Texto

15.abr.2020

Las torres de Monterrey

¿Qué objetos y sitios dan forma a Monterrey y nos orientan cuando circulamos por la ciudad? ¿En qué medida definen o desafían las fronteras de distintos espacios urbanos y grupos sociales? ¿Cómo han cambiado estos hitos y, junto con ellos, la configuración política y espacial de la ciudad en el tiempo?

POR Pablo Landa Ruiloba / Lectura de 10 min.

¿Qué objetos y sitios dan forma a Monterrey y nos orientan cuando circulamos por la ciudad? ¿En qué medida definen o desafían las fronteras de distintos espacios urbanos y grupos sociales? ¿Cómo han cambiado estos hitos y, junto con ellos, la configuración política y espacial de la ciudad en el tiempo?

Lectura de 10 min.

El arquitecto Eduardo Padilla recordaba que, frente a una vista amplia de Monterrey —hacia el norte, donde las fábricas se yerguen como montañas sobre un horizonte plano— el artista Mathias Goeritz sugirió pintar de colores las chimeneas humeantes. Goeritz, coautor de las Torres de Satélite, proyectó su visión en estas Torres de Monterrey, agujas de acero, ladrillo o concreto que marcan el paisaje de la ciudad. Pintarlas supondría hacernos advertir su presencia a quienes las vemos de memoria.

Desde mucho antes, las chimeneas generaban asombro. En “Imagen de Monterrey en 1897”, Nemesio García Naranjo describe su llegada a la ciudad:

«En la lejanía se miraba el horizonte cortado con las líneas verticales de chimeneas de las fábricas que arrojaban al cielo sus bocanadas de humo. ¿Cuántas eran? No deben haber sido muchas porque Monterrey se encontraba apenas en la primera década de su desenvolvimiento industrial; pero a mí me pareció que las chimeneas eran incontables, y la fantasía amplificó el cuadro que tenía ante mis ojos».

— NEMESIO GARCÍA NARANJO

En el siglo XX, se construyeron colonias obreras alrededor de las grandes industrias que dirigieron el crecimiento de Monterrey. Las infraestructuras industriales eran, como los centros históricos en otras ciudades, polos en torno a los cuales se organizaban las actividades diarias de los regiomontanos. Fotógrafos como Eugenio Espino Barros y Lauro Leal Salinas registraron la instalación de nuevas chimeneas. Eran momentos cargados de simbolismo: erguidas sobre la ciudad, anunciaban la llegada de una nueva fábrica o proceso de producción y, muchas veces, de un nuevo epicentro en el crecimiento de la ciudad.

Tras el cierre de Fundidora en 1986, se desmontaron sus naves y, como si fuera la estatua de un líder destronado, se tumbó el Horno 2. El cronista de la compañía, Manuel González Caballero, escribió:

«Fundidora cerró sus puertas para siempre. Su desmantelamiento será motivo de tristeza y de lágrimas para quienes realmente fueron trabajadores del acero… Se apagó el fuego de sus hornos. Se extinguió también la flama ardiente en el corazón del hombre del acero con toda su nobleza y todo su temple».

— MANUEL GONZÁLEZ CABALLERO

A partir del cierre de la industria más característica de Monterrey, cambió su historia y organización espacial: comenzaron a diversificarse sus actividades económicas y surgieron otros símbolos y focos de desarrollo.

Si bien sobreviven algunas de las chimeneas de Fundidora, son elementos aislados en un paisaje llano que se elevan como vestigios de una sociedad perdida. Sucede igual en las antiguas instalaciones de ASARCO, donde hoy se encuentra la colonia Centrika. Aquí se eleva una chimenea de ladrillo, convertida en monumento, al centro de una rotonda. No muy lejos de ahí, en la Cervecería Cuauhtémoc, una antigua chimenea de concreto, ya en desuso, se preserva como recuerdo de otros tiempos. Estas y otras torres de Monterrey no se extienden ya hacia el cielo como columnas de humo.

En los años ochenta, cuando comenzó a declinar la influencia de los grupos industriales en la ciudad, surgieron otros focos de poder. En 1980, el gobierno del Nuevo León dio inicio a la construcción de la Macroplaza como estrategia para consolidar una nueva estructura política y urbana. El autoritarismo que implicó la reubicación de cientos de habitantes del centro y la demolición de sus propiedades, así como la escala del espacio resultante, convirtió a la Macroplaza en el centro inconfundible de la ciudad. La política y la vida cívica de Monterrey, antes subordinadas a los intereses de las empresas y sus dirigentes, adquirieron precedencia.

Faro del Comercio, Macroplaza | Foto: The Raws

Como parte de las obras de la Macroplaza, se construyó el Faro del Comercio, diseñado por los arquitectos Luis Barragán y Raúl Ferrera. Este monumento fue promovido por la Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo de Monterrey e inaugurado en 1984. Se trata de una estela de setenta metros de alto, doce de ancho y dos de espesor. Desde el oriente y poniente, se presenta como una superficie fulgurosa, con un color similar a los que Goeritz buscaba introducir a Monterrey. Desde el norte y sur, es apenas una raya en el paisaje, similar a las chimeneas industriales. Las fábricas echaban humo; en las noches, el Faro proyecta un rayo láser sobre la ciudad.

Si la Macroplaza y los edificios públicos que la rodean posicionaron al gobierno del estado como un poder ineludible en la ciudad, el Faro del Comercio anticipó el fortalecimiento de actores económicos más allá de la industria. En la segunda década del siglo XXI, en el primer cuadro de Monterrey comenzaron a erigirse enormes torres de oficinas y departamentos promovidas por empresas financieras e inmobiliarias. Estas estructuras son los nuevos símbolos de Monterrey. ¿Que tipo de urbe presagian? ¿Cómo marcarán el desarrollo futuro de la ciudad y la relación entre sus distintos poderes?

Este texto está basado en los contenidos de la exposición al aire libre “Las Torres de Monterrey” que se presentó entre noviembre de 2019 y febrero de 2020 en el Parque Fundidora. La muestra fue organizada por Fototeca Nuevo León y curada por Pablo Landa Ruiloba.

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Las torres de Monterrey

Escrito Por

Pablo Landa Ruiloba

Fecha

15.abr.20

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