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15.oct.2020

La Posta: una trinchera contra el tiempo

La Posta es probablemente la única revistería al sur de la ciudad de Monterrey, pero también es una afrenta a un mundo digital avasallador que constantemente nos echa en cara el fin del papel.

POR Luis Mendoza Ovando / Lectura de 18 min.

La Posta es probablemente la única revistería al sur de la ciudad de Monterrey, pero también es una afrenta a un mundo digital avasallador que constantemente nos echa en cara el fin del papel.

Lectura de 18 min.

¿Todavía hay gente que compra revistas?”, le pregunto a Josefina Salazar, dueña de la revistería La Posta. “Muy pocas”, responde rápido y suelta una risa raspada por el cigarro.

La Posta se ubica sobre Avenida del Estado, a unos pasos del Tec de Monterrey. Está en los portales de una plaza a la que se le adhieren, un poco como tumores, lugares para comer. La flanquea un restaurante de comida china y otro de comida italiana.

“Yo tengo aquí casi 45 años”, dice Josefina mientras le da la última calada a su cigarro, camina del escritorio donde tiene la caja registradora hacia la salida del local y coloca la colilla en un cenicero. “Hubo tiempos en que era pura revistería y ahora me he tenido que apoyar con papelería porque la verdad de vender revistas ya no subsistiría”.

El vidrio del local tiene una herida de guerra, una rajada que cruza el vinilo donde se lee el nombre. Josefina tiene, más que un negocio, una trinchera contra el tiempo. La Posta es probable e increíblemente la única revistería cercana al Tec de Monterrey, al sur de la ciudad; también es una afrenta a un mundo digital avasallador que constantemente nos echa en cara el fin del papel.

La ventaja de estos tiempos modernos es que toda lucha entre David y Goliat genera nichos. De la injusticia del paso del tiempo surge una melomanía —¿quizá como eufemismo de necedad?— que da pie a una justificación ética. Josefina no se compra del todo esa idea.

“Han salido cosas coleccionable que eso ha ayudado también, son, vamos a decir, juguetes, y eso me ha ayudado, pero la verdad es que es trágico”. La tragedia que anticipa Josefina es que quienes todavía tenemos saldo de futuro en nuestra cuenta, no leemos.

Viniendo de una persona de 75 años de edad, la acusación suena poco sorprendente. Mientras pienso en ello un chavo entra a preguntar si en la papelería venden lapiceros, lo hace después de casi tropezarse con ellos e ignorar una cartulina de un naranja fosforescente que los anuncia.

Josefina lo atiende, no sin antes voltearme a ver con complicidad. Se aguanta la risa, le vende su lapicero y lo despide —hay que hacer notar que la atención al cliente en este lugar es muy a lo regio: uno va a lo que va, no a que lo apapachen.

“Lo que pasa es que no están pensando en lo que están preguntando”, Josefina se asegura que se ha ido lejos el muchacho y continúa. “Llegan y dicen ¿cuánto cuestan las revistas? Cuando vas a la tienda de carros no dices cuánto cuestan los carros o en el súper cuánto cuesta la comida. Cada cosa tiene su precio. No estamos pensando y se nos está atrofiando la mente”.

Tiene un punto: Google nos ha abaratado la posibilidad de hacer preguntas y hemos desistido al reto de responder con las ideas que traemos a la mano. Son tiempos en que las búsquedas son materia de outsourcing.

“Yo pienso que en el papel uno se concentra mucho mejor en la lectura. La mente lo absorbe mejor y el Internet te está dando conciso todo, como si leyeras la portada del artículo. Entonces es una información vaga”.

“Fue muy buen negocio en su tiempo, yo alcancé a vender 500 periódicos diarios y ahora no vendo ninguno”.

Cambiamos de tema y le pregunto a Josefina cómo fue que acabó con una revistería. “La verdad yo vine aquí y yo quería poner un negocio y este se me atravesó. Fue muy buen negocio en su tiempo, yo alcancé a vender 500 periódicos diarios y ahora no vendo ninguno”, narra mientras me muestra la primera plana de El Norte.

En esa pregunta buscaba alguna historia fantástica de pasión por la lectura, pero la vida se nos da como puede y la conversación nos permite hablar de un negocio maltrecho como la prensa.

Josefina cuenta que hubo un tiempo en que vendía revistas inglesas y alemanas. En sus anaqueles, cubiertos por una luz bastante lánguida —perfecta para ejemplificar el final de una época— se pueden ver todavía revistas internacionales: Time, Foreign Affairs, National Geographic, otras más.

Proceso, Nexos y Letras Libres comparten el largo revistero con las revistas de autos, las que dan tips para aumentar masa muscular y bajar de peso y también con las revistas que anuncian bodas entre gente blanca de apellido impronunciable. Frente a estos anaqueles, hay otro de iguales dimensiones que resguarda libros de colorear, instrucciones de manualidades, sudokus y sopas de letras.

“Yo leo de todo. Me gusta leer el Hola! y me gusta el Proceso, lo leí muchos años hasta que me aburrí y dije ¡esto no cambia nunca!”. El gusto de Josefina por la lectura lo explica como algo que le pasó por convivir con su padre quien, recuerda, leía el Excélsior en el pueblo de Sabinas Hidalgo, Nuevo León, de donde es ella.

“No sé en qué va acabar, pero en nada bueno", opina sobre el futuro de los medios en México. “Alcancé a vender todos los periódicos de México. Ahora ni de milagro, no se venden ni los de aquí”, insiste.

“Vivimos en un mundo donde el dinero… ¡manda! Y todo el mundo quiere hacer negocio. ¿Qué sentirán los medios? Nadie los compra, nadie los lee. Leemos la gente mayor, pero, ¿cuántos jóvenes se echarán un periódico? No creo que muchos. No creo, no les llama la atención, ni regalados”, sentencia sin dar espacio a ningún contraargumento. Hace una larga pausa y no deja de verme a los ojos. “No sé qué va a pasar con los medios porque tampoco va a ser negocio ni en línea hacer revistas”, y en ese momento soy yo quien suelta un suspiro (pero ni hablar, aquí estamos).

“Lo que no es negocio pues no va a haber. ¿Habrán autores en el futuro? No lo sé, pero me imagino que un mundo sin autores sería terrible”. Cada palabra que suelta Josefina parece meditada de años, quizás de compartir su soledad con las revistas y con muchachos distraídos que no saben cuánto cuestan los lapiceros.

“Odio los celulares", confiesa. Dice que no tiene redes sociales y que nunca las tendrá —ahora es que pienso que Josefina fue sabia, como previendo los encierros por pandemia— y que incluso entre sus amigas se “multan” cuando insisten en mostrar las fotos de los nietos en el celular.

“Acepto y reconozco que es una gran herramienta, no voy a negarlo, pero está mal usada. La están usando de más. Yo no estoy peleada con la tecnología, estoy peleada con el abuso que se hace de ella”, y así justifica su confesión previa.

Para cerrar la entrevista, le pregunto cuánto tiempo más planea seguir trabajando.

“Para mí es una bendición que Dios me dé salud para seguir viniendo aquí. Me gusta más ahora que antes. Porque ahora lo disfruto más, ¿qué haría yo si no tuviera esto? ¿Ver la televisión? A lo mejor estar sentada leyendo o igual y me iría de más por no estar en contacto con la realidad”.

Le digo que a lo mejor acabaría teniendo una cuenta de Facebook. Se ríe, pero me deja entrever un poco de molestia. “No, no, no. Ni quiero que sepan de mí, ni quiero saber mucho de la gente”.

La Posta: una trinchera contra el tiempo

Escrito Por

Luis Mendoza Ovando

Fecha

15.oct.20

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