Es muy fácil caer en conclusiones clasistas al ver los brotes de violencia que ha generado la desinformación en torno al coronavirus. Pero habría que cuestionarnos, ¿por qué este tipo de reacciones pasan en zonas abandonadas por el Estado y sus instituciones?
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En mis grupos de WhatsApp escuché la versión de que están “matando viejitos” para no pagarles su pensión. Y seguro tú también tienes algún tío o tía que piensa que el coronavirus es falso. Es más común de lo que crees: varios me han confirmado que tienen parientes o amigos que creen que el Gobierno de México los está engañando y les está dando información falsa sobre la pandemia. Bueno, en eso tienen un poco de razón.
Claro que es grave que una persona crea que médicos o policías lo quieren contagiar a propósito de coronavirus, pero, ¿acaso no vivimos en un país donde el gobierno les inyectó agua destilada a niños con cáncer en vez de quimioterapia? ¿O dónde un autobús con 43 estudiantes normalistas desapareció? ¿O dónde se “cayó el sistema” en pleno conteo de votos que daban por ganador a un candidato de la alternancia? Tristemente, hay quienes han vivido tanta violencia y tantos engaños, que no les parece descabellado creer que el gobierno está armando un complot para asesinar a parte de su población.
En México desconfiamos de nuestras instituciones, recordemos que hasta el actual presidente acuñó la frase “al diablo con las instituciones”. Según el Informe País sobre Calidad Ciudadana, los mexicanos desconfiamos principalmente de los policías, los partidos políticos y la Cámara de Diputados: sólo una cuarta parte de los encuestados les tienen confianza. Si trasladas ese escepticismo a las zonas más marginadas de México, a municipios como Ecatepec, con los índices de pobreza y violencia más altos del país, no hace falta dar más datos para entender que esa desconfianza se recrudece. En este municipio, conocido también por sus altas cifras de feminicidio, fue donde sucedió el incidente del video que circuló en medios y redes sociales del Hospital de Las Américas, donde la madre de un paciente con COVID-19 dice que no existe el virus y que los médicos les estaban inyectando algo a los pacientes para matarlos.
Con esto, por supuesto, afloró nuestro clasismo. La “ecuación” clasista entonces se formula de la siguiente manera: como esto sólo pasa en zonas de gente que vive en barrios conflictivos y zonas marginadas, entonces, pobreza = ignorancia. Se trata de una conclusión simplista y sesgada por los prejuicios, ¿por qué es más fácil creer que quienes sufren pobreza actúan de forma irracional y violenta? ¿Por su ignorancia? ¿No han considerado que actúan de esta forma porque están hartas del engaño, las mentiras, la violencia y segregación que históricamente han sufrido de parte de sus gobiernos y sus policías?
Estos brotes de desconfianza —como el de San Mateo Capulhuac, municipio de Otzolotepec, Estado de México, donde habitantes del lugar incendiaron dos patrullas y atacaron a policías y trabajadores del Ayuntamiento que estaban sanitizando la zona, acusándolos de estar esparciendo el virus de COVID-19— no surgen por casualidad en estas regiones. En Otzolotepec, por ejemplo, más del 60% de la población vive en situación de pobreza. Y aunque una parte de esta violencia podría estar asociada a la desinformación, no tiene que ver con la relación pobreza-ignorancia, tiene que ver con la violencia estructural a la que están sometidas las personas de escasos recursos en México. Por ejemplo, la mayoría de las personas que están recluidas en las cárceles mexicanas sufren pobreza, cometieron delitos menores como robos y no tenían antecedentes penales.
Los incidentes violentos contra las autoridades no son exclusivos del Estado de México, en Venustiano Carranza, Chiapas, habitantes del lugar quemaron la presidencia municipal y automóviles de médicos y enfermeras porque decían que el gobierno había enviado drones para “envenenar” a la población.
Nada justifica la violencia, pero habría que cuestionarnos, ¿por qué este tipo de reacciones pasan en zonas abandonadas por el Estado y sus instituciones? Quizá porque no se espera más del gobierno, quizá porque la desconfianza es tal que una cadena de WhatsApp o una publicación en Facebook acusando al gobierno de tratar de matarlos, es suficiente para encender el fuego en una población que vive violencia e impunidad todos los días.
Es una desconfianza que, aunque todos los mexicanos tenemos, se recrudece cuando vives detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, feminicidios impunes; es una desconfianza salpicada de sangre y verdades históricas que superan la ficción, una desconfianza estructural que los gobiernos de México han alimentado con sus mentiras y omisiones, ¿cómo esperan que les creamos?
Desconfianza estructural
Ángel Plascencia
06.jun.20