Texto

23.sept.2021

Las nuevas derechas: espectáculo, simulación y peligro

Si dejamos de interpretar nuestras posturas políticas e ideológicas como disfraces estéticos e identitarios en Internet, es posible que podamos detener la falsedad de esta ‘guerra cultural’ absurda.

POR Federico Compeán / Lectura de 14 min.

Si dejamos de interpretar nuestras posturas políticas e ideológicas como disfraces estéticos e identitarios en Internet, es posible que podamos detener la falsedad de esta ‘guerra cultural’ absurda.

Lectura de 14 min.

Si nuestra única ventana al mundo de la política es el Internet, no sorprendería estar convencidos de encontrarnos en la antesala de la mayor confrontación ideológica del siglo. El péndulo histórico se encuentra en un furioso ir y venir de mareas rojiverdes y azules, izquierdas y derechas. Cualquier opinólogo que se respete tiene ya anticipado el resurgimiento de la izquierda más militante desde Stalin o de la derecha más fascista desde Hitler. Hay que asomarse a cualquier elección en Latinoamérica (o en el mundo) como prueba fehaciente de que el comunismo y/o el fascismo ya están sobre nosotros, o por lo menos la amenaza es latente para mañana.

El que ambos espectros ideológicos —o al menos sus representaciones colectivas virtuales— se sientan amenazados, discriminados, silenciados y oprimidos, habla de un grave fenómeno de identificación errónea o simulación. Existe una realidad (más bien de carácter hiperreal) que se muestra exagerada en la virtualidad y los medios. Una aparente “guerra cultural” que en inspección cercana no resulta más que la optimización algorítmica esperada para mover millones de clicks, likes y retweets; nuevos signos de la actividad mercantil digital.

Esta retórica de la lucha ideológica es engañosa, aunque no por ello menos peligrosa.

Por más que dudemos de su existencia, la repetición de sus insulsas controversias nos obliga a voltear a ver un escenario donde todos los actores conocen bien su papel. La discordia perpetua sobre temas que no aceptan consenso es la receta perfecta para la iteración continua de notas, textos y opiniones que no avanzan o problematizan ninguna condición política práctica (o simplemente no tienen intención de hacerlo). Mientras nuestros representantes y líderes de opinión sigan transformándose cada vez más en influencers, marcas y personalidades de Twitter o YouTube, nos seguirán vendiendo la idea de que se están jugando el pellejo en una batalla moral sobre principios y consciencias como mártires y santos de causas nobles, pero perdidas. Pareciera una cómica remembranza de tiempos políticos distintos en dónde realmente se jugaban convicciones más allá del reflector del espectáculo electoral, pero como bien recalcaba Marx en referencia a la reaparición de figuras y eventos históricos: estos aparecen «primero como tragedia, luego como farsa».

En cualquier caso, ese pasado ideológico se muestra como una amenaza espectral que embruja todo el quehacer político. Fantasmas que repiten y reiteran una dialéctica inerte que no ha logrado ser superada de manera simbólica ni estética. Para poder hacer esta materialización, los puntos a discutir son siempre los mismos. Alcances puntuales pero que en su mayor parte se ubican como imposibles de resolver mediante algún diálogo o concesión colectiva. Aquí entonces resulta claro que hablar de aborto, feminismo, comunidad LGBTQ, derechos para comunidades vulnerables o la defensa misma de la concepción del ser humano tiene consecuencias políticas directas; sin embargo, el espectáculo sobre el cuál se debaten es claramente una simulación.

Lo anterior nos pone ante un problema complejo. Por un lado, podríamos apartarnos de estos temas, “apagar la tele” (o, en este caso, la red) y erigir una barrera sana de cinismo informado sobre la realización del carácter quasi-teatral de estos debates. Sin embargo, el que las controversias sean simuladas no las vuelve inofensivas. Estamos presenciando un escenario huevo-gallina en dónde el huevo de la fabricación de consenso sobre posturas absurdas ya está empollando, y la gallina puede picotearnos más adelante con consecuencias materiales en forma de políticas públicas anti-derechos.

Tomemos los nuevos símbolos de la derecha en el panorama nacional. El PAN, por ejemplo, referente histórico de la derecha mexicana, ahora queda como una organización tibia, perdida y sin dirección. Como el resto de los partidos políticos mexicanos, su base ideológica es inexistente y en esa endeble estructura debilitada (aun más por el ir y venir de políticos de todos los colores y sabores), no encuentra cómo posicionarse convincentemente en una derecha “dura”, sin perder los beneficios de un electorado más centrado. Lo anterior no vende, no arrastra, no genera sobresaltos que sean tendencia en las redes. Por ello, algunas figuras más periféricas han comenzado a crear nuevos discursos, nuevos ídolos, nuevos frentes.

El vergonzoso episodio de la visita de Santiago Abascal, dirigente del partido de ultraderecha español Vox, puso estos temas en la mira del público en general. En esta visita, un puñado de Senadores del PAN le dieron la bienvenida a una figura que representa las posturas más reaccionarias de la política moderna y que, con todo, aún puede presentarse como opción en la boleta de una elección. En dicho evento firmaron “La Carta de Madrid”, que no es más que una redacción de esas que te pasan tus tías en WhatsApp anticipando la llegada global del comunismo a la «iberosfera» (una forma colonial de referirse a América Latina). La noción misma de que AMLO o Morena son una especia de vanguardia comunista financiada por Maduro y el fantasma de Castro, sería motivo de carcajada si no fuera porque representa la punta del iceberg de un resurgimiento de este tipo de posturas.

La esfera de “derechas” en las redes está repleta de seguidores, imitadores y repetidores de personajes tan elementales y desafortunados como Agustín Laje, Esteban Arce, Eduardo Verástegui, Javier Milei, el mismo Bolsonaro o incluso personajes locales como Carlos Leal o José Daniel Borrego, cuya condición de humor y sátira ya no puede ser diferenciada de una postura real. Estos referentes “ideológicos”, en su condición de agentes del espectáculo, tienen influencia real sobre los discursos jóvenes. Para ejemplo, la reciente controversia del grupo estudiantil anti-derechos Vitae en el Tec de Monterrey que, como la mayoría de estos “soldados de la guerra cultural”, disfrazan debates políticos sobre derechos y libertades como meras aproximaciones de conciencia, moralidad y fe. Al final, ¿quién se definiría contra los provida como anti-vida? ¿Quién podría dudar del bello corazón de alguien que platica cómo fue que salvó a una joven de cometer un aborto y la apoyó para tener a su bebé? ¿Quién estaría en contra del derecho de educar a sus propios hijos y a no ser “adoctrinados”? ¿Quién pudiera genuinamente estar en contra de ¡la libertad, carajo!?

Oponerse a la postura sentido-comunera de la derecha nos obliga a estar en contra de su miope y tergiversada definición del “BIEN” (así, con mayúsculas).

No sorprende entonces que esta nueva derecha se asuma como los nuevos rebeldes, los nuevos inconformes e incluso, los nuevos oprimidos. “Sublevados” se hacen llamar en una cuenta de Twitter que aglomera este sentimiento colectivo de esta “Cruzada” moderna que, irónicamente para su sentido ignorante de libertad, resulta de un copy-paste directo del clima político estadounidense; ese que a ojos generales del mundo es una especie de vanguardia de los peores síntomas de la regresión democrática y social de una nación que se envenenó a ella misma en un coctel de ignorancia, estupidez y absurdos.

Algunos pudieran argumentar que un fenómeno similar estamos viviendo en la izquierda, y que las consecuencia e ideas de estos referentes son igual de desastrosas y peligrosas. No hace falta recordarnos que el comunismo mató a dios, a 100 millones de personas, obligó a tu abuelito oligarca a escapar de Cuba e hizo que Luisito Comunica se comprara una casa por 400k pesos en Venezuela. Sin embargo, la equivalencia no existe. De entrada, porque no hay ninguna fuerza política real de izquierda en el horizonte electoral mexicano; y en segundo lugar, porque las nociones de izquierda, para bien o para mal de este espectro, están lejos de tener la unificación y consenso de los reaccionarios. Y aunque también es verdad que los espectros de Marx y otros anacronismos de idealizaciones ortodoxas plagan también parte del discurso de izquierda, por más que exista la ilusión de una hegemonía cultural que se refleja en que Disney ponga un par de personajes de color y LGBTQ en sus películas, la realidad es que las políticas públicas de izquierda se encuentran en desuso, amenaza y constante precarización. Por cierto, políticas públicas que al menos sí pueden ser honestamente traducidas al BIEN común.

Todo lo anterior nos orilla a tener que, lamentablemente, tomar en serio el tema... pero no perdamos de vista su condición de espectáculo. ¿Cómo se combate entonces este proceso paulatino de polarización forzada? La cuestión aquí no es ignorar o simplemente hacer a un lado el fenómeno. Tampoco se trata tomar alguna postura moderada que nos ayude a evitar conflictos o sobresaltos sin expresar un compromiso o crítica sobre las resultantes políticas de estos afectos sociales. Es claro que (tomen aire) el intentar dibujar una postura coherentemente ubicada en el compás político multidimensional de un presente fragmentado en cientos de identidades políticas inertes resulta casi imposible sin tratar de reflejarnos e identificarnos en alguna figura ya dada. La oposición a esta nueva ola de derecha “cool” y fascismos “chick” debe ser firme, pero sin olvidar que muchos de quienes apoyan o siguen estas figuras “ideológicas” son, al final, personas preocupadas por un presente incierto, genuinamente apocalíptico e inestable. Con temor a sonar tibio —esa condición de ecuanimidad que ahora resulta ser el peor pecado político en izquierdas y derechas—, es importante recordar que el Internet no deja de ser una exageración y que, precisamente, es necesario reventar esa burbuja para orientar la discusión política más allá de esa simulación espectacular.

Las disputas ideológicas en redes son inherentemente engañosas. Ofuscan y distorsionan debates políticos reales para poder ubicar puntos de ruptura que se observen insalvables, que es lo que nos tiene pegados a estos detestables algoritmos. Sin embargo, afuera, en esa trillada pero aun relevante alegoría de la Cueva de Platón, existe la posibilidad de un entendimiento colectivo más honesto y productivo. Si recuperamos la capacidad para hacer esa diferenciación y, en ese sentido, dejar de interpretar nuestras posturas políticas e ideológicas como disfraces estéticos e identitarios en Internet, es posible que podamos detener la falsedad de esta guerra cultural absurda.

Mientras tanto no queda más ridiculizar a los personajes que lucran con estas controversias, ignorar sus posturas imbéciles y mantener el ojo abierto para identificar las amenazas políticas reales que pueden y están surgiendo de la formalización de estos discursos que hoy se levantan como memes y mañana, en una de esas, se despiertan dirigiendo al país.

Las nuevas derechas: espectáculo, simulación y peligro

Escrito Por

Federico Compeán

Fecha

23.sept.21

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