos de justicia.
- Porque las candidaturas punteras representan a un grupúsculo de intereses, capaces de dar cualquier cara según les convenga.
- Porque no hay candidaturas ni de izquierda ni de derecha, sólo proyecciones de ego.
- Porque ninguna candidatura perseguirá a los que nos robaron a miles de mexicanos, sólo a sus enemigos políticos.
- Porque las candidaturas hablan de un México que no existe.
- Porque los discursos vienen de un México que ya fue.
- Porque en esta elección presidencial los jóvenes siguen sin existir o importar.
- Porque los programas políticos terminarán siendo iguales.
- Porque no existe tal cosa como la oposición porque todas las alianzas son posibles.
- Porque no hay fondos.
- Porque las formas dan asco.
- Porque el cinismo ridículo es la norma.
- Porque nuestra conciencia no soportaría elegir al menos peor.
- Porque la mezquindad con que se tratan entre ellos no es distinta a la que ejercen contra el pueblo una vez que llegan al poder.
- Porque los esfuerzos más o menos rescatables son testimoniales.
- Porque cuando el hartazgo se traduce en abstencionismo, lo prefieren ver como apatía.
- Porque es preciso salir a votar.
- Porque hace falta darle números al hastalamadrismo que vivimos como sociedad.
- Porque seguimos creyendo en la democracia y en la política.
- Porque ellos no hacen política, en el mejor de los casos simulan y en el peor cometen crímenes.
- Porque ya no vamos a esperar que solucionen las cosas.
- Porque se podría articular una nueva fuerza política que impulse una agenda de exigencias ciudadanas.
- Porque qué buena bofetada histórica sería el que Marichuy encabezara el llamado al voto nulo desde su candidatura.
- Porque qué mejor manera de empujar la aprobación del #SinVotoNoHayDinero que negándole en la grande el voto a los partidos.
- Porque, en la utopía del voto nulo como fuerza política, el partido que “gane" la elección tendrá que responder ante la presión nacional e internacional de saberse perdedor en el triunfo.
En 2018 vamos a elegir no elegirlos, no solaparlos, no jugar su juego decadente. En la elección que se avecina nosotros vamos a cancelarlos, vamos a votar nuestra libertad y futuro. Frente a cada boleta que no ofrezca opciones, elegiremos anular para no seguir alimentando este ciclo vicioso; en aquellas boletas que sí incluyan una candidatura que signifique una respuesta, habremos de votarla. Por lo pronto, desde Contextual, consideramos necesario negarle el voto a la clase política que simula representarnos. Para la elección de presidente del próximo año, preferimos tachar la boleta con un gigantesco no.
Y tú, ¿por quién votarías hoy?
#YoVotoNo | El voto nulo como fuerza política
Contextual MX
09.oct.17