Texto

07.jun.2020

La Odisea [rebajada] de Ulises

La misma sociedad que en la trama de la película relega a Ulises y a su comunidad a los márgenes, es la que en la vida real intenta hacer lo mismo con Ya No Estoy Aquí. Este es el Monterrey que ya no podemos no ver.

POR Jesús Guerra Ocampo / Lectura de 14 min.

La misma sociedad que en la trama de la película relega a Ulises y a su comunidad a los márgenes, es la que en la vida real intenta hacer lo mismo con Ya No Estoy Aquí. Este es el Monterrey que ya no podemos no ver.

Lectura de 14 min.

Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria.

LA ODISEA, CANTO I.

Nota: Este texto está plagado de spoilers de la película “Ya No Estoy Aquí” (2019, Fernando Frías de la Parra). Si no las has visto, ¿qué haces aquí?

En un medio dominado globalmente por Hollywood y nacionalmente por la Ciudad de México, es refrescante —por decir lo menos— toparse con una película que enfoque algo distinto; como regiomontano, es increíble ver nuestra ciudad en la pantalla chica.

Pero Ya No Estoy Aquí (2019) de Fernando Frías de la Parra no retrata a cualquier Monterrey, sino al Monterrey que muchos no quieren ver: el marginado, moreno, pobre y lleno de cultura. Esto es mérito suficiente para cualquier filme, pero Ya No Estoy Aquí también nos ofrece la reinvención de un clásico con una emotiva reflexión acerca de lo que significan la identidad y la comunidad.

Cuando digo que Ya No Estoy Aquí presenta una historia incómoda para algunos, lo digo como alguien cuya propia historia sí encaja con las metas y aspiraciones de la clase media y la clase alta de la ciudad.

Ulises —protagonista de la película, interpretado magníficamente por Juan Daniel García “Derek”— y yo compartimos una misma trayectoria: ambos somos jóvenes de Monterrey que empezaron una nueva vida en Nueva York. Sin embargo, hasta ahí llegan las similitudes.

Ulises es un chico de la Colonia Independencia que llega a Nueva York escapando la violencia de su barrio. Yo, después de crecer y atender a un colegio privado en San Pedro, vine — al igual que el director, Fernando Frías de la Parra— a estudiar y me asenté, no en el barrio migrante de Queens como Ulises, sino en una zona universitaria en Manhattan. Comparto con Ulises el salir y llegar de ciudades que ambos nombramos igual, pero que representan realidades completamente diferentes.

Ulises, al llegar a Nueva York, se aferra con terquedad a su identidad. Valora por sobre todo su reproductor MP3 lleno de cumbias rebajadas, insiste en sólo escuchar y bailar su música y, a pesar de las constantes burlas de otros latinos, mantiene su característico corte de pelo. En Monterrey, viviendo en los márgenes, éstas eran las cosas que formaban su identidad colectiva —que lo unían a sus amigos, su pandilla, los Terkos—, pero ahora en Nueva York, éstas forman su identidad individual y lo separan de sus compañeros de trabajo y de cuarto. Su rechazo del inglés también le dificulta mantener la única relación positiva que logra formar allá. Ulises se enfrenta a la terrible elección de todo migrante: sacrificar su cultura e identidad para poder ser asimilado y vivir en sociedad, o aferrarse a ellas y arriesgar ser alienado y vivir en soledad.

Al final, esta elección le es arrebatada por el sistema migratorio americano. Obligado a volver a su hogar, como su tocayo en La Odisea, se encuentra con que la ciudad a la que regresa no es la misma de la que se fue. Los buchones, halcones y nuevos grupos del narcotráfico se han apoderado de su barrio, reemplazando a las viejas pandillas y trayendo con sí el culto a la violencia. Sus antiguas amistades han sido obligadas a unirse al narco o a buscar otros caminos. La ciudad entera ha sido militarizada y se enfrenta a una nueva ola de violencia.

Completamente solo, no le queda más a Ulises que bailar una última cumbia y aferrarse, como el terko que es, al pasado. La película se convierte entonces en una elegía a la comunidad Kolombiana y al Monterrey de hace una década, antes de que la guerra viniera a cambiar nuestras formas de comunidad y la identidad de toda la ciudad. Un Monterrey que ya no está aquí.

Los guiños a Homero, no quedan sólo en el viaje de ida y vuelta. Ulises también deja su hogar por la guerra, pero no buscándola como su tocayo griego, sino escapando de ella. En vez de infiltrarse a una ciudad asediada dentro de un caballo de madera, el joven regio entra a los EEUU escondido en una camioneta llena de sampetrinas que van de compras a McAllen. Ya en Nueva York, nuestro Ulises, como el héroe épico, se ve obligado a sobrevivir por medio de su propio ingenio y destreza, así como de la bondad de algunos extraños. Trágicamente, ambos pierden a todos sus compañeros.

Sin embargo, en esta versión contemporánea del mito, no hay ningún final triunfal, no hay intervención divina y no hay ninguna Penélope fielmente esperando. No debería sorprendernos. El Ulises griego era, a fin de cuentas, un general, un terrateniente, dueño de esclavos; en resumen, un hombre de poder. El Ulises regio —¿nuestro Ulises?— es, al contrario, un joven a los márgenes, obligado a migrar y regresar, cuya única posesión es un reproductor MP3 y que tiene por destino una Ítaca que ya no lo quiere de vuelta.

Es lamentable, entonces, que una película que retrata a sus protagonistas con tanto amor —tanto a Ulises como a los kolombianos y a la propia ciudad—, que lidia con cuestiones tan universales como la identidad y la comunidad, sea descartada por los mismos prejuicios que retrata. La misma sociedad que en la trama de la película relega a Ulises y a su comunidad a los márgenes, es la que en la vida real intenta hacer lo mismo con Ya No Estoy Aquí.

Esta actitud, racista y clasista, es la que le impidió al resto de la ciudad valorar el aporte cultural de los kolombianos y sus kumbias por tantos años. Desgraciadamente tuvieron que ser extranjeros, con su lente exotizador quienes retrataron al grupo, como es el caso de este reportaje de VICE que la película presenta con el cameo de Brandon Stanton (creador del proyecto Humans of New York).

A pesar de la gran labor del director capitalino, quien trabajó con la comunidad para recrear ese pedacito de Monterrey, los prejuicios continúan. La ironía es que con todo y que han sido ignorados y discriminados, los kolombianos le han dado de qué hablar por toda una década a reporteros, académicos, al propio director y a su servidor, quienes muchas veces terminamos siendo los beneficiados —y no la comunidad en cuestión.

Decía el crítico de cine Roger Ebert que las películas son como “máquinas que generan empatía” y que una gran película es aquella que “te permite comprender un poco más sobre cómo es ser un género diferente, una raza diferente, una edad diferente, una clase económica diferente, una nacionalidad diferente, una profesión diferente, [con] diferentes esperanzas, aspiraciones, sueños y miedos”, y que a estas hay que “alentarlas, apoyarlas e ir a ellas”.

Espero que esta película se convierta en una máquina de empatía que sacuda las fibras necesarias de quienes les incomoda este tipo de historias. Y no sólo eso: ojalá que sirva para que las y los regiomontanos que nunca se han visto representados en el cine se puedan ver en la pantalla, que inspire y abra nuevas oportunidades para producir y presentar sus propias historias, bajo su propia óptica.

La Odisea [rebajada] de Ulises

Escrito Por

Jesús Guerra Ocampo

Fecha

07.jun.20

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