¿Se debe seguir promoviendo un modelo de ciudad compacta, densa y accesible después del Covid-19? Al ver los datos de NYC, sí a todo pero con nuevos retos.
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La crisis desatada por la pandemia del Covid-19 ha acelerado la adopción de tendencias particularmente digitales, pero también ha trastocado la forma en la que trabajamos, vivimos y consumimos. Ante la falta de un tratamiento o vacuna para atender la enfermedad, gobiernos alrededor del mundo optaron, de manera general, por imponer políticas de distanciamiento social que esencialmente redujeron la movilidad de las personas en las ciudades.
Para regresar en la medida de lo posible a la “normalidad”, recientemente se definieron medidas preventivas para evitar el contagio; esto, en gran parte, por la presión de reactivar las economías. El objetivo parece ser encontrar un equilibrio entre la tasa de contagios y la reactivación de espacios en los que realizábamos actividades.
En ese sentido, el modelo “ideal” de ciudades densas, compactas, accesibles y sustentables que expertos urbanistas venían impulsando desde antes de la pandemia, ahora debe plantear o replantear cómo mantenerse viable y vigente ante un virus que rondará hasta que exista una vacuna. Si el contacto entre las personas aumenta la probabilidad de contagio, entonces, una ciudad que tenga más personas en menor área estaría contraindicado las recomendaciones de los organismos de salud.
Además, si la densidad ya era un problema, la transmisión del virus se ha convertido en la excusa ideal para justificar el regreso al modelo de ciudades extendidas (para fines de este ensayo, se definirá densidad como densidad poblacional, es decir, el número de habitantes por unidad de área).
Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York, hizo evidente esta percepción a finales de marzo pasado: «Dada la densidad que tenemos, se propagó [el Covid-19] rápidamente, pero si puedes reducir la densidad puedes reducir la propagación muy rápido», dijo.
Si esta declaración surge desde el estado en donde se encuentra Manhattan, el distrito más denso en Estados Unidos, ¿qué podríamos esperar en ciudades en donde apenas nos encaminábamos hacia un modelo compacto y más denso? —Hay que señalar que existen ya posiciones contrarias a las del gobernador Cuomo, voces que afirman que el problema son las aglomeraciones y no la densidad.
De acuerdo a estimaciones que aparecen en el libro “La expansión de las ciudades 1980-2010”, publicado por la hoy extinta SEDESOL, entre 1980 y 2010 las ciudades mexicanas habían crecido siete veces el área que ocupan y apenas dos veces su población; en el mismo periodo, Monterrey creció dos veces su población y cinco veces el área que ocupa (se estima que la tendencia se ha mantenido, lo cual habrá que confirmar cuando culmine el Censo de Población 2020).
Lo que típicamente se vive en una ciudad poco densa es la lejanía entre la vivienda y zonas de trabajo, ocio, comercios, hospitales o tiendas de autoservicio (ejemplo local: traten de llegar caminando al primer Oxxo disponible desde Valle de San Ángel, en la zona de Chipinque, en San Pedro Garza García). Una baja densidad limita la accesibilidad de la población y obliga a una mayor movilidad, que, en el caso de relativamente grandes distancias, se cubren con el uso del transporte público (foco de riesgo: contagio por Covid-19), o bien, con el uso del auto (foco de riesgo: contaminación del aire).
En una ciudad como Monterrey, con una densidad poblacional de apenas 52 habitantes por hectárea y donde el 41.8% de la población se desplaza en transporte motorizado (auto propio, taxi, Uber o moto, según ¿Cómo vamos, Nuevo León? Encuesta Así Vamos 2019), algunos argumentarán que debemos seguir promoviendo un modelo de ciudad que evite el contacto y, a la vez, nos permita sentirnos “protegidos” en nuestros automóviles. Esta postura, evidentemente, se da desde el privilegio de quienes pueden desplazarse en auto propio.
Contrario a esta visión, ¿Cómo vamos, Nuevo León? y varias organizaciones, activistas y personas involucradas en el diseño de ciudad, firmaron en mayo pasado una especie de manifiesto denominado “Un nuevo acuerdo para el área metropolitana”. Ahí se describen «una serie de principios por un nuevo acuerdo para la ciudad, que deberían de ser la base de un gran pacto, no solo dentro del sector público sino de todos los sectores sociales interesados en iniciar una gran transformación para el Área Metropolitana de Monterrey».
Los principios planteados son los siguientes:
- Basar las decisiones públicas en evidencia, generación y transparencia de datos.
- Detener la expansión urbana del Área Metropolitana y favorecer la infraestructura de cercanía.
- Priorizar la habilitación de infraestructura de espacio público y proyectos que maximicen el beneficio social.
- Orientar acciones y presupuesto público para reducir la contaminación del aire y mitigar la crisis climática.
- Instaurar mecanismos de coordinación y generar condiciones de equidad.
Los principios que se proponen se alinean a los de una ciudad compacta: se favorece la creación de servicios accesibles, más y mejores formas de movilidad no motorizada, inversión en espacios públicos y banquetas, entre otros. El impacto positivo de estas propuestas se incrementará en la medida en que se logre una mayor densidad y usos de suelo mixto que permitan acercar esos espacios de trabajo, ocio, salud y alimentación a núcleos de personas.
Sin embargo, la pandemia ha puesto de manifiesto que la densidad podría ser un riesgo. Si priorizamos la salud de las personas, ¿qué tan viable y válida sigue siendo el plantear una ciudad compacta ante esta pandemia u otras en el futuro?
El caso de la ciudad de Nueva York puede dar líneas relevantes en cuanto a cómo avanzar en el desarrollo de las ciudades mexicanas. Desde mediados de mayo se empezaron a hacer públicos datos de pruebas, contagios y muertes por Covid-19. Con la información disponible hasta el 9 de junio, el gobernador Cuomo podría dejar de preocuparse, al menos, por efecto de la densidad sobre la pandemia: diversos análisis ya han surgido con base a estos datos, los cuales muestran una correlación negativa entre la densidad poblacional, la tasa de contagios y la tasa de muertes; no así en cuanto a la implementación de las políticas de distanciamiento social (consultar Pandemics aren’t anti-city, failure to act early is).
Al compararlos, los mapas aparentemente muestran una relación negativa entre la densidad y los contagios por cada 100 mil habitantes. Como se muestra en la siguiente tabla, Manhattan es el distrito con la mayor densidad poblacional por hectárea y, sin embargo, el que tiene la menor cantidad de contagios de Covid-19 por cada 100 mil personas.
El resto de los distritos muestran una mayor prevalencia del Covid-19, aunque sin una relación directa a la densidad. El caso de Staten Island es de tomarse en cuenta: con apenas 32 habitantes por hectárea, tiene la segunda tasa de contagios más alta de la ciudad.
Con base en estos mismos datos, que muestran el número de contagios por cada 100 mil habitantes en áreas aproximadas a las zonas de los códigos postales, se muestra un resultado similar.
Con excepción de Manhattan y Staten Island, puede observarse una relación negativa entre la densidad poblacional y la tasa de contagios. Estos resultados, por sí mismos, no son concluyentes con respecto al efecto de la densidad, al mostrar un comportamiento altamente disperso [la R² ajustada es de apenas 0.19]. Afirmar que la densidad poblacional es inversamente proporcional a la tasa de contagio sólo por la visualización de estos datos sería el equivalente a afirmar que “a mayor consumo de helados, mayor criminalidad”. Lo que sí permite hacer es empezar a plantear preguntas sobre cuáles son los factores que favorecen o no la propagación del virus y, por lo tanto, si es necesario replantear el modelo de ciudad compacta que se ha venido empujando recientemente.
Además de la información publicada por la ciudad de Nueva York, Google ha liberado datos para analizar el comportamiento de la población con respecto a las medidas de distanciamiento social. Para ello, se definió un valor de referencia tomando como base los movimientos de personas del 3 de enero al 6 de febrero del 2020, y se ha publicado regularmente el cambio. Para el caso de NYC, los datos muestran el siguiente cambio promedio entre el 15 de febrero y el 7 de junio:
Vale la pena observar el caso del Bronx, dado que es el distrito con mayor tasa de contagios por cada 100 mil personas en NYC. Si tomamos en cuenta sólo los movimientos a zonas de Tránsito, este distrito es el que menos ha logrado disminuir la movilidad (en un 35%). Manhattan, por su parte, ha reducido un 57% su movilidad a zonas de Tránsito. Así mismo, la baja entre la movilidad a zonas de Alimentos y Farmacias de Manhattan es muy superior a la del resto (29% en comparación con la reducción del 8% en el Bronx).
Lo que estos datos confirman es que la reducción de contagios sí está directamente relacionada con la movilidad de las personas (en línea con el “quédate en casa”). Sin embargo, y como empieza a reflejarse en México, quedarse en casa hasta que exista una vacuna o tratamiento para el Covid-19 es 1) un privilegio con el que sólo algunos contamos, 2) es insostenible en el mediano y largo plazo para la gran mayoría de las actividades económicas, y 3) es, potencialmente, insostenible ante la naturaleza gregaria de los seres humanos.
En el caso de Manhattan¹, y a falta de extender este análisis, es posible plantear las siguientes hipótesis:
- El tipo de trabajo realizado por la población de ese distrito puede digitalizarse y hacerse de manera remota, dado que, en general, concentra servicios financieros, de negocios, tecnología o medios, por lo que no son tan necesarias las oficinas.
- La población residente cuenta con suficientes recursos económicos para poder acceder a servicios de alimentación y farmacias sin necesidad de ser ellos / ellas quienes se muevan.
¹ Aunque se estima que el 40% de la población en Manhattan “huyó” o “salió” de la ciudad (como lo reportó el New York Times), al ajustarse los datos este distrito seguiría manteniendo la densidad poblacional más alta de la ciudad de Nueva York (con 180 habitantes por persona) y la tasa de contagio llegaría a 2 mil 647 personas (sólo se ubicaría por encima de Brooklyn en este indicador).
Este análisis no pretende ser conclusivo, pero sí busca plantear cuestionamientos para el modelo de ciudad que se buscará impulsar hacia el futuro. Entre los pendientes quedaría por analizar las condiciones de vivienda y hacinamiento en los diferentes distritos neoyorquinos, el tipo de unidades económicas y el acceso a diversos servicios y espacios públicos en medios de transporte seguros ante el Covid-19. También sería valioso analizar si es que otras ciudades densas, como Madrid, París, Londres o Tokio, reflejan comportamientos similares a los de Nueva York.
Si consideramos a la actual pandemia como apenas un primer ejemplo de los retos y fenómenos a los que podríamos enfrentarnos en un futuro, vale la pena comenzar a preguntarnos de manera consciente algunas. Éstas son válidas para Monterrey u otras ciudades mexicanas:
- ¿La forma en la que vivimos la ciudad nos permitiría sobrevivir una segunda ola del Covid-19 o una enfermedad aún más agresiva?
- Conscientes de que no podemos estar encerrados toda la vida, ¿podemos empezar a llevar el trabajo a las personas y no al revés?
- ¿Qué beneficios personales nos traería el vivir en una ciudad compacta y accesible?
Al día de hoy, existen ya proyectos en el Área Metropolitana de Monterrey que caminan en este sentido (DistritoTec, Distrito Valle del Campestre, Distrito La Purísima, Pueblo Bicicletero, La Banqueta se Respeta, entre otros), así como otros planes no implementados (como se menciona en el documento “Un nuevo acuerdo para el área metropolitana”). Acciones como ciclovías temporales, que se han ejecutado en otras ciudades (normalmente densas), ya se han retomado en el municipio de San Pedro Garza García. A reserva de las medidas de mitigación personales, un modelo de ciudad compacto, denso y accesible parece seguir siendo el camino correcto para contar con ciudades más seguras, limpias y resilientes. Faltaría, si a caso, encontrar la manera de realmente poder cambiar la forma de trabajar y de reducir los desplazamientos por trabajo a través de crear oportunidades de empleo cerca de las viviendas.
El proceso no ha sido, no es, ni será fácil. El camino hacia lograr una ciudad compacta, seguramente, se enfrentará a los efectos socioeconómicos de la inversión inmobiliaria (por no decir, gentrificación), la falta de recursos económicos para inversión en espacios públicos (que bien podrían obtenerse de otras partidas o de la misma inversión inmobiliaria), así como a la resistencia al cambio ante décadas de vivir en zonas unifamiliares y con un sistema de movilidad principalmente basado en el auto. A pesar de ello, y como toda crisis, el Covid-19 representa un momento de cambio; por tanto, es un buen momento para empezar a reflexionar seriamente sobre el futuro que como ciudad(es) queremos.
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Nota: Las gráficas y tablas fueron elaboradas por el autor, con información pública liberada por autoridades de salud de NYC y Google.
Urbanismo post-pandemia
Rogelio Cortés
19.jun.20