«La clase política dio un mensaje contundente de cómo nos perciben y de la relación que quieren mantener con las mujeres. La diferencia entre esa clase política y nosotras es que la primera tiene el tiempo contado y nosotras cada vez somos más».
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Desde nuestra posición como mujeres, como feministas, como colectivas feministas, tuvimos apenas dos días para prepararnos para el golpazo e hicimos lo inimaginable.
Primero, llegó el pitazo del lunes 4 de marzo: la Comisión de Puntos Constitucionales se disponía a votar en comisiones un expediente que llevaba sin modificarse ni actualizarse desde el 2014. El simple hecho de traer ese tema a comisiones era ya una violación al reglamento interno del Congreso, ya que las iniciativas de ley con antigüedad mayor a 1 año, deben desecharse para combatir el rezago legislativo.
No sólo eso, sino que no se había convocado a mesas de trabajo ni a la Comisión de Derechos Humanos o a la de Igualdad de Género. Aquellos que se llenan la boca de la necesidad de traer expertos nacionales e internacionales antes de votar, estaban votando en fast track, movidos sólo por sus dogmas. Por si fuera poco, la modificación que proponían era inconstitucional, no tenía motivos lógicos para pasar al pleno del Congreso y sin embargo ocurrió. Todo estaba mal.
Ayer, después de 4 horas y media de espera, el Congreso de Nuevo León aprobó la modificación al artículo 1° de la Constitución del Estado: en NL el inicio de la vida ahora ocurre desde el momento de la concepción y termina con la muerte natural.
Entre pañuelos verdes y celestes, se discutieron argumentos –en el mejor de los casos– a favor y en contra de una dicotomía falsa: aborto o vida. Pasado todo (la vorágine de mentiras, mitos y prejuicios), sólo me queda esto que les escribo. Este es mi recuento de daños.
El silencio
Desde que nos comenzamos a organizar, establecimos un acuerdo de tratar de detener lo que estaba sucediendo con todo lo que teníamos a nuestra disposición: mediante presión social, mediática, presencia en el Congreso y un oficio en calidad de urgente.
Redactamos y redactamos, pusimos todos los argumentos, estuvimos afuera del Congreso y en las redes. De todos modos se aprobó. Teníamos 24 horas para tratar de que no se aprobara en pleno, les dimos todos los motivos para no hacerlo y nos ignoraron.
Mientras gritábamos, tuiteábamos, escribíamos o enviábamos correos a diputadas y diputados, también nos enfrentábamos con el silencio de aquellas personas en posiciones de poder, esas mismas personas que antes se habían manifestado como nuestras aliadas. Como siempre, esto dolió mucho más viniendo de las mujeres que, cada que quieren, se ponen de nuestro lado y se llaman feministas; esta vez no nos respondieron. Dolió muchísimo más viniendo de las mujeres “neutrales” que decidieron mantener su silencio a pesar de que la discusión no era si se estaba a favor del aborto o la vida, sino de criminalización o libertad. Nos dolieron todas las morras que no quisieron tomar una postura y nos dolió todavía más que muchas de ellas no pudieron hacerlo por factores externos.
El ruido
De los hombres, de los hombres de pañuelo azul, de los hombres “aliados” que al final no entendieron nada. El ruido de los hombres que, en forma de artículos de periódico, nos dijeron que la batalla era por “garantizar la vida”. El diputado Luis Susarrey (PAN) pidiéndonos que pusiéramos, por encima de todo, el respeto al recinto del Congreso a pesar de que estaban votando a favor de una iniciativa que pone en riesgo a las mujeres más vulnerables. El ruido del diputado Carlos Leal (MORENA) alegando que sólo 60 mujeres murieron al año por abortos cuando no debería de ser ninguna.
Por encima de todos, el ruido de las mujeres que pusieron antes a su religión que a las demás de nosotras. El eco de la hija, acompañada de una imagen de Jesús, de Claudia Caballero (PAN) resonando en el Congreso. Las palabras de la diputada Celia Alonso (MORENA) reprochándonos por no afrontar las consecuencias de ejercer una vida sexual y exigiendo que “dejáramos de ser irresponsables” y usáramos métodos anticonceptivos, aún sabiendo que no todas tenemos acceso a ellos y que ninguna los puede adquirir de forma gratuita.
El ruido de los medios que no se preocuparon ni por un segundo por tener un poquito de perspectiva de género y traer el foco al tema más importante: el robo a nuestros derechos. Todo este ruido impidió que nos escucharan.
No sé si hicieron tanto ruido a propósito o han hecho ruido por tanto tiempo que ya son incapaces de escuchar. Lo cierto es que su ruido no sólo es de ellos, porque su ruido nos perjudica, nos roba derechos y ahora hasta nos puede llevar a la cárcel.
La furia
De salir del Congreso, de una junta, de llegar a nuestras casas y sabernos solas. Juntas, pero solas. Otra vez estamos nosotras, cuidándonos, escuchándonos, creciendo y siendo cada vez más. De nuevo, nos concentramos en las redes familiares del feminismo y en nuestras colectivas, amigas y hermanas que nos han acompañado siempre. Desde fuera, nos dijeron asesinas, nos dijeron putas, nos dijeron locas. Cada que tratamos de argumentar, nos recalcaron lo fuera de su mente que nos tienen y lo poco que les importamos.
Como si no sintiéramos las palabras. Como si no ocasionaran en nosotras una dolor profundo de una sociedad que te rechaza y violenta y que sólo se esfuma con furia. Con una furia inapagable que estamos convirtiendo en una fuerza indestructible. Tendremos los brazos abiertos para recibir a las mujeres que hoy se ponen un pañuelo celeste cuando el rechazo de esta sociedad, a la que no les importamos mujeres, las alcance. Estaremos para ustedes cuando, como a nosotras, sólo les quede la furia.
Ayer, 6 de marzo, la clase política de Nuevo León dio un mensaje contundente de cómo nos perciben y de la relación que quieren mantener con las mujeres. La diferencia entre esa clase política y nosotras es que la primera tiene el tiempo contado y nosotras cada vez somos más.
La esperanza
A pesar de ellos. Por todas nosotras. Gracias a todas nosotras. Con el esfuerzo de todas nosotras. Será ley.
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Todas las fotografías cortesía de Laura Álvarez.
El recuento de los daños
Pau Morán
07.mar.19