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24.feb.2018

Mercado electorero mexicano

Como el subastero, los partidos políticos quieren vender lo que sea y para ello se valen de técnicas como el malabarismo verbal (el arte de marear y entretener al consumidor) o el empaquetado de productos (¿cómo decirle que no a una ganga así?).

POR zertuche / Lectura de 12 min.

Como el subastero, los partidos políticos quieren vender lo que sea y para ello se valen de técnicas como el malabarismo verbal (el arte de marear y entretener al consumidor) o el empaquetado de productos (¿cómo decirle que no a una ganga así?).

Lectura de 12 min.

Pásele. Ahí le va el paquete. Le pongo uno y luego otro. Ahí va otro. ¿No le gusta? Le doy otro. Échale otro, échale otro. ¿Lo quiere? No lo quiere, no lo quizo. Ya ni modo. Ora si. Último. Ahí le va. Le doy uno, le doy otro. Le mando otro. Se lo mando.

El proceso electoral de 2018 se parece cada vez más a una feria de pueblo, en particular al espectáculo que ofrecen los gritones o subasteros. No lo digo de manera despectiva, en todo caso es al revés: que me perdonen los comerciantes por utilizar su peculiar folclore mercantil para hacer una analogía de la situación actual que guarda el sistema de partidos, sobre todo de cara a las próximas elecciones.

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Para aquellos fifís que no tienen idea de la dinámica del subastero, recomiendo este definitivo documento audiovisual. De nada.

Como el subastero, los partidos políticos quieren vender lo que sea y para ello se valen de técnicas como el malabarismo verbal (el arte de marear y entretener al consumidor) o el empaquetado de productos (¿cómo decirle que no a una ganga así?). En esta dinámica mercantil los gritones se hacen de un micrófono para llamar la atención, después comienza el espectáculo de venta: el armado de bolsitas de productos con lo primero que se encuentran. Le pongo uno y luego otro. Ahí va otro. ¿No le gusta? Le doy otro... En esta analogía, los productos son los políticos, genéricos e intercambiables; caben en una, dos y en algunos casos hasta en tres bolsitas diferentes, dependiendo la ocasión (elección). Consumidores se entretienen viendo el show, algunos otros escépticos pasan de largo.

Lo curioso es que ambos espectáculos –el de los subasteros y el de los partidos políticos– son entretenidos, hasta chistosos (en el caso de los partidos, se trata casi siempre de humor involuntario).

Bajo esta lógica de venta, la ideología se achata. En ese malabarismo verbal, se pierde cualquier indicio de posturas en torno a temas que definen la brújula ideológica: aborto, matrimonio del mismo sexo, legalización recreativa de la mariguana... lo básico. Vaya, ni siquiera se “arriesgan” a una simple condena en torno a feminicidios o una mención sobre el asfixiante trato a mujeres y minorías. Ya ni hablar de temas económicos, de desarrollo urbano, de lo que queda del estado de bienestar mexicano, de la seguridad; eso sería un lujo, muy complicado, no vende, no lo entienden. La discusión de esos temas se reserva al otro one percent, al de académicos y activistas, a los politizados informados que leen y escriben columnas, que discuten en Twitter y se juntan en foros. Rara vez la información baja y cuando lo hace, la dinámica informativa termina por apilarla en el siguiente escándalo o tragedia. Los medios noticiosos –como repetidoras de declaraciones de banqueta– tampoco dan mucha claridad.

Para los partidos sin brújula, el common ground siempre retorna al conservadurismo (¿neocatolicismo capitalista o neoliberalismo católico?) y al marketing político. La información que trasciende está hecha a base de copys simplones, hashtags intrascendentes y una extraña glorificación de lo banal: ¡Miren, el candidato del PRI maneja su propio carro, se sube al metro y se arremanga la camisa para comer tortas con las manos! Esto no quiere decir que los partidos no tengan agenda, la tienen, ¿pero cuál es?

Y luego, la “novedosa” táctica para que por fin la tercera sea la vencida: el uberpragmatismo de Andrés Manuel y la gordita de revoltijo que se ha convertido Morena. En esa bolsita caben todos: Gabriela Cuevas, Germán Martínez y hasta José María Martínez Martínez (este último sellando la alianza del neoconservadurismo mexicano con el que alguna vez fue un peligro para México).

This is the future (neo)liberals want.

La definición ideológica de los partidos puede que sea algo passé en México. Y está bien, a lo mejor no nos queda de otra más que aceptar que el modelito de país lleva andando unos 36 años así, con subidas y bajadas, sí, pero con mínimos ajustes de tuerca. Es lo que hay, a eso juegan todos en esta democracia, ese es el margen de maniobra. Es una tendencia global, hay una crisis de identidad y la oferta política –con todo y la aparición de exabruptos en ambos lados del espectro político– termina por ceder y jugar bajo los términos de la ideología dominante que, además, está en práctica.

A la urna llegaremos con un déficit de atención, o peor, con la atención desviada. Los partidos en México han optado por irse al mame de la visión catch all, con un sistema de reciclaje de políticos tan brutal que da lo mismo quien gane, con todo y que la prioridad electoral parece que sigue siendo cualquiera menos el PRI. El cuento de la reconversión política hace más sentido en un escenario así: en este reciclaje, todos tienen derecho a ponerle restart a sus filias y fobias pasadas, para ser bautizados desde “cero” con “nuevas” “posturas”. Y con eso se conformarán las cámaras de diputados y senadores, con políticos y pluris que vienen de aquí y de allá y que se dividirán en comisiones específicas en las que, seguramente, la gran mayoría no tendrá ni la experiencia profesional ni el conocimiento mínimo para formar parte de ellas.

Con todo, la plataforma de Andres Manuel parecía perfilarse como una opción viable. Pero los peros en Morena son mayúsculos, así como la amplitud de la convocatoria del mismo Andrés Manuel. En su bolsita están –ya no como pilón, sino como oferta general– personajes cuya máxima aportación es la de los votos que necesita para ganar. Catch all indeed.

Así el panorama. Pásele. Ahí le va el paquete fifí y pirruris. Le pongo uno y luego otro. Ahí va otro. ¿No le gusta? Le doy otro. Ahí va el batidero de izquierda y derecha. Échale otro, échale otro. ¿Lo quiere? No lo quiere, no lo quizo. Ya ni modo. Ora si. Último. Ahí le va. Un líder en peregrinación, el neocon y el progre de la mano. Le doy uno, le doy otro. Le mando otro. Se lo mando, ahí queda.

¿Se vale pasar de largo, ignorar al gritón, ser escéptico? Por aquí creemos que si.

Mercado electorero mexicano

Escrito Por

zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente fue editor de la revista Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema "Acciones para una ciudad mejor".

Fecha

24.feb.18

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