Vale la pena pensar el voto como algo menos importante de lo que se vende. En cambio, pongamos la mira en lo que se viene después de la jornada electoral.
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Todo en esta elección ha sido ruido. El de los jingles que no dicen nada y se quedan adheridos al cerebro mientras lo erosionan. El ruido de las noticias falsas, los videoescándalos y las declaraciones del presidente. El ruido de las encuestas, las “encuestas” y los nuevos detractores de la demoscopia.
Esta semana habrá que ir a votar y el ambiente justo en el último aliento de las campañas es, como era de esperarse, estruendoso. ¿Será que va ganando Samuel García por entre 7 y 10 puntos o que hay un empate técnico entre él y Adrián de la Garza?
Llegamos a la elección del domingo sin certeza, con dos escenarios diametralmente opuestos. El primero lo respaldan las encuestas de El Norte y ABC, los periódicos locales; el segundo lo perfilan en El Financiero y en el promedio de encuestas de El País.
Pero la verdad es que me importa poco quién gane la gubernatura. Tanto Samuel como Adrián son políticos dependientes de la mercadotecnia, uno para aparentar profundidad y el otro para tapar un pasado inocultable. ¿Es mejor uno que el otro? Pienso que son lo suficientemente similares como para no ser importante contestar esa pregunta. Estoy bastante seguro de que esa boleta la terminaré anulando.
Y justo de eso quiero hablar. De la moralidad que le han impreso al voto. Diego Petersen atina tres puntos fundamentales en su artículo “Nueva guía (electoral) de perplejos”: que hay un pánico moral en torno a la elección, que no hay tal cosa como el voto inútil y que todos los votos cuentan. Creo que lo que apunta Pertersen es verdad y que ese halo de vida o muerte que se le ha impuesto al voto lo ha vuelto una monserga, se siente como un castigo injusto. Sin embargo, creo que vale la pena participar y para tratar de convencerles, quiero narrarles mi proceso de decisión del voto.
Voy a anular la gubernatura y no porque piense que sirva de algo (quien crea que anular manda un mensaje, necesita enterarse que no es el centro del universo). Nuestra clase política no escucha a la gente que protesta, que se agolpa afuera de las oficinas, ni a los movimientos que toman las calles, ¿crees que alguien se va a conmover con tu voto nulo? Con todo, creo que se vale elegir no elegir. Y si, a pesar de la boleta imposible, decides presentarte en la casilla (quizá porque consideras que hay otras elecciones que sí ameritan tu voto), robártela o comértela tampoco es una opción legal viable.
Claro, habrá quien diga que este es un sistema y entonces los contrapesos que se ejercen forman parte de la decisión y tal, pero en el caso de Nuevo León, creo que la lógica racionalista de los contrapesos falla por un motivo sencillo: la información disponible no es confiable. No sabemos cómo van a actuar los candidatos a la gubernatura porque sus campañas estuvieron desprovistas de fondo y porque pueden, como ha ocurrido antes, simplemente mentir. No sabemos cómo va a actuar el congreso porque en Nuevo León, fuera del PRI y el PAN, el resto de las bancadas no lograron votar en bloque y terminaron dividiéndose y podrían terminar siendo afines al gobernador que gane sin importar los partidos. Además, si tomamos en cuenta que la última encuesta sobre el Congreso Local prácticamente tiene empatados a MC, PRI y PAN, pues da igual si gana Samuel o Adrián porque como quiera el contrapeso estará dado en Acción Nacional. ¿Necesita la democracia mi voto a la gubernatura para salvarse? Pienso que no, lo que necesita es algo más allá de votar y la solución no pasa por la voluntad individual.
Ahora, esa lógica de pensar en el sistema para votar no es siempre inútil. Por ejemplo, en la contienda por la diputación federal pienso que vale la pena votar en contra de la alianza del partido en el poder porque no encuentro motivos para premiar un gobierno militarista, que estigmatiza a la prensa y que le importa un carajo el cambio climático. No, tampoco creo que haya algo valioso en el resto de los partidos “de oposición” y, es más, pienso que es muy probable que llegando al poder pacten con el Gobierno Federal; pero por lo menos podemos hacer un poco más largo y difícil ese camino. Votaré la diputación federal, pero no lo haré pensando que algo puede cambiar o se puede detener, sino que este rumbo (esencialmente equivocado, desde mi perspectiva) puede ser menos veloz y aplastante.
En el caso de la alcaldía, me toca votar en Monterrey. Confieso que Luis Donaldo Colosio no me genera confianza porque su paso por el congreso local fue, en el mejor de los casos, olvidable; en el peor, mediocre; y porque su discurso de campaña me pareció muy ornamentado y barroco, pero con poca sustancia. Sin embargo, la amenaza latente de que un político como Francisco Cienfuegos gobierne Monterrey creo que es motivo suficiente para darle el beneficio de la duda a Colosio. A diferencia de la gubernatura, el margen entre los candidatos de MC y del PRI en Monterrey parece suficiente como para elegir un voto en contra.
Finalmente, hay un solo voto que podré hacer con convicción: el de la diputación local. Votaré por Roberto Alviso en el Distrito 6 porque lo conozco, pero también porque su campaña, junto con las del resto de El Futuro Florece, fueron de lo poco rescatable en este proceso electoral. Hay otras candidaturas que me emocionan, como la de Ximena Peredo en el Distrito 18; me emociona por ser ella, por la importancia de la agenda climática, pero también por lo importante que ha sido exhibir la mediocridad de políticos como Luis Susarrey. Creo que es en esa boleta donde es posible encontrar los perfiles más variados, y aunque quizás las candidaturas que más nos agraden no vayan a la cabeza en las encuestas, vale la pena insistir en que es muy probable que los políticos tradicionales nos traicionen. Así que mejor votar con convicción, aunque exista el riesgo de autoengaño.
No es mi intención motivarles a que voten como yo, escribo esto porque creo que vale la pena pensar el voto como algo menos importante de lo que se vende. Estamos frente a una democracia en la que el voto de castigo ha quedado desactivado, principalmente porque los partidos de perdedores no hacen ningún esfuerzo por mejorar mientras son oposición. Para colmo, los partidos en el poder no tienen ningún interés en conservar el poder por la vía del mérito. Después de todo, lo peor que les puede pasar es esperar en “la banca” hasta la siguiente elección.
Habrá que pasar este trago amargo de la forma que más haga sentido en nuestra conciencia, depositar todos esos valores de responsabilidad ciudadana y cívica lejos del voto y más en lo que venga después de la jornada electoral. ¿Cómo vamos a hacer para que mejore la oferta de los partidos? ¿Cómo vigilar que por lo menos transparenten el trabajo que hacen mal? ¿Cómo hacerle para que el voto de castigo de verdad castigue? Esas preguntas creo que deben ganar más peso que la de ¿por quién vas a votar?
¿Voto de castigo o el castigo de votar?
Luis Mendoza Ovando
01.jun.21