Es hora de aprovechar la apertura democrática de las letras y abandonar la idealización de “intelectuales”. Busquemos otras voces, formulemos otros puntos de vista y escuchemos a quienes sí estén comprometidas con las causas de justicia.
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Recientemente se publicaron un par de cartas abiertas dirigidas al presidente Andrés Manuel López Obrador: el 25 de julio se difundió Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia y el 17 de septiembre se desplegó En defensa de la libertad de expresión. En ambas aparecen Roger Barta y Francisco Valdés Ugalde como “responsables de la publicación” y juntas suman más de 650 firmas de mexicanas y mexicanos que, además de expresar su descontento al presidente, buscan injerir en la opinión y la agenda pública. Después de todo, esa es la naturaleza de una carta abierta.
La idea no es nueva y sin duda estas recientes expresiones se ven influenciadas por aquellas que vinieron antes. Al explorar un poco la genealogía de este recurso, se puede arrojar algo de luz sobre las razones, intenciones y efectos de dichas cartas.
El Caso Dreyfus
J’accuse…! (“¡Yo acuso...!”), del escritor francés Émile Zola, es el ejemplo temprano más célebre de este recurso. La carta fue publicada el 13 de enero de 1898, iba dirigida al presidente de Francia y en ella se acusaba al gobierno de antisemitismo y de conducirse ilícitamente en el caso de Albert Dreyfus, el único oficial judío en todo el estado mayor militar francés.
En 1894, Dreyfus fue arrestado y acusado de alta traición porque supuestamente trabajaba para el ejército alemán. Con un dudoso análisis de caligrafía, una corte marcial secreta lo declaró culpable. Con esta “prueba de auto-falsificación” fue despojado públicamente de su rango militar y condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa.
Sin embargo, poco después del juicio se filtraron documentos en la prensa que sugerían un encubrimiento militar y la posible inocencia de Dreyfus. Entonces apareció la carta de Zola en la primera plana del periódico L’Aurore para consumar lo que cualquier escritor desearía: defender una causa justa, utilizar su pluma para denunciarla y conseguir corregirla. J’accuse…! ayudó a movilizar la opinión pública a favor de Dreyfus, pero el gobierno francés acusó a Zola de difamación, por lo que tuvo que huir del país para evitar ir a prisión.
Eventualmente y gracias a la indignación generada por la carta, Dreyfus no sólo fue perdonado por el gobierno francés, sino que fue liberado, exonerado de toda acusación, restituido en el ejército y nombrado caballero de la Legión de Honor.
Más de un siglo después, el caso Dreyfus–Zola es referente del poder de cambio que puede generar una misiva abierta. Así que no es descabellado imaginar a las y los firmantes de ambos desplegados nacionales, muchos de ellos historiadores y académicos de profesión, inspirados por este caso.
Harry Potter y Harper’s Magazine
Existe otra carta de publicación más reciente que probablemente también influyó en las que vimos circular en medios nacionales. Se trata de A Letter on Justice and Open Debate (“Una carta acerca de la Justicia y el Debate Abierto”), publicada en Harper’s Magazine el pasado 7 de julio… aunque ésta surge en un contexto muy diferente a la de Zola.
Sin autor único (fue firmada por 153 personas), la de Harper’s es una respuesta casi directa a la crítica pública que recibieron varias personas importantes del mundo editorial: entre ellos, el ex-editor de la revista Bon Appetit, Adama Rapoport, quien renunció luego de ser señalado de racismo por una foto tomada en 2014; o el ex-editor de opinión del New York Times, James Bennet, quien renunció luego de que escalara la crítica en su contra por permitir la publicación de una Op-Ed —firmada por un senador estadounidense— que pedía el despliegue del ejército en contra de civiles.
A pesar de no ser mencionada explícitamente en el texto, la carta también surge en apoyo de la escritora inglesa J. K. Rowling, famosa por su serie de fantasía Harry Poter. Rowling recibió un caudal de críticas y reacciones negativos en redes sociales tras publicar una serie de comentarios transfóbicos (que expresan odio o intolerancia hacia la comunidad transgénero) y un texto defendiendo estas posturas. El tiempo transcurrido entre la publicación de su texto y la carta de Harper’s Magazine (menos de un mes), así como la inclusión de Rowling entre las personalidades que la firmaron, apunta a la relación entre ambos.
Aunque la misiva apela a conceptos como la justicia, la libertad y la “participación democrática” para atacar una supuesta “conformidad ideológica” moderna, el timing de su publicación no pudo ser más desfavorable: circuló justo cuando Estados Unidos se convertía en el epicentro del Covid y en medio de la escalada de protestas por la violencia racista de su estado policial. En ese contexto, las y los académicos y escritores firmantes decidieron alzar la voz para hablar del entorno que rodea los despidos de algunos de sus colegas. Para algunos, un acto desconsiderado en el mejor de los casos; para otros, un acto de cinismo en el peor.
Una historia de dos cartas
Un par de semanas después de la publicación en Harper’s Magazine, el 25 de julio apareció el desplegado Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia acompañado de 30 firmas.
La conexión entre ambos textos pasó desapercibida tanto en medios de habla inglesa, como en medios mexicanos. La similitud del contenido y de la forma, así como la proximidad entre las fechas de su publicación, sugieren que hay un vínculo entre las dos; además, ambas cartas comparten una firma: la del historiador mexicano Enrique Krauze.
Como la carta de Harper’s, este desplegado también busca defender «avances democráticos». Sin embargo, el sujeto de crítica del desplegado no es un público amorfo, sino que tiene nombre y apellido: Andrés Manuel López Obrador. El llamado a la acción también es mucho más específico y concreto. La carta busca la creación de una «amplia alianza ciudadana» que le pueda hacer frente electoralmente a Morena en el 2021.
Resulta extraño leer el deseo de «recuperar el pluralismo político y el equilibrio de poderes» cuando altos funcionarios de los dos gobiernos federales anteriores están siendo actualmente investigados por abuso de poder. Recuperar implica obtener algo que ya teníamos pero perdimos, ¿no? Me pregunto: ¿a qué pasado se referirán entonces los autores?
Además, ese llamado a formar un “frente amplio” pierde un poco de peso cuando lo sugiere un grupo tan poco diverso: de las 30 personas firmantes, 23 son hombres, 14 son de la capital del país y sólo 7 cuentan con menos de 60 años de edad, números poco representativos de la realidad del país. Quizá por eso la segunda carta de Roger Barta y Francisco Valdés Ugalde, En defensa de la libertad de expresión, incluyó nada más y nada menos que 650 firmas.
A diferencia de su predecesora, esta segunda misiva publicada el 17 de septiembre no sólo se enfoca en una supuesta «deriva autoritaria», sino que específicamente acusa al presidente de atentar en contra de la libertad de expresión.
Su antecedente lo podemos ubicar el 20 de agosto, cuando la Secretaría de la Función Pública anunció que inhabilitaría a la editorial Nexos de recibir contratos gubernamentales por dos años. Después, el 8 de septiembre, el presidente reveló que la revista Nexos, la revista Letras Libres y la editorial Clio, habían recibido cerca de 416 millones de pesos del gobierno federal entre 2006 y 2018. El presidente también acusó a sus directores, Hector Aguilar Camín y Enrique Krauze (ambos firmantes de la carta), de tener una agenda parcial en contra suya debido a que ya no reciben estos montos.
Libertad de Expresión
A pesar de esto, ni esta carta, ni su predecesora, ni tampoco la de Harper’s Magazine, logran encontrar a su Dreyfus. Todas denuncian una supuesta conformidad ideológica, autoritarismo, o falta de libertad de expresión. Sin embargo, su propia existencia, así como la atención y apoyo que recibieron, es evidencia de lo contrario: hay diversidad ideológica, se puede criticar al gobierno y aquellos que las redactaron y firmaron sí gozan de libertad de expresión ya que, a diferencia de Zola, sus autores no han sido demandados, perseguidos o exiliados.
Más allá de los elevados ideales a los que apelan, estas cartas se enmarcan más como una reacción a este momento cultural global en el cual la opinión pública ya no sólo toma forma en las plazas públicas y los cafés del siglo 19. A diferencia de la Francia de Zola, ahora, gracias al internet y las redes sociales, ya no se necesita de credenciales, educación o crianza especial para tener una audiencia de miles. Esta democratización del debate público ha significado que las figuras culturales tradicionales (escritores, académicos, periodistas) ya no tengan un monopolio sobre la palabra escrita; no sólo pueden ser criticadas y criticados, sino que hasta pueden perder sus puestos y posiciones.
Sumado a este proceso, en México estamos viviendo otro periodo de cambio en donde una facción diferente ahora gobierna el país. Esto ha significado que a diferencia de los Estados Unidos, en donde la crítica a figuras culturales ha sucedido sin un claro liderazgo, en México, para bien o para mal, esta crítica ha sido monopolizada por Andrés Manuel López Obrador y su partido, Morena.
Lo lamentable es que, las cartas de cualquier manera han logrado su objetivo. Lograron que la agenda pública girará en torno a ellas, tan siquiera por unos días. Aquí en México lograron que el presidente les dedicara más de una mañanera e incluso que su servidor les dedicara esta reflexión. Es lamentable porque, a final de cuentas, no significó una mejora en el debate público. Al contrario, nos encajonó en una discusión enfocada en unas cuantas personas que ya de por sí contaban con reflectores, espacios en la prensa y libertad de expresión.
Entonces ya no hablamos de los 15 periodistas asesinados en esta administración. Ya no hablamos de los ambientalistas y activistas asesinados en estos dos años, como Samir Flores, Homero Gómez Gonzales o Eugi Roy. Tampoco hablamos de las miles de personas asesinadas en el país, los miles de feminicidios y las otras formas de violencia que atentan no sólo en contra de la libertad de expresión, sino del derecho a una vida digna. ¿Por qué ellas no merecieron una carta? ¿Acaso su libertad de expresión no es igual de importante?
Tal vez es hora de aprovechar la apertura democrática de las letras que estamos viviendo y abandonar la idealización de “intelectuales”. Busquemos otras voces, formulemos otros puntos de vista y escuchemos a quienes antes no tenían acceso a las columnas de opinión y los megáfonos culturales, voces que, como Zola, sí estén comprometidas a las causas de justicia.
‘¡Yo acuso!’
Jesús Guerra Ocampo
09.oct.20