Si algo desprecia el regiomontano que cree en el “échaleganismo”, el espíritu emprendedor y la meritocracia, es al Estado benefactor y el clientelismo… a menos, claro, que se acompañe de una buena dosis de prensa positiva y nuevos followers.
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A medida que la pandemia se intensifica y los días de confinamiento global se alargan, no sólo se están evidenciando las capacidades o incapacidades de instituciones y gobiernos, el alcance del Estado o su ausencia para atender a los más desprotegidos; también se han magnificado desigualdades entre quienes sí pueden seguir las recomendaciones de autoridades (quedándose en casa) y quienes no se pueden dar ese lujo.
El capitalismo globalizado y los sistemas financieros internacionales podrán estar resquebrajándose, pero las verdaderas fisuras se ven y se sienten a nivel local, en las economías de familias que dependen de sueldos a destajo, propinas, la venta de mercancías o el cobro de servicios por día. Trabajadoras del hogar, albañiles, jardineros, repartidores, puesteros, entre otras muchas ocupaciones del sector informal, la gig economy o las tiendas de autoservicio, son los más afectados. Aunque algunos de estos trabajos son catalogados como “esenciales” durante la pandemia (esenciales para las comodidades de los hogares privilegiados), en la “normalidad” resultan secundarios e infravalorados.
En Nuevo León, esta situación ha inspirado actos de beneficencia tanto del empresariado como de la élite (la socialite regia, rostros con nombre y apellido en los suplementos sociales de los periódicos locales). La ayuda va dirigida a hospitales y familias vulnerables, ayuda necesaria que, ojo, para nada es despreciable: equipo médico, despensas, dinero en efectivo, créditos, entre otras colectas.
Sin embargo, e inconscientemente quizás en el caso de la élite, detrás de estas acciones no hay la más mínima intención de cambiar estructuralmente nada. La ayuda se necesita y se entrega hoy, bien por eso; seguro mañana todo seguirá igual que antes. Tampoco sorprende el afán de reconocimiento público, alimentado en gran parte por una prensa local sedienta de contenido positivo e incuestionable.
La filantropía feel-good no cambia estructuras, dinámicas y relaciones de poder, pero sí genera portadas en el Sierra Madre o Chic Magazine, menciones en columnas financieras y likes en Instagram. Si acaso, la filantropía camuflajea momentáneamente la desigualdad, discriminación y explotación de los sectores sociales más vulnerables (coincidentemente, los más afectados económicamente durante la pandemia), romantiza la idea de la “empresa socialmente responsable” y la “sociedad civil organizada”; de paso, también crea una especie de fijación casi fetichista de la pobreza, con la multiplicación de imágenes de beneficiarios agradecidos o simplemente la foto casual del benefactor documentando su buena acción en medio de un escenario de carencias —esos feeds y brochures no se ilustran solos.
Y sucede algo curioso. Si algo desprecia el regiomontano que cree en el échaleganismo, el espíritu emprendedor y la meritocracia, es al Estado benefactor y clientelismo: hay que enseñarles a pescar o algo así dicen... a menos, claro, que se trate de la Empresa benefactora y el clientelismo chic, acompañado de una buena dosis de prensa positiva y nuevos seguidores. De pronto, la entrega de despensas y sobres de dinero se ven bien cuando se postean como stories.
Así han surgido proyectos como Unir y Dar, «una acción de filantropía estratégica coordinada por Comunidar Fundación». Mediante tres acciones (propiamente hashtaggeadas), la fundación está levantando fondos para comprar insumos médicos, ayudar con necesidades básicas y hasta reactivar la economía. Pero esto va más allá de una colecta de empresarios, se trata de una estrategia (o un “movimiento”, como lo describen) de gestión de crisis para el estado de Nuevo León —con todo y la contratación de McKinsey & Company.
«Las empresas regiomontanas están apoyando con asesoría de personal especializado para mejorar la capacidad de respuesta ante la pandemia y en la compra de insumos médicos estratégicos, apoyo a los trabajadores desempleados (...)»
— JESÚS VIEJO, PRESIDENTE DEL CONSEJO NUEVO LEÓN
El video explicativo, perfectamente bien brandeado, señala que «con el respaldo del grupo de empresarios de Nuevo León, buscamos amplificar el espíritu de responsabilidad social en la comunidad. Inspirados en la empatía regiomontana: sin rodeos, sencilla, frontal y enfocada a la acción». El pragmatismo empresarial regiomontano no se anda con politiquerías y asume las riendas de la crisis en Nuevo León (o bueno, la “asesoría”). Del cielo cae en las redacciones de periódicos el boletín de prensa y así, sin más, se difunde la noticia: los empresarios de Nuevo León al rescate de la salud, la gente y la economía del estado.
Si la Empresa benefactora se comunica con grandilocuencia y alta producción audiovisual, el clientelismo chic se caracteriza por la “espontaneidad” y se difunde de manera orgánica en redes sociales: el “Grillo” Sada, por ejemplo, llega en su Ferrari para abrazar a las y los trabajadores de los restaurantes de Arboleda en San Pedro Garza García y se anota una portada en Chic Magazine. No es el único iluminado por el humanismo: en ese mismo número del suplemento social de Milenio, se hace un recuento de las iniciativas —y sus respectivas cuentas de Instagram— de la comunidad.
Aquí no hay una elección de por medio, pero sí la lealtad de una clase servicial que no es bien remunerada y está fuera de la cobertura de seguridad social del Estado.
No está en duda el “buen corazón”, las ganas de ayudar y la sincera solidaridad desde el privilegio (acciones encapsuladas en la noción de humanismo, un discurso no sólo enraizado en el espíritu emprendedor regiomontano, también fomentado por el presidente López Obrador, como si desde la 4T se hicieran llamados a un capitalismo con sentido social), pero si algo evidencia la proliferación de la filantropía en momentos como éste es la falta de un Estado con capacidad redistributiva.
En una columna publicada por The Guardian, Evgeny Morozov advierte cómo «las soluciones tecnológicas para el Coronavirus están llevando al ‘estado de vigilancia’ al siguiente nivel». Rescato de ahí el concepto de «ideología del solucionismo» que, a decir de Morozov, «trasciende sus orígenes en Silicon Valley y ahora moldea el pensamiento de las élites gobernantes».
«El mandato solucionista es convencer al público de que el único uso legítimo de las tecnologías digitales es disrumpir y revolucionar todo, menos la institución central de la vida moderna: el mercado (...) Los solucionistas implementan tecnología para evitar la política; abogan por medidas “post-ideológicas” que mantienen girando a las ruedas del capitalismo global».
— EVGENY MOROZOV EN THE GUARDIAN. Además de ser fundador de The Syllabus, un proyecto de curación de contenido periodístico y académico muy necesario en tiempos de fake news, Morozov es una de las voces más críticas sobre las implicaciones políticas y sociales de tecnologías que surgen desde Silicon Valley.
El maquiavelismo digital de ese solucionismo que proponen las grandes corporaciones tecnológicas no aplica en el caso de México o Nuevo León. Pero la filantropía sí que es una especie de medida “post-ideológica” que le da la vuelta a la política, una ayuda muy necesaria en momentos como éste, pero que también mantendrá girando las ruedas de las estructuras, dinámicas y relaciones de poder una vez “superada” la emergencia.
Es curioso ver cómo las élites adaptan prácticas que detestan cuando lo hacen de “buen corazón”. Los aplausos y las porras por su ayuda ya los tienen en la prensa y sus feeds, pero ahora que la “normalidad” se ve lejana, también vale la pena ir repensando y cuestionando estas relaciones de trabajo, poder y las carencias que generan, más allá del momento feel-good.
La empresa benefactora y el clientelismo chic
zertuche Fundador y editor de «contextual». Anteriormente fue editor de la revista Residente Monterrey, en su última etapa bajo el lema "Acciones para una ciudad mejor".
27.abr.20