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12.abr.2020

‘Espacio Público’ va a terapia

¿Qué pasaría si ‘Espacio Público’ tuviera la oportunidad de sentarse en el diván y reflexionar sobre su vida y su función? En este Imaginario se plasma esa terapia ficticia, una que bien podría hablarnos más de lo que somos.

POR Oswaldo Zurita Zaragoza / Lectura de 15 min.

¿Qué pasaría si ‘Espacio Público’ tuviera la oportunidad de sentarse en el diván y reflexionar sobre su vida y su función? En este Imaginario se plasma esa terapia ficticia, una que bien podría hablarnos más de lo que somos.

Lectura de 15 min.

Espacio Público: Doctor, le tengo buenas noticias y malas. La buena es que nos voy a ahorrar mucho tiempo. Ya no será necesario su diagnóstico, ya sé cuál es mi problema, para que lo apunte en su libretita. La mala es que lo que tengo es terrible. Se llama, según el gugul, trastorno depresivo mayor. Estoy deprimido doctor —resume el paciente con firmeza y aflicción, como si supiera de lo que habla.

Al comenzar cada sesión, Espacio Público (del área metropolitana de Monterrey) se recuesta en el diván, pierde su mirada en el techo y le comparte un nuevo autodiagnóstico a su psicólogo, quien escucha desde su silla y en silencio apunta en su cuaderno. Anteriores valoraciones sobre sí mismo han sido: bipolaridad, síndrome del hermano mayor, trastorno por déficit de atención e hiperactividad y hasta síndrome de Diógenes.

Doctor: Público —así lo llama el doctor desde su quinta consulta— le recuerdo, como cada viernes, que el diagnóstico lo haré yo, por favor no se anticipe. Dígame ¿por qué cree que está deprimido?

EP: Nada me motiva. A todo le encuentro el lado negativo. Fíjese doctor, la semana pasada estuve en una conferencia internacional de Espacios Públicos, según yo para motivarme e inspirarme con lo que están haciendo otros. Escuché a uno, de una ciudad con nombre raro en el centro de Asia, expresarse así en su conferencia: “en mis banquetas las personas sienten placer, goce y alegría por el simple hecho de caminar por allí. Hablaba de unos árboles enormes y hermosos, de bancas cómodas por todos lados, de bebederos a lo largo de la banqueta, rampas en las esquinas que daban la bienvenida a todos y no sé cuánta cosa más. Lo que más me sorprendió doctor, aunque ya se me hizo muy exagerado, es que afirmaba que las personas podían caminar por las banquetas con los ojos cerrados...

D: ¿Cómo con los ojos cerrados? ¿Sin ver y sin ayuda? —cuestionó el doctor visiblemente interesado por la descripción.

EP: ¡Sí! Así nomás. Nos dijo que no había obstáculos, que no había nada roto, que todo era liso y plano, que no había forma de tropezar. ¿Usted cree doctor? Imagínese yo oyendo eso y acordándome de mis banquetas… ¿Ya ve por qué me deprimo?

D: Bueno, posiblemente esa ciudad es rica y muy avanzada, Público.

EP: ¡No doctor! ¿Cuál rica? Es la capital de Kirguistán, doctor, ¡Kirguistán! Yo ni sabía que existía ese país antes de oír esto, ¿a poco usted sí? ¿Cómo es posible que ahí tengan mejores banquetas y parques que en la Sultana del Norte?

D: Entiendo. Y más allá de la comparación, ¿cómo le hizo sentir saber que hay lugares que antes no imaginaba, que están en mejor estado que usted? ¿Lo animó a hacer lo propio?

EP: Uy sí doctor, muy animado —contesta con aspereza irónica Público—, ¿no le digo que estoy deprimido? Salí de esa conferencia con una clara convicción, quejarme y no hacer nada. Lo que describía ese ponente es una utopía aquí. No tendría suficientes ejemplos bellos que presentar en mi ciudad, si es que algún día me invitan a un evento así.

D: No lo sé, Público, me parece que la belleza es subjetiva. La belleza está en los ojos de quien observa. ¿Ha oído esta expresión antes?

EP: Ay, Doc, usted tan inocente... ¿Le puedo decir Doc? —pregunta Público con familiaridad, quebrando barreras con su psicólogo.

D: Sí. Si eso le hace sentir más cómodo, por mí no hay problema.

EP: Bien, Doc... claro que la he escuchado, pero no sabe cuánto me molesta.

D: ¿Y eso por qué, Público? —pregunta contrariado el doctor.

EP: ¿Usted cree que las ciudades que uno reconoce como bellas en sus espacios públicos, se conforman con creer que la belleza es subjetiva y que depende de los ojos de quien observa? No Doc, esas ciudades definen en sus espacios públicos el canon de belleza en que la mayoría pueda coincidir. Establecen un estándar mínimo y las personas van creciendo y madurando con él, y ya no aceptan nada bajo ese estándar. Por eso son bellas esas ciudades.

Espacio público expresa con una elegancia y asertividad que el doctor no había notado en ninguna de las sesiones anteriores. Este, sorprendido y satisfecho, como si se tratase de un gran progreso en la terapia, anota en su libreta.

D: Interesante su postura sobre la belleza. Me perdonará Público, y parecerá severo lo que le voy a decir, pero es relevante para que avancemos en su terapia. Para alguien que me dice estar muy preocupado por darle a las personas banquetas y parques de calidad y bellos, me parece que usted no está muy empeñado en conseguirlo. Entiendo que se siente sin ganas o motivaciones, pero en sesiones anteriores hemos hablado que entre seis y siete personas de cada diez no se sienten seguras en sus banquetas, ni creen que estas sean cómodas, suficientes o accesibles. Y cuatro de cada diez de ellas perciben sus parques inseguros y sin los elementos necesarios para hacerlos útiles y bellos. ¿No debieran ser motivaciones suficientes estas?

EP: Claro Doc, ¿cómo no lo van a ser? Si para eso estoy, para eso vivo, ¡para eso me hicieron! —respondió Público, claramente afectado por la pregunta y con cierto acento de culpabilidad. Yo todavía recuerdo que, antes de entrar en esta depresión, bipolaridad, tdah, síndrome de Caín y todo lo demás que le he dicho que tengo Doc, hasta sentía escalofríos de emoción cuando imaginaba lo que podría hacer: calzadas llenas de árboles, parques para el disfrute de niños y personas en sus últimos años, ¡parques hasta para las aves e insectos! Unas banquetas en donde las personas pudiesen no solo cerrar los ojos por un momento, Doc, sino caminarlas siendo ciegas, y hacerlo solas… Uy Doc, las mujeres andarían en mis parques y calles como siempre han querido andar: seguras y libres. Las noches serían como el día, iluminadas para hacerlas un sitio deseado y amable. Mis parques iban a convertirse en sistemas naturales que sorprenderían a mis colegas de otros lados, servicios ambientales para todos —seguía sumando cualidades Público a sus descripciones, haciendo ademanes de magnanimidad— espectáculos de floración de decenas de especies de árboles diferentes, de esas que crecen naturales por estos rumbos, serían el motivo de conversación de quien vive y goza la calle. Y es que todo Doc, todo lo imaginaba bello. Funcional sí, pero bello. Porque pues si no es bello no inspira y si no inspira no se multiplica.

Público solloza al enlistar estos sueños, su voz entrecortada contiene la aspereza de la impotencia, de quien del brío pasó a la nostalgia y se aventura ahora a la resignación.

D: Está bien Público, está usted en un lugar seguro, comprendo lo que me dice. Y le soy honesto, me entusiasma que sus sueños los recuerde con tanta claridad. ¿Por qué cree usted que no ha podido ver estos sueños hechos realidad? ¿Qué le impide darle a las personas esos sitios que tanto las inspirarán?

EP: No lo sé Doc, no tengo fuerzas. No veo la luz al final del túnel. Cada día soy ya solo una máquina de repetición. Las administraciones municipales me construyen buscando cumplir un compromiso del presente, sin diseñarme con una visión para el futuro. Soy hecho con una calidad de obra deficiente, invierten en mí cantidades irrisorias...

D: Perdón que lo interrumpa Público, pero entiendo que San Pedro Garza García, uno de los municipios del área metropolitana, invertirá 550 millones de pesos en parques en tan sólo dos años. ¿Le parece esto una suma irrisoria? —agrega el doctor, retando a Público a evitar ser condescendiente consigo mismo.

EP: No, no creo que sea poco. De hecho ese tipo de estrategias son las que me confunden Doc, y pues me deprimen. Ahí está este municipio dándome la oportunidad de ofrecer eso que sueño: en sólo veinticuatro meses y con una inversión en promedio de mil 650 pesos por metro cuadrado, tendrán las personas cuatro flamantes parques que suman más de trescientos mil metros cuadrados.

D: Sí, es lo que le digo, me parece muy positivo este cambio de visión, ¿no lo cree?

EP: Sí Doc, espéreme, a eso voy. Usted sabe que este municipio es el menos poblado del área metropolitana, entonces, ¿cómo explica que los otros nueve municipios no estén anunciando lo mismo? Ellos saben que podrían atender a una población mayor. ¿No les emociona tener parques que cumplan su función para todas las personas? Mire, le pongo ejemplos. Hace tres meses se inauguró la gran rehabilitación del Parque Central San Jerónimo en Monterrey. ¿Lo conoce? Bueno, tiene 30 mil metros cuadrados de extensión, y la inversión fue de 10 millones de pesos. ¿Le suena mucho Doc? Yo le hago las matemáticas, no se preocupe —vuelve Público a usar su tono sarcástico para acentuar su desaprobación— ¡Son trescientos treinta y tres pesos por metro cuadrado, Doc! Casi cinco veces menos que San Pedro. Con esas inversiones no vamos a llegar muy lejos. Para que me entienda, usted que se ve que es viajado, son 15 dólares por metro cuadrado mi Doc. ¿Le puedo decir “mi Doc”?

D: Preferiría que nos mantengamos con el “Doc”—responde el psicológo.

Así continúa Público relatando ejemplos que le impiden cumplir sus funciones. El que más le llama la atención al Doctor es aquel del Fondo Metropolitano, un monto significativo etiquetado y destinado a impulsar el desarrollo integral de la ciudad: proyectos para disminuir la vulnerabilidad por fenómenos naturales, para la sustentabilidad de la metrópoli, equipamiento ambiental y otros. Un esfuerzo entre gobierno del estado y municipios, con dinero federal. Espacio Público se frustraba cada año cuando se anunciaban los proyectos en los que se utilizaría dicho monto. El año pasado, más de la mitad del dinero se había destinado a un hospital (lo cual aplaudía), pero más de la cuarta parte se había convertido en asfalto para las calles. Sólo uno de cada cinco pesos cumplía los objetivos del Fondo y se convertía en corredores peatonales (Av. Juárez y calle Juan Ignacio Ramón). Espacio Público llama a estos proyectos “los Desalmados”, afirma que tienen cuerpo pero carecen de alma.

EP: Ya ve Doc, no hay nada que me inspire, y por ende mis espacios no inspiran. ¿Qué le entrego a la gente y cómo hago sus vidas mejores si su dinero se usa para poner asfalto? Y pues así cada año. Cosas como estas me tumban Doc, me tumban. ¿Y qué pasa? Que cuando tengo que hacer un parque, una plaza o una banqueta, ya no tengo ánimo, hago algo “alayseva” como dicen.

Espacio Público comprende que la conversación está a punto de llevarlo al tema que encuentra más delicado y difícil de tratar: la relación con su hermano, Espacio Privado.

EP: Yo creo que fue mi estado, así decaído, lo que animó a mi hermano a tratar de ayudar, lleva algunos años muy activo con eso.

D: ¿Así que estás en comunicación y colaboración con tu hermano? —pregunta contrariado el doctor, ya que Público no había adelantado este acercamiento en sesiones anteriores.

En cada cita con su psicólogo, Espacio Público había relatado momentos álgidos con su hermano, o con los usuarios de éste. Rampas privadas que obstruyen el paso de las personas en la banqueta, autos que hacen lo mismo, reparaciones mal hechas de las empresas cableras o CFE, que hacen imposible caminar seguro por la banqueta, letreros de publicidad que bloquean el paso. Incluso partes de edificios privados desplantados en espacio público, reduciendo aún más el ancho de las sendas peatonales. Público no pierde oportunidad para afirmar que su hermano recibe mucha más atención de particulares y del gobierno que él.

Más tranquilo, Público suspira y responde:

EP: Fue hace unos nueve años. Empecé a percatarme de su presencia en mis sitios, pero ya no como antes, ya no era una aparición invasora. La noté primero en Polígono Edison. De un día para otro, donde antes había un camellón terrorífico, sin árbol alguno, con muros con pintas, muertos y agresiones de todo tipo, ahora se presentaba un parque-camellón, con luminarias, canchas deportivas, una centena de árboles, aparatos para ejercitarse y hasta fuentes para los niños pequeños. Doc, al ver esto lo primero que pensé fue que mi hermano había invadido de nuevo mi espacio, pero ahora con una actitud más soberbia y ventajosa. Busqué guardias que estuvieran expulsando a los niños de la 10 de marzo, de la Talleres o de la Garza Nieto, porque eso era típico de mi hermano, repeler gente “no deseada”, y por el contrario, me encontré a esos niños empapados en la fuente, sus hermanos mayores jugando basquetbol y los árboles dando sombra sobre todos ellos.

D: ¿Tu hermano había hecho esto?

EP: Pues no mi hermano directamente, pero de sus territorios había salido la inspiración y el dinero. Unos cuatro años más tarde, alrededor del Tec de Monterrey, me encontré con lo mismo pero multiplicado. Banquetas amplias, cómodas y accesibles, hasta podría decir que bellas. Misma historia, la gente usaba estos espacios libremente, no había guardias ni reglas nuevas, solo mejores espacios que antes. Doc, otra vez, mi hermano, desde adentro de su propiedad incidiendo en lo que yo podía ofrecer a la población. Llegué a escuchar historias de gente que se iba caminando ahora a su destino solo porque había una nueva banqueta y porque estaba amplia y sombreada, ¿lo ve Doc? ¡El placer, el goce, la alegría! Y ahora ya ni sé por dónde me van a aparecer nuevas obras de mi hermano, anda desatado. Nuevos parques por aquí, bellas banquetas por allá, ya hasta quiero irle a presumir a mis colegas.

D: Lo veo entusiasmado al contarme, ¿cómo le hace sentir esta nueva disposición para colaborar de su hermano? ¿Será una forma de reconciliación?

EP: Sí, me entusiasma, pero desde una muy egoísta perspectiva Doc.

D: ¿A qué se refiere? —pregunta el doctor, visiblemente intrigado por ese último comentario.

EP: A ver si lo puedo explicar. Sí, los habitantes, es decir las personas de las que tanto le hablo, están disfrutando estos sitios, nuevas historias de alegrías se cuentan cada día. Y de alguna forma eso me estimula, porque ese es mi propósito ¿no? “Espacio público para la calidad de vida de las personas”. Pero Doc, no soy yo realmente el que se los está ofreciendo, es mi hermano. No soy yo cumpliendo mi responsabilidad, no son las administraciones municipales evolucionando en su visión. ¿Qué pasa si a Privado, mi hermano, no le interesa ayudarme en algún sitio donde yo quiero actuar, donde es urgente actuar? Hay muchos sitios así. A ver Doc, ¿por qué si están estos nuevos espacios bien hechos, tanta gente sigue sintiendo y pensando lo que usted me recitó hace un momento: que son inseguros, que no se pueden caminar, que están sucios y mal mantenidos?

D: No lo sé, dígame usted —revira el doctor, siguiendo la técnica aprendida en la universidad, para que el paciente sea quien verbalice la epifanía.

EP: ¿Cómo Doc? Pensé que ya estábamos hablando el mismo idioma. Ok, le ayudo: porque somos una ciudad de casi cinco millones de habitantes, ¿usted cree que con la ayuda de mi hermano voy a cumplir mis sueños y metas y ofrecer a todas las personas aquello que tengo la obligación de brindar? No Doc, a este paso mejor regrese a la ciudad en cien años. Necesito un cambio de visión del gobierno. No puedo hacer cien o mil parques como los que se hacen con ayuda de quien maneja los sitios de Privado. No tengo los medios, al menos no mientras no sea una prioridad para la ciudad, recuerde Doc, 333 pesos por metro cuadrado —señala asertivamente Público—. Mientras esto no cambie Doc, tampoco voy a morirme en la raya —agrega, ahora cubriéndose de una coraza de ironía—. Mujeres que no salen porque no se sienten seguras, o peor aún, que salen y la inseguridad las atrapa; ancianos que se quedan en casa porque mi espacio es tierra inhóspita para ellos; niños que no saben cruzar la calle porque es mejor ya ni arriesgarlos en ellas; automovilistas de nueva generación aliviados porque por fin dejaron atrás la vida cruel de peatón; niñas que juegan en el parque sólo cuando su madre tiene tiempo de acompañarlas, y nunca tienen tiempo, porque está lejos y no es seguro ir solas. ¿Que todos ellos se jodan? ¡Pues sí! ¿A mí quién me salva Doc? ¿A mí quién me ayuda? ¡Soy el Espacio Público, Doc! ¿Soy poca cosa? Ya quiero ver qué resulta de esta sociedad si un día no estoy... —hace una pausa en sus palabras, que no detiene su agitada respiración— ¿qué estoy diciendo Doc? Le digo que soy bipolar...

D: —El doctor mira de reojo su reloj y dice: No te preocupes Público, la siguiente sesión podremos conversar del por qué te sientes así. Se nos ha terminado el tiempo. Espero verte aquí el próximo viernes a la misma hora.

EP: Mmm, bueno Doc, aquí lo veo.

Público se levanta del diván, cabizbajo, tal como llegó. Confundido por su último arrebato de ironía, ira y desesperación, sale del consultorio.

Al oír el cierre de la puerta y saberse solo en su despacho, el doctor abre su libreta y con seguridad anota: «Trastorno Depresivo Mayor. Urgente: convocar a terapia colectiva a Espacio Privado, Gobiernos Municipales y Representantes de Usuarios. Es imperativo que Espacio Público pueda expresar y verbalizar lo que siente y piensa de cada uno de ellos. Riesgo de daño a sí mismo».

Este ensayo es resultado del primer Taller escribir sobre la ciudad, un esfuerzo entre Vertebrales y Contextual MX.

‘Espacio Público’ va a terapia

Escrito Por

Oswaldo Zurita Zaragoza

Fecha

12.abr.20

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