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01.ago.2020

Licencia(s) para matar

La laxitud para obtener una licencia de conducir, junto con la escueta aplicación de normas viales y las evidentes deficiencias en infraestructura, hacen al Estado cómplice de los homicidios que se cometen a diario en nuestras calles.

POR Emiliano Sánchez / Lectura de 10 min.

La laxitud para obtener una licencia de conducir, junto con la escueta aplicación de normas viales y las evidentes deficiencias en infraestructura, hacen al Estado cómplice de los homicidios que se cometen a diario en nuestras calles.

Lectura de 10 min.

Seis personas han sido atropelladas en las últimas semanas en el Área Metropolitana de Monterrey (AMM) mientras circulaban por las calles en bicicleta, ya sea como modo de transporte o por esparcimiento y deporte. Tan sólo entre junio y julio, la cifra es casi equivalente al dato anual de hechos viales que involucran a ciclistas en nuestra ciudad.

La colocación de la Bici Blanca es un recordatorio, un símbolo de duelo y protesta, cada vez más frecuente en el panorama urbano regiomontano. Mientras se colocaba una de ellas a la memoria de una de las víctimas recientes, amigos y familiares se refirieron al hecho como un “lamentable accidente”. Pero estos no son accidentes: ciclistas no perdieron el control de su bici ni derraparon o cayeron repentina y accidentalmente para ser atropellados por un automóvil. Si acaso, esto se asemeja más a una lamentable acumulación de negligencias y agravios en contra de las otras opciones de movilidad.

La lista es larga. El deficiente diseño de nuestras calles, la ausencia de infraestructura para los usuarios más vulnerables (peatones, ciclistas y usuarios de transporte público), una pobre aplicación de las normas y la nula educación vial que recibimos antes de convertirnos oficialmente en conductores, son sólo algunos de los agravios que se acumulan. En este ocasión me referiré específicamente al laxo proceso para poder circular con un automóvil por las calles de la ciudad.

En Nuevo León, cualquiera puede obtener una licencia de conducir. Tan sencillo como juntar los 592 pesos que cuesta el trámite, darle una vuelta a la manzana al carro junto con un evaluador del ICVNL (el examen práctico) y presentar un examen teórico para el que estudias 20 minutos antes. Un par de horas invertidas, unos cuantos cientos de pesos y listo, el Estado ya te considera un ciudadano apto para conducir.

Según datos hasta 2018 del INEGI, Nuevo León registra 2.2 millones de vehículos de motor entre automóviles, camiones de pasajeros, camiones/camionetas para carga y motocicletas; al año, éstos se ven involucrados en 78 mil choques con casi 8 mil lesionados y 642 defunciones (datos también de 2018, del Secretariado Técnico del Consejo Nacional para la Prevención de Accidentes, STCONAPRA). La frialdad de las cifras, me parece, provoca que asumamos con poca seriedad el problema. Es más, me atrevo a decir que el laxo proceso para la obtención de una licencia de conducir, junto con la escueta aplicación de las normas viales y las evidentes deficiencias en infraestructura para fomentar otro tipo de movilidad, hacen al Estado cómplice de los homicidios que se cometen a diario en nuestras calles.

En Monterrey nos quejamos de nuestra pésima cultura vial, incluso es, junto al clima, iniciador de conversaciones para romper el hielo (aunque en fechas recientes se ha deformado la conversación para meter en el mismo saco a peatones y ciclistas, y así exculpar de toda responsabilidad a los automovilistas de los hechos viales). Pero a ver, ¿cómo se genera esta cultura? La penosa frase de cuesta tres dólares educar a un mexicano sirve para ejemplificar ese extraño fenómeno en el que, al cruzar la frontera, de pronto todas y todos nos convertimos en ciudadanos ejemplares, conductores súper respetuosos de las normas y señalamientos; esa transformación geográfica es producto de saber que allá sí hay un Estado de Derecho fuerte, uno que hace cumplir las normas y sanciona ejemplarmente cuando se rompen.

¡Qué diferencia! Nuestro comportamiento individual cambia de chip y allá sale a relucir la mejor versión de nosotros, tanto como ciudadanos como automovilistas.

Entonces, ¿qué es cultura vial?

En países donde sí hay conciencia del peligro que implica ir montado en dos toneladas de fierro que se desplazan a cualquier velocidad (vale la pena recordar que, aún dentro de los límites permitidos, el conducir en vehículo conlleva un peligro mayor), la educación vial comienza desde los primeros años de la educación básica: cómo cruzar una calle, respetar los señalamientos, la variedad y disponibilidad de diferentes tipos de infraestructura vial, las responsabilidades y obligaciones de los distintos usuarios de la vía pública, etcétera.

Incluso con esta educación temprana, quien tramita una licencia por primera vez debe tomar un curso teórico durante seis meses y presentar su examen práctico dos, tres o cuatro veces hasta aprobarlo. También es requisito realizar pruebas de reflejos, demostrar destreza de cálculo de las dimensiones del vehículo, respetar un escenario de señalización compleja, usar adecuadamente los espejos, dar prioridad a peatones y ciclistas, no obstaculizar el flujo de tránsito, sujetar el volante de diferente modo en ciertas maniobras, estacionarse en paralelo en máximo tres movimientos y hasta arrancar un auto de transmisión manual en subida, apoyándote con el freno de mano. Las pruebas se adaptan a las características de cada área.

Superando lo anterior, entonces sí, el Estado considera que una persona es apta para conducir un vehículo y que tiene los conocimientos, habilidades y responsabilidad necesaria para no ser una amenaza vial para el resto de la población. Ojo, la licencia que se obtiene es “prestada”: cada falta le resta puntos en una escala que al fondo encuentra distintas modalidades de suspensión provisional. Las faltas graves pueden requerir volver a hacer otro examen o hasta una suspensión definitiva.

Mientras tanto, en Nuevo León, no sabemos para qué sirve la direccional, la gente maniobra obstruyendo la calle entera y cuidado si ves a alguien con las intermitentes encendidas: puede hacer lo que sea. La infraestructura peatonal no existe en los ojos del automovilista ni de la autoridad vial. Es más, cualquier cosa más ligera que mi auto, estorba, y la jerarquía vial se establece en el imaginario de cada quien de acuerdo al valor y tamaño de su vehículo.

Aquí, una vez obtenida tu licencia, nadie vuelve a preguntarte nada. El reglamento marca motivos de suspensión al menos desde 2009, pero en los 20 años que llevo manejando no sé de un solo caso.

Entre laxitud para la obtención de la licencia, años de impulsar una movilidad en pro del automóvil y de ningunear sistemáticamente a los usuarios más vulnerables y prioritarios de la calle, el resultado es contundente: al año mueren 304 peatones, 8 ciclistas y 11 usuarios de transporte público por hechos viales. Vidas que podríamos salvar si aumentamos las habilidades de la población al volante, si elevamos el rigor con que se aplican las normas viales y si, de una vez por todas, creamos la infraestructura necesaria para dar opciones y reducir la velocidad de los vehículos de motor.

Lamento el deceso de Karina, de Cristina y de tantas otras personas que mueren a diario y ni siquiera nos enteramos por la cuota de subregistro o incorrecta clasificación, para lo que en Nuevo León somos campeones. Sabemos que son muchas más.

Una versión inicial de este texto fue publicado por El Norte en la sección de “Editorialista Invitado”.

Licencia(s) para matar

Escrito Por

Emiliano Sánchez

Fecha

01.ago.20

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