Próximo a cumplir dos décadas de insurrección solitaria, Héctor Godoy continúa en espera de un interlocutor para contarle sobre la capital del capital, en donde hay dinero para comprar arte y escasea el interés por discutirlo.
Lectura de 18 min.
En la página cincuenta y tres del libro de visitas de la Galería de Arte Leopoldo Carpinteyro, entre una sucesión de elogios a la exposición de grabados de Sara Julsrud del año 2007, se lee esto:
Espantosos rayones, deprimentes, horribles. Son puras loqueras.
— HÉCTOR GODOY
Ningún historiador de Monterrey cuenta que Héctor Godoy asiste desde 1995 a inauguraciones de exposiciones de arte para expresar su disgusto ante la obra exhibida. Ningún reportero en un día sin noticias ha visitado su estudio para conocer su portafolio de diseño gráfico, en el que destacan postales que mencionan, con intencional nula ortografía, a los artistas plásticos de Nuevo León que, a su juicio, pintan mugrero. Google no tiene registro de aquella vez que Godoy fue a la Pinacoteca de Nuevo León, empuñando una pancarta con dedicatoria a José Luis Cuevas en la que se leía: «Pintas puros mostritos».
Su protesta y crítica no son de interés mediático, son inofensivos para el funcionario cultural e invisibles para la sociedad civil. Quienes lo conocen podrían decir que esto se debe a su discurso. Le faltan fundamentos, congruencia, lucidez, seriedad. Curiosamente, el discurso de Godoy es cercano a otros que, con estas mismas carencias, son destacados por la prensa, incomodan a la clase política y están en boca de la comunidad.
Visceral, como Guadalupe Rivera cada vez que desprestigiaba a Frida Kahlo; brutalmente honesto, como Mauricio Fernández diciendo verdades; temperamental y humorista como el pintor Enrique Canales, cuando acuñó la palabra “fregonería” como filosofía de vida.
El abismo entre las ocurrencias de Godoy y las de personalidades de la cultura local está en el respeto por las élites y la función social. Él no lo tiene. En su estudio-galería de la calle Aramberri, Héctor Godoy atiende de nueve a nueve. Es un cuarto de apenas seis metros cuadrados en el que sólo caben él, sus opiniones sobre arte, dos asientos para visitantes y unos diez retratos al óleo con su firma.
Visitarlo es el equivalente a conocer un personaje de Alicia en el País de las Maravillas. Te adentras en su mundo, te habla de sí mismo (lo entiendas o no), tiene su propia lógica y su propio lenguaje. Es subversivo y con guiños de delirio.
«El noventa por ciento de los artistas de Monterrey pinta abstracto, puras loqueras. Si protesto es porque la gente está acostumbrada a decir “qué bonito” cuando algo no le gusta. No te dice la verdad».
Según Godoy, el verdadero arte es el retrato realista al óleo. Como los que él hace: «Mi pintura es delicada, fina y real. Mis modelos son “jotitos” hermosos, travestis que conozco en bares del centro. Llego después de las cuatro de la mañana. Antes no, porque entonces sólo encuentro albañiles», precisa, convencido de que sus musas no tienen horas hábiles.
Entre ese 90% de artistas que hacen loqueras se encuentra Armando Alanís, fundador del proyecto de poesía y arte urbano Acción Poética. Godoy abordó a Alanís en una ocasión para decirle que debería estar en la cárcel por hacer grafiti.
«Fue muy chistoso. Yo daba una lectura en Galería Regia y al llegar vi a un señor con un cartelito que tenía insultos contra mi persona, me puse a platicar con él y me di cuenta, porque le pregunté, que no conocía mi obra, que nunca me había leído y que no me conocía ni físicamente», cuenta Alanís. Para él, Godoy no dista mucho del resto de la actitud del público frente a la oferta artística: «La ciudad, las instituciones, el público y los críticos no tratan bien a sus creadores. El ciclo de vida del arte no se completa porque la actitud del público es popular e influenciada por lo mediático. Yo trato de ser receptivo pero la opinión de Godoy está totalmente desacreditada, su actitud provocadora no pasa de ser un mal chiste, una anécdota para la cantina».
Cynthia Rodríguez, licenciada en Arte, egresada de la Universidad de Monterrey con un máster en historia del arte por la Universidad de Bristol, alguna vez consideró hacer su tesis de maestría sobre esta anécdota de cantina. En ese proceso descubrió que este pintor y manifestante de sesenta años tiene correspondencia con un movimiento contracultural de Reino Unido: los stuckistas. «Tanto Godoy como el movimiento stuckista están en contra del nepotismo en el mundo de las artes (Ver manifiesto). Los dos protestan fuera de exhibiciones y entregas de premios. Se han pronunciado de manera legal y jurídica contra el exceso de poder de ciertas personalidades del arte y la repetición de los mismos “niños de oro” en galerías y museos. Muchos de los retratos de los stuckistas son caricaturas de políticos y personajes de las artes “oficiales” y comparten con Godoy el gusto por pintar personas que son ignoradas y hasta consideradas feas, según los cánones del siglo 21».
A Rodríguez se interesa en Godoy por tratarse del punto de partida hacia una reflexión sobre la escena artística en Monterrey: «Con Godoy sabes que hay un descontento puro. Habla sobre algo que le incomoda directamente a él y a otros artistas. Favoritismos, nepotismos, quizás corrupción hasta cierto punto. Su disgusto es ruidoso, excesivo, pero honesto. Entre los “no estudiados”, hay ánimos pero miedo a discutir sobre arte. Ya sea porque todo viene de esa idea de machetear y no interpretar, inculcada en los estudios básicos, o bien porque ese arte que se crea en la ciudad no dice nada sobre sus vidas o historias».
Poetas incitados al pleito, intelectuales emboscados con una pancarta sin comas ni acentos, personas que creen que se trata de un performance, peatones que asumen que es una broma de cámara escondida, diseño gráfico kitsch. Godoy es un personaje. Pero su verdadera historia –como la de todos– comenzó en su pasado familiar, durante sus años formativos. De esos episodios cuenta fragmentos poco claros, con aliento de ficción: «Nací en el Distrito Federal, en la colonia Del Valle. Me vine a Monterrey para no aguantar a mi madre. Era Aries. Puras broncas. Acá estudié Administración de Empresas en el Tec e hice media maestría en administración». Estuvo casado por un mes, tiene una hija de 22 años que no es su hija biológica y vive en San Francisco, Guanajuato. Vivió doce años en cinco ciudades de Estados Unidos. Su recuento difuso del pasado cobra claridad sólo hasta que habla de la primera vez que se manifestó contra ciertas expresiones artísticas.
El primer testigo del surgimiento de este antagonista de la escena local es Alberto Luna, actual coordinador general de exposiciones del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León. Ocurrió en 1995, desde entonces ha aprendido a comprender y respetar a su inquisidor de cabecera, aunque encuentra una gran parte de sus protestas sobre “loqueras” y “favoritismos” en el arte algo anacrónicas.
«Ese arte oficial o favorecido por el Gobierno del que habla Godoy no existe, el Gobierno ni siquiera tiene interés en el arte como mensaje, no sucede como en los tiempos del muralismo en los que no sólo había artistas oficiales sino también temas obligatorios para el muralista. Godoy tiene argumentos claros respecto a su descontento con el arte actual, pero su postura no representa a la comunidad; como pintor tiene esa conciencia de agremiado y habla por un gremio de artistas que se consideran no atendidos. No es la voz de un público». Luna reconoce que Godoy no es alguien confundido en su postura, pero la realidad tiene matices.
«El problema de la discusión del arte en Monterrey tiene varios orígenes. Por un lado, el poco interés de los medios de comunicación en el arte. Los únicos dos críticos de arte en Monterrey (Xavier Moysén y Marco Granados) están encerrados en su propio lenguaje que no dice nada a quienes no tienen referencias de arte contemporáneo. No orientan. El perfil de los artistas actuales, por otra parte, naturalmente está influenciado por tendencias de las capitales del arte, es imposible que exista otra escuela de Oaxaca en tiempos de globalización, lo que existen son lenguajes y aunque sean dictados por el arte internacional, el artista local los adopta en su entorno y eso dice algo de sus propias historias».
Próximo a cumplir dos décadas de insurrección solitaria, Héctor Godoy continúa en espera de un interlocutor para contarle sobre la capital del capital, en donde hay dinero para comprar arte y escasea el interés por discutirlo.
–
Artículo originalmente publicado en la revista Residente (hoy desaparecida) de Monterrey en su número 78, año 2014. Las fotografías son originales de Diego Malo. Maximiliano Torres está en Twitter.
Héctor Godoy: Por amor al arte
Maximiliano Torres
01.sept.14