Eso declaró Juan Carlos Rivera, catedrático del Tecnológico de Monterrey, en el reportaje Sanborns cumple 115 años de éxito y busca conquistar a los Millennials.
Pero una vez que el brillo se deshace, es posible ver de cuerpo entero a quienes estamos en las mesas. Mucha gente come sola en un Sanborns. Los viejos se ven golpeados por enfermedades. La gente casi siempre come con prisa y la que no, lleva impregnada la preocupación.
¿Qué tendrán que hacer? A lo mejor están desempleados. Aquí la gente tiene que irse a jalar. Las meseras comienzan a verse desteñidas. La comida sabe tan apenas como se ve y el café requemado quema el esofago y da agruras y da taquicardia y ¿me da otro café por favor?
Y entonces, ¿qué nos queda? ¿Por qué no salir corriendo de ahí? Porque es ahí donde para mí se devela una segunda capa de este lugar y es la que nos dice que no elegimos comer ahí, sino que sólo es un pretexto.
Algo maravilloso de ir a un lugar moderadamente bueno es que nos fuerza a conversar del porqué estamos ahí (la respuesta a esa pregunta nunca es la comida). Para mí el ruido constante pero quedo, el trajín sonoro de la cocina del Sanborns de Garza Sada, el beep beep beep lejano de las cajas registradoras, hacen una especie de atmósfera perfecta para escuchar. Si estamos acompañados es posible entrar en un trance con el otro y hasta, aunque suene imposible, entenderle. Si vamos solos se vuelve perfecto para masticar nuestros pensamientos, dejarlos revolotear y condensarse, hasta que hagan sentido.
Cuando el brillo se disipa y sólo nos queda ver a los ojos a los otros, o interiorizar nuestras ruinas, descubrimos que, incluso en medio del capitalismo, podemos alcanzar la espiritualidad. El Sanborns pasa de ser institución de la respetabilidad a templo budista asequible con comida corrida, agua de jamaica y pasteles llenos de betún.
Por eso genera devociones. Porque la fe nace de la sensibilidad, pero se cultiva con la costumbre. Cada Sanborns es parroquia desorganizada, de gente que se ve de reojo, de rituales que sólo hacen sentido para quienes se conocen. Ir al cine y luego al Sanborns. Crudear los sábados en el Sanborns. Comer los jueves. Vernos para el pastel el domingo.